TODO SUCEDE EN MI.

Sin estar advertidos de la engañosa forma con que los sentidos nos brindan la realidad nos fiamos de ellos para observar y medir la realidad. El «LO HE VISTO CON MIS PROPIOS OJOS» equivale a la verdad.

Ignoramos que no hay un par de ojos que vean lo mismo de igual manera, que no ve mi ojo sino mi cerebro, el cual interpreta no mira. Hay pruebas indiscutibles que delatan al cerebro como autor de mis «verdades». Pero basta coger un palo, meterlo en un cubo de agua y mirar. El ojo me dirá que justo en el punto donde empieza a sobresalir del agua se tuerce. Y sacando el palo veré que sigue tan recto como antes, que mi vista miente y no se ha torcido al meterlo.

Hay una obra: Doce hombres sin piedad. Debería llamarse ONCE. No doce…

Un tribunal de once hombres, al empezar la historia, dará un veredicto de culpabilidad a un muchacho acusado de asesinato. Pero el número doce al votar rompe la unanimidad. declarándolo INOCENTE. Llegar al veredicto se eterniza. Los once querían acabar pronto. Sin embargo el número doce expone evidencias deducibles de los mismos argumentos presentados por el fiscal, apoyados en los testimonios de los testigos presentados, sólo que los interpreta de modo opuesto. No defiende que no pudiese matar. Defiende que NO QUEDA demostrada su culpa, mientras desbarata la argumentación de cada uno de los once, quedando patente que es dificilísimo que el reo sea culpable.

PIEDAD. Esa es la cuestión.

Las apariencias engañan y mucho, no obstante juzgamos SIN piedad al fiarnos de nuestros sentidos, de los que ignoramos que como fiel de la balanza son un desastre.

Así, miramos la vida y vemos cosas, plantas, animales, personas…Y mis sentidos me dicen que yo soy independientes de lo que me rodea.

Con esa base a la que doy todo mi crédito, inicio una existencia de juicios a menudo erróneos. Y mientras envejezco sólo potencio más la creencia de la separación entre mi persona y lo demás. Es más. Los otros apoyan la misma teoría. Un día me atrevo a decir: YO SOY así…¡Y me quedo tan pancho! Oso afirmar que conozco la vida y que «es así», explicando a las nuevas generaciones la realidad como creo haberla percibido.

Si no alimos del error, toda una sociedad asegurará que lo conveniente es tal cosa. Si llegase alguien diciendo algo distinto, somos capaces de matarle. Y lo haríamos, antes de revisar nuestras convicciones, de poner en tela de juicio nuestras estructuras mentales que por ejemplo al microscopio muestran una verdad bien distinta de la percepción de nuestro cerebro.

¡¡¡Da pereza reaccionar ante una visión nueva, más que pereza…,  pavor!!!

De pequeña oía: «sé buena», como si siendo como fuera un delito.

Crecemos aprendiendo que ser lo que soy es malo y educar es reprimir, frustrar sus ideas, porque la vida es de un modo establecido hace milenios.

¿Recordáis: » Estudia para ser alguien en la vida»?. ¡¡Que se lo digan a toda esa juventud cargada de títulos, con los que podrían directamente limpiarse el culo!!  ¡¡No hay puestos acordes a su titulación!!

La educación ha de servir más que para acumular exámenes sobre conocimientos que se olvidan. No los necesitamos para vivir y debe explicarnos qué y cómo somos.

Un pequeño siente emociones de una intensidad que hemos olvidado. Desconoce que siente «vergüenza» o «miedo». No sabe que es «rabia» o «compasión». Sólo siente. Está perdido en un marasmo de emociones fugaces, fortísimas, que le arrastran.

No nos preparan para discernir qué siento. Ignoro hasta el nombre. Más aun. Nadie nos dice que nos habitan infinitos «yoes», como vestidos de quita y pon, que sin comprender por qué, nos poseen.

Hay un mundo llamado TRISTEZA. En él habita uno de mis yoes siempre. Otro llamado alegría. Otro llamado duda. Otro, rabia. Otro… Hay tantos mundos como emociones somos capaces de sentir. Mi relación con el entorno provoca reacciones. Son como los botones del mando de la televisión. Sin darme cuenta sintonizo la «melancolía». Entro en su mundo.

Esto sigue ocurriéndonos ya adultos .

Pasa a pesar de convicciones y creencias formidables y no estamos ni un ápice más cerca que un peque de comprender cómo pulsamos el botón y por qué tenemos ganas de llorar de pronto. No obstante seguimos afirmando que «la vida es así».

Comparemos la vida con un concierto:

Una orquesta dirigida por un director interpreta una partitura y cada instrumento se coloca según su sonido, por familias, con un orden concreto en la sala para que suene música.

 

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Hay intérpretes geniales.

Mi primera guitarra era un instrumento de vulgar madera. Venía de una cadena de producción de una fábrica de guitarras. Sus cuerdas tampoco eran exquisitas, pero un maestro habría sacado de ella una música bastante mejor, que los aullidos de gato pesado que yo producía.

Con una perseverancia que hoy admiro, me mantuve pulsando los trastes, repitiendo una y otra vez la canción de mi cabeza, hasta que toqué los acordes correctamente y sonó aceptablemente.

Años después usaba más acordes y ritmos. Mi repertorio musical era amplio. Sin embargo llegó un momento en que parecía estancada. Fue cuando entreví otra forma de avanzar. Ahora cantaba dando a mi voz matices, rasgando las cuerdas siguiendo mis sentimientos…

Aunque los sentidos y el cerebro así lo aseguren, no hay stop. Tal vez creemos que no somos un Mozart en cualquier disciplina. Pero por más que percibamos el freno, seguimos otros derroteros y crecemos.

Si la vida fuera un concierto y yo un flautín, ser lo mejor sería soplar la flauta a tiempo en la melodía, con todo el sentimiento y bajo el ritmo marcado por el director.

Sería absurdo querer estar en primera línea junto al primer violín, o atrás con los timbales. No tendría fuste pretender ejecutar sola todas las notas. Pero…, es que hacerlo no sería ni armónico, ni tan bello como sonar con a los instrumentos de viento, en segunda fila. Y aun sería posible sonar lo que marcase la partitura interpretada por el director, poniendo mi corazón al tocar.

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Imaginad cada persona como un instrumento. Imaginad a Beethoven repitiendo siempre en cada concierto la misma sinfonía. Imaginad qué hartos estarían los músicos tocando lo mismo…¿ A que provocaría náuseas volver a reproducir la tonada conocida otra vez?

¡¡Pues esa es la vida que vivimos!!

Nos dictaron un mundo. Lo copiamos. Asustan las nuevas partituras.

A nivel emocional seguimos tocando el mismo concierto del tatarabuelo Cromañon, que se puso en pie para crear una música, que hoy hiede. A eso le llamamos VIDA. Esa es la que «es así».

¿¿¿CUANDO TOCAREMOS OTRA SINFONÍA???

Nos estamos perdiendo la quinta, la sexta, la novena de Beethoven con su coro magistral. Peor aun. Surge un intérprete al que no cuadran las reglas de ejecución comunes y lo cuestionamos. Eso, si no le ahogamos en desprecio.

Todo sucede en mí. La orquesta, el director, los instrumentos, la partitura, el sonido, todo es mío, soy yo hasta el público. Sólo que desfigurando. Mis sentidos me llaman flautín y quiero el protagonismo que solo el conjunto tiene. Además no me gusta serlo ser y envidio al arpa, a la trompeta, o duele el que otro flautín suene con más corazón y le aplaudan más.

Aun siendo así, la sabia mente nos da la oportunidad de ser el mejor flautín, el mejor violonchelo, el más armónico cuerno inglés…Por eso me percibo separado del resto, para que ensaye mi ejecución eliminando los aullidos de gato, poniendo mi corazón al tocar la melodía.

Se me pide que sea YO ( flautín). Pero antes de saber que soy hasta la sala del concierto y la inspiración del autor musical incluso, puedo ser el mejor flautín. Esa sí es la vida: Una oportunidad abierta para mi y cuantos instrumentos existen.

Ser «yo» es primero tocar con fuerza, hacerse oír. Luego, sonar para que se oiga a los demás también según las música del autor. Pero se espera de mi más: que nunca cese de evolucionar como intérprete, hasta que en cada nota ponga el alma.

Hay un yo magnífico escondido bajo lo que nos gusta y nos disgusta de nuestra personalidad, que no acepta tocar siempre sólo una sinfonía, ni tocar sólo correctamente. Cuando a base de practicar suena y surge el alma del instrumento que es mi persona…, llego al Cielo.

La bondad de la música jamás frustra si sale del alma. Y descubro qué armonía hay en la novena, cuando suena el alma entregada.

No querré más estar con el primer violín, ser protagonista. No envidiaré a otros instrumentos. Escuchar la novena participando en ella calmará mi sed de música, de amor. Es más, habrá una décima y una undécima…¡Muchas más maravillosas músicas que tocaré consciente ya de que la música y cuanto conlleva soy yo, por más que mis sentidos digan que soy un humilde flautín!

Ser «yo» es una tarea ambiciosa. Soy muchos instrumentos, muchos mundos con los que sintonizar, pero desde mi persona. Requiere perseverancia: una voluntad tenaz. Hora es ya de dedicarme a ensayar para sacar la más divina melodía, poniendo el alma para sentir sólo y siempre AMOR.

No será sin conocimiento, sin comprender y ensayar cómo sonar más nítido, sutil, más bien. Pero todas mis disonancias anteriores, serán el tesoro sin el que no me sentiría MÚSICA.

Todo se decide en mí, repito.

Cuando mi flautín suene con la en la orquesta, ya no podré minusvalorarme. Mis errores son causa de una ejecución magistral y podré por fin ser Música. O amor que es igual…

 

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