«Es verdad»» decimos. «Lo he visto con mis propios ojos». Y como si eso constituyera una demostración fidedigna, nos quedamos tan panchos.
En primer lugar tendemos a ver lo que queremos ver. En segundo lugar hay cosas que se ven, y no por ello son reales. Por ejemplo si meto un palo en un cubo de agua, lo vere torcido. Y uno sabe que el palo es perfectamente recto.
Pero hay más. Hace relativamente poco un hombre dedicado a la ciencia y al estudio del cerebro concluía su investigación diciendo algo parecido a esto:
En él cerebro hay grupos de neuronas que funcionan como módulos. Cada módulo está capacitado para percibir y recoger un determinado grupo de sensaciones. De tal modo que un módulo recoge la información medioambiental y te cuenta si fuera hace frío o calor, viento o brisa, está seco o húmedo el día. Otro recibe la información del interior del cuerpo. Otro registra la información de los sentidos. Otro recopila la historia de tu vida. Otro lleva la historia de tu familia, etc. Creo que hay como unos doce módulos. Y entre ellos hay uno a quien este científico llamó EL INTÉRPRETE.
La función del intérprete es analizar, seleccionar, elegir y suministrarnos la información que de forma consciente recibimos. Podría decirse que el intérprete se volvería loco si atendiese todos y cada uno de los estímulos que recibe en forma de información. Todo le llega a él y al tiempo…¿Qué hace entonces? Pues actúa de acuerdo a nuestra costumbre. Si mi talante es pesimista, me suministrará cuantos detalles me puedan interesar y como no estoy abierto a buenas noticias, las que le lleguen de ese corte, simplemente no me las hará llegar, o las teñirá de gris.
Para que quede aun más claro, ved este ejemplo.
Un reportero es enviado a los juegos olímpicos. Llega al estadio más cercano, donde se celebran las pruebas de atletismo y en lugar de visitar todos los demás y dar cumplida cuenta de todos los deportes, en lugar de entrevistar a cuanto deportista se ponga a tiro, de informarse sobre el país en donde se desarrollan y estar al tanto de cuantas anécdotas se puedan producir, se queda en su estadio y además como sólo le gustan las carreras, no informa más que sobre ellas. ¿Os imagináis lo pobre que sería un informe, incluso visual, de tal periodista? Un acontecimiento como unos juegos olímpicos es de una riqueza inenarrable y centrarse en una sola forma de deporte dejaría sin información del suceso a sus lectores.
Pues bien. Si unos juegos son algo grande, la VIDA lo es mucho más y ese reportero al que me he referido es nuestro personal intérprete. ¡¡Así de mezquina, pequeña y escasa es la información con la que contamos!!
Y TODAVÍIA ASEGURAMOS QUE :»Es verdad, por que lo han visto mis ojos». Encima nuestro reportero no es imparcial, sólo le gusta ver correr, como nuestro intérprete tampoco lo es, porque responde a nuestro talante fijado por las experiencias primeras y por la costumbre…
La realidad, lo que de verdad hay es algo que ignoramos y lo menos digno de crédito son nuestras convicciones.
Hay una obra de teatro que ilustra muy bien hasta que punto nos dejamos engañar y no por otros, nos bastamos y sobramos solitos. Me refiero a «DOCE HOMBRES SIN PIEDAD».
Para quien no conozca esta pieza, la resumiré:
Un juicio se esta celebrando. Se han retirado los doce jurados a deliberar sobre la culpabilidad de un hombre, que de no ser inocente, irá al patíbulo.
Cada uno de ellos inicia las votaciones declarando culpable al reo. Todos menos uno, quien irá desmontando los sólidos argumentos de los once. Y lo hace demostrando como los intérpretes de cada uno les juegan la mala pasada de engañarles. Uno de ellos, el más banal, simplemente quería irse rápido pues ese día había un partido de béisbol. Otro lo quería condenado, pues le recordaba a su propio hijo y era una forma de venganza lograr su muerte…
Sí. A menudo nuestro intérprete jura que es verdad lo que no es real, basándose en ideas preconcebidas, costumbres, miedos, deseos ocultos, banalidad…
Si como dice la ciencia, la neurobiología, sólo usamos la paupérrima información de una parte de nuestro cerebro que además nos miente, a partir de ahora deberíamos dudar de si lo que vemos es o no real, porque el mundo necesita de visión nueva, no de recortes, ni de engaños.
Ahí os lo dejo. Yo por de pronto ya no creo lo que veo…