¡¡¡YA!!!
Si, ya.
Ya es hora de reconocer lo que somos.
Parece como si el mundo entero estuviese organizado para hacernos creer que somos «una mierda». ¡¡Qué poquitas personas tienen la autoestima sólida y nutrida…!!
Lo corriente es ver gente que se parapeta detrás de un escudo de prepotencia, soberbia o falsa autoridad…O bien ver personas sombrías, con complejos no declarados, pero casi evidentes…¡¡Cuán pocos hablan de sí sin aludir en seguida a «sus defectos»!! Es algo así como si uno debiera afearse para afirmar algo mínimamente positivo sobre sí mismo…
Y no somos deplorables desastres, sino aprendices de hombres, porque ser un hombre, una mujer, un ser humano, eso es algo que la mayoría nunca llega a ser.
Somos niños, emocionalmente enganchados a los mil y un agravios vividos, dejamos nacer el rencor, la venganza o el perfeccionismo como formas de movernos por la vida, sin llegar si quiera a la adolescencia emocional.
Duerme en nosotros un niño/a inocente, esperanzado, que muy pocas veces sentimos despertar y que ahogamos de inmediato, porque «ya no somos niños» y cómo voy a dejar que fluya mi capacidad de mirar con ojos nuevos, mi interés por la vida, mi facilidad para gamberrear un rato….¡¡Qué dirán de mi!!
Y a cambio nos disfrazamos de adultos, esa adulteración de lo que en verdad somos, y aceptamos una existencia colmada de obligaciones que no vivimos como un servicio, sino como un castigo. ¡Con lo felices que somos si un día sale a la cara ese pequeño corazón que se ríe y acepta sin más la compañía de otros…!
Pocos son los que ante las crisis que felizmente provoca vivir, pasan de la niñez que huye del malestar, investigan dentro, buscan respuestas y se preparan abiertos para el próximo envite. La adolescencia a que me refiero no se acompaña en general de crecimiento o desarrollo físico, aunque podrían cambiar hasta nuestros genes…
Es tomar nota de lo que soy. ¿Egoísta?¿Vago?¿Orgulloso?¿Envidioso?…Es atreverse a poner adjetivos a nuestra forma de expresarnos en la vida y no pretender que es un error, sino buscar el cómo me puedo servir de ello y entender por qué está en mí.
Uno pasa la vida admirando la belleza ajena, la inteligencia ajena, la sensibilidad ajena…Y desconoce que es imposible apreciar algo en otro si uno carece de ello en sí mismo. Uno empequeñece las cualidades propias, cerrando el paso así a su desarrollo, a que produzcan hechos y sean actos placenteros. Nunca es uno más feliz que cuando se atreve a ser sin ocultar lo que cree nefasto.
¿Nefasto?
Nada es absolutamente correcto o incorrecto. Descubrí un día que hay 200 formas de fregar cacharros. Algo tan simple…Doscientas maneras. De hecho diría que hay tantas como personas los friegan. ¿Cuál es la correcta? Uno se pone al volante y o bien se cree Fernando Alonso, o cree que la mayoría conduce mejor. ¿Cuál es la forma correcta?
Y cómo debe uno actuar ante los amigos, cómo debe uno realizar su trabajo, cómo debería uno proceder en tantas y tantas actividades, donde desde la familia generalmente se nos ha marcado un patrón. ¡Incluso hacerlo al contrario de como me enseñaron es tener ese patrón en cuenta!
La soberbia puede ser la mano salvadora en una situación donde los humildes se amilanan. La lujuria puede sacar a un patito feo de su fealdad. La pereza puede ser la cura del estrés alguna vez…¿NEFASTO?
Lo nefasto es castigarse, aguantarse, ocultarse, negar todo lo que siento que soy por miedo a que haya quien me importa, que al conocerlo pueda dejarme y retirarme su amor.
Pero si por fin me atrevo a ser y hay quien me abandona, será para que autoafirme mi valor sin apoyos, para que me valore YO.
Es curioso como vivir la alabanza dirigida a uno, no aumenta la propia estima. NO SIRVE QUE TE VALOREN. Sólo si uno mismo valora lo que es y no se asusta de lo que le enseñaron que no debía ser, sólo entonces, está en el camino de desarrollarse.
Crecer es afrontar retos, vivir procesos que significan crísis, a veces debastadoras, las «noches oscuras del alma». Pero si uno no está dispuesto a descender a su propio infierno, jamás conocerá el Cielo.
El hombre es una maravilla físicamente, un tesoro emocionalmente y espiritualmente está por descubrirse. Somos una unidad, un basto número de apariencias, todas interrelacionadas, todas diversas entre sí, pero juntas, somos un universo rico en matices y posibilidades. Juntos somos el Cielo. Separados somos experiencia. Más hay que atreverse a mirarse y a valorar que nada en nosotros sobra.
Somos los Hijos de la Vida y la Vida es una energía eterna que se expone a la luz de formas diferentes. Como Hijos dela Vida tenemos una excelsa dignidad. Un día abandonamos el vehículo material que es el cuerpo, pero nada que hayamos hecho durante el periodo en que lo habitamos, nos ha restado ni un ápice de esa dignidad. NADA.
Tiempo es ya de que crezcamos, que pasemos la adolescencia y entremos el la madurez.
Ser maduro es conocerse y estar abierto a seguir conociéndose sin avergonzarse de nada de lo que observo en mí. Cuanto llevo en mi tiene una finalidad y he de descubrirla.
Ser maduro es ser niño y adolescente y mayor por tiempos o al mismo tiempo y disfrutar de la vida, que es nuestro Padre y Madre a un tiempo y se nos ofrece llena de maravillas.
A partir de aquí el miedo se desvanece. Confías en que lo que te toca hoy hacer es positivo. Y te sientes guiado por una amorosa mano que provee para tí. Ya nada te culpa, porque valoras cuanto eres. Es decir, los defectos como las virtudes han pasado a ser cualidades y no importa lo que la sociedad piense. Te basta tu sonrisa y la ternura que cuantos te miran e incluso te critican, te inspira.
¡¡¡YA ESTÁ BIEN DE ZURRARSE!!!
Somos los Hijos de la vida y nuestra herencia es la eternidad.
¡¡Vivamos pues y descansemos, que nadie nos juzga, porque el juez interior ya no tiene poder más que para informar, no para destrozarnos!!
¡¡¡La Vida nos cuida!!!