Llevo semanas sin abrir mi cuaderno virtual…No había ningún tema del que ya no hubiera hablado, o algo especial que me moviese  a escribir…Pero el otro día vi unas imágenes que van a herirme mucho tiempo, y me he roto la cabeza buscando una solución, si quiera en mi perspectiva de las cosas.

Me refiero a la noticia de lo que hacen con esa gente que llega a Europa en pateras, a los que me pregunto si no les habría valido más morir ahogados en el mar, que pasar días sin cuento y en masa, en unos vestíbulos sin otro baño que un cubo para unas 150 personas (así a estima), hacinados como cerdos para el matadero, sin cama, con dos o tres boles de macarrones manchados de tomate por todo alimento.

Se desesperan cuando les devuelven a su país las autoridades europeas y el recibimiento es una cárcel improvisada, seguramente sin abogado alguno que vele por sus intereses.

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A lo mejor nunca habéis salido de vuestro país.

Tenía yo 23 años entonces y me fui por amor, no por obligación, ni porque aquí en mis lares fuese invivible existir. Aun así, el terruño cobra una fuerza inesperada, lo español (en mi caso) te toca mucho más dentro una vez que te has ido, y pisar suelo patrio te hace sentir automáticamente en casa. Sin oyes una voz hispana, una música de allí, si te pones un momento a sentir tus recuerdos, todo lo que antes te molestaba se olvidó y en su lugar hay una añoranza por tu gente, tus costumbres, tu familia…¡Por todo en fin, si tiene algo que ver!

Esa gente que se deja seducir por un sueño europeo, que es luchadora y reune lo que no puede para pagarse un pasaje en una lancha de plástico con tanta gente que debe ir sobrecargada, no se fue por gusto.

Imagino que como yo aman su tierra. Supongo que como yo están hechos a su aire, sus horizontes, su clima, sus colores, a sonido de su lengua…Seguro que encuentran amables sus costumbres, sus ritos y ese paisaje cotidiano, y que cuando su situación se empezó a hacer insostenible, desearon con todas sus fuerzas que ese «algo» que les empujaba a querer salir e irse lejos, no llegase a ser tan cruel que no cupiera más remedio que hacer las maletas…, es un decir, porque en una patera si cabes tu… ¡¡Ya puedes dar palmas con las orejas!!

Casi puedo sentir en mi carne el intenso dolor que contemplar su tierra por la que ellos querían que fuese la última vez. ¡Con cuánta pena pondría su fe  en un futuro incierto!

Es la vida o la muerte. Será que no hay trabajo, que el crimen acecha, que el cambio climático les ha dejado años sucesivos sin cosecha, que como todo ser humano tienen derecho a la vida digna que todo hombre merece y no quieren para sus hijos el miedo, o los efectos de la corrupción más tremenda de dictadores despiadados que viven en casas de oro a su costa… Lo que es indudable es que la última noche que durmieron bajo el inseguro techo que les cobijaba, más de una lágrima derramarían al dejar atrás su hogar por mísero que fuera, sus orígenes para nada placenteros y una patria…, una, que de PADRE ( «PATRIA» viene de la misma raíz que padre) tiene poco. Padrastro y de los de cuento macabro ,como mucho.

Y …¿ Cómo recompensa el mundo que ofrece después que se arriesgan a morir un viaje de vuelta a una prisión sin condena, sin ley?

Muchos tuvieron que contemplar la muerte de gente que como ellos puso su esperanza en Europa y quizá en una vida mejor, mientras la incierta travesía les agotaba físicamente. Son emprendedores, inconformistas, luchadores…Son dignos de alabanza, porque se empeñan para intentar que el horror del que huyen no sea el pan nuestro de la vida de sus hijos cada día.

Y …¿Cómo apoya el panorama internacional ese empuje, ese valor?

¡Es fácil! Les acoplamos unos meses, semanas quizá en improvisados campamentos, para devolverlos al terror del que huyeron.

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Y allí les reciben en campos de concentración sin cámara de gas…El gas que les ahogue es tal vez peor. Les encierran en condiciones infrahumanas y la imagen que definitivamente me partió el alma fue la de un hombre no mayor de 35 años agarrado a unos barrotes, sudado, seguramente maloliente, pero con las lágrimas cayendo sin freno por sus mejillas, mientras gritaba pidiendo ayuda a los cámaras que les filmaban.

¡¡Es sólo una más!! Una de las mil y una torturas que desgraciadamente consentimos.

Y llevo días pensando qué puedo hacer yo, porque ellos pedían socorro.

Alguien hoy me decía que lamentablemente son carne de cañón. Sin embargo eso no consuela mi alma.

Y he decidido que ya que no puedo hacer absolutamente nada porque las potencias mundiales se compadezcan y habiliten una salida a la inmigraciones cada día más numerosas, ya que no puedo hacer que la gente de a pié no les mire mal por tener un origen y costumbres diferentes, se merecen al menos que yo valore lo que tengo y viva por ellos más feliz si cabe.

Sí. Yo puedo vivir su sueño.

A mí me es dado estar en una casa confortable, con espacio sobrante, me es dado usar el servicio con agua corriente a mi alcance, con agua caliente sin fin, con toallas frescas y suaves; me es dado comer a mi gusto cada día tres veces si quiero y elegir qué como. Dispongo de tanta ropa como desee y de un cochecito para desplazarme donde quiera.

Yo tengo cada mañana la fortuna de tener un trabajo, y además uno donde cada día me besan unos niños a los que adoro, con los que río, con los que aprendo tanto que mi día a día es una maravilla.

Puedo oler el café recién hecho cada despertar y salir a mi terraza a mirar si el sol ya ha salido o faltan unos segundos aun de cielos cuya belleza me colma. Puedo huntarme cremas para hidratar mi piel, ponerme ropa limpia que huele bien, puedo escuchar a los pajarillos cantar por mi ventana, cuando la abro para dejar el aire fresco penetrar en mi hogar. Puedo mirar los mensajes de gente que me quiere y sentir su amor, mientras sonrío porque soy una privilegiada, que ama a la gente, al mundo torturador y a mi misma con «defectos» y todo.

Y entonces cuando entre en mi coche y mire y sienta los rayos del sol, el aire de la mañana, yo seré el sueño que para ellos  es una utopía.

Me he propuesto disfrutar por ellos, ofrecerles mi placer de estar viva, aun si ellos no pueden jamás salir ilesos de su perversa cárcel, en la que entraron por ser gente valiente.

No. Cambiar su situación no me es dado. Pero al menos que el atardecer no se me escape con su indescifrable colorido, ni la sonrisa de mis «peques», ni esos conejillos que de reojo veo saltar cada día en la autopista.

Porque si yo no aprecio su sueño, si se me escapa el don que supone disfrutar de esta vida llena de indescriptibles pequeñeces que la convierten en su ideal, no seré digna de mirarles, ni de querer relevarles ni un ápice de su tormento.

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