¿Y LUEGO, QUÉ?

Aun crío gusanos de seda. No los miles que cada año podría tener. No hay suficientes árboles para alimentarlos. Me reservo unos cuantos huevos y no siempre salieron. Este año de cincuenta, nacieron y vivieron 12.

Ha sido extraño. Puedo pasar mucho rato serena, tan sólo mirándolos. ¡Es como mirar la vida! Aunque este año los he mirado menos y no he hecho el seguimiento alucinado de otras veces, salvo ver salir a una mariposa que conmueve siempre, o decidir matar a uno de ellos, que tardaba en morir tres días.

Te planteas cosas tal vez absurdas: ¿Debo o no pisar a ese gusano que he custodiado como si fuera un hijito insectil? En el fondo estás pensando, si fueran personas y casi los tratas como a tales…¿Harías lo mismo ante un sufrimiento que te resulta atroz? ¡Claro que no eres «gusano»! Pero aun así… ¿Tengo derecho a interrumpir nada?

Con la mejor intención los alimentas y te conviertes en su Dios, con poder de decisión sobre su vida y su muerte… No les doy vida. Eso es mucho mayor que yo.

Conozco con mucha aproximación sus tiempos. Nacen peludos y negros, con la cabeza brillante que refulge bajo el cuenta hilos, para devorar finas hojitas pequeñas. Una semana y se paralizan dos días: el «vestido» se les queda chico. Ya con ropa nueva, otra semana. Y así en cuatro ocasiones. Ya gordos, como pavos de Navidad, se les ve indecisos. Sueltan seda entre las hojas… Se les cae de la boca casi… Y entonces comienzan los signos de un cambio brutal, absoluto. Cambian a un color indefinido, se encogen e inician su capullo, donde generarán una crisálida y se desprenderán de su último traje gusanil.

Casi sufres. Les ves en su rincón de la caja de zapatos horas y horas sin parar. Y te dices que si tuviésemos que trabajar de ese modo el tiempo equivalente, no podríamos. ¡Madre del amor hermoso, qué eficacia y qué rendimiento!

Y una mañana, casi siempre poco después que el sol, nacen convertidos en chicos o chicas. Son para mis ojos la pureza hecha maravilla. He esperado este momento con relativa calma, porque es como ver nacer el sol. Y no habito un planeta tan chico como el del Principito, quien se movía para contemplar cuantas puestas de sol necesitaba. A mi me toca siempre esperar.

Su actividad es incesante. Revolotean sin pausa hasta encontrarlas y pasarse días enteros copulando. Creo que son ellas las que le ponen fin y algunos mueren desesperaditos al no ser ya recibidos, sin frenar su frenesí de vibración audible a metros de distancia.

Inesperadamente y es la primera vez que lo observo así, quizá porque yo también soy vieja, cesa la actividad. Desgastados, menos blancos y con las alas a veces casi trasparentes ante tanto trasiego y frotes, veo a mis once mariposa separadas. Ya no se bien quien es hembra o macho. Están quietas. Las toco para ver si aun viven. Sí. Viven. Pero…¿Qué hacen? Nada. ¡¡No hacen nada!!

Y pienso: ¡qué inútil este tiempo! Cumplida su misión, emitidos tantos huevos por ambas partes…¿Para qué viven? Queda aun un capullo por salir. ¿Le estarán esperando? Porque yo tenía anotado que vivían como mariposas sólo otra semana y sólo ha muerto una.

Lo diré mejor: la parte que no percibo viva llamada mariposa, no se mueve. De ella salieron infinidad de huevos que viven. Que estén fuera de sus cuerpecillos ahora, no es su muerte. Una parte de ese que yo llamé gusano, se convirtió en cientos de huevos, como si se hubiese desparramado, sin dejar inactivo más que un elemento suyo: la mariposa.

Pero… ¿Por qué tantas siguen vivas: como mariposas y en sus huevos al tiempo?

Inevitablemente me veo en ellas. También yo he concluido mi ciclo vital y aquí sigo.

Y me planteo;

La vejez… Cuando los hombres no morimos, una vez cerrado nuestro ciclo biológico…¿También somos inútiles?

Desde luego, si miras la publicidad, sólo serviríamos para que las farmaceúticas vendan más. Nadie quiere envejecer. Luchamos contra todo indicio que recuerde que el paso del tiempo es inexorable, aunque hasta esa gente que se opera tenga en su mirada y sus manos su edad…

¿Será convertirse en biónico lo suyo? Mitad biología, mitad tecnología…

Miraba a mis mariposas. Su experiencia, según la ciencia la llevan nuestros genes.

Sin embargo quedan nuestros ancianos…, la tercera edad en la que ya me muevo.

¿Qué hacemos aquí cuando se arruga el cuerpo y encanece el pelo?

Quizás llevo en mi el conocimiento de ser larva y mariposa. Pero… ¿Quién llevará el conocimiento de ser humano, la experiencia de tantos hombres, si nos empeñamos en reprobar el envejecimiento y aparcarlo, sin darles oportunidad de seguir dando ALGO?

El papa Pablo VI escribió una vez:

«La juventud no ha de considerarse como la edad de los egoísmos exacerbados, las crisis invencibles, los pesimismos desalentadores…¡ SER JOVEN ES UNA GRACIA! ¡Una fortuna!» Pero él era viejo. ¿Añoraba su juventud? Entonces yo era joven y esa frase me dio paz, porque supe que para mi desasosiego había salida.

Ser joven es en efecto una dicha. Sólo que no es un decir, que el carnet de identidad no marca tu edad. La edad va pareja a cómo te implicas en todo, cómo eres capaz de confiar como un niño, y en cuánta ilusión, confianza, te queda por poner en cualquier cosa. Y la gente mayor puede dar más que batallitas. Llevan sabiduría, conocimiento y sobre todo experiencia, eso…, que advierte qué caminos es tonto seguir transitando.

No somos mariposas. Somos tesoros por abrir hasta el día que nos vamos. Pero hasta los tesoros olvidados no producen nada sin quien los busca y los abre. ¡Yacen infinidad de ellos improductivos en los océanos!

Nuestros mayores necesitan reconocimiento y paz, como mis mariposas, porque cuando cierran los ojos sin crisálida aparente, les espera la LUZ. Mejor sería ver la LUZ en vida…, y recoger su luz sería lo que nosotros aun podemos devolverles.

 Y aun si algunos más que luz parecen dar sombra, tal vez nosotros que pretendemos seguir siendo jóvenes, podríamos parar nuestro frenesí vital y escucharles. Creo que se lo debemos.

 

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