¿Cuentos de hadas?

De niña protestaba si me encomendaban tareas «de» chica y siendo adolescente le puse freno. A igualdad de responsabilidades, yo no iba a hacer nada que mi hermano no hiciese también. ¡Me costó un gran disgusto con mi madre! Pero… ¡mi padre me apoyó! Y como madre de varones, desde que tuvieron suficientemente largo el brazo para hacerse su cama, empezaron a colaborar y repartirse conmigo las tareas de la casa.

Y sin embargo cada día me siento más lejos del feminismo. Creo que en defensa de la misma mujer que posibilitó y a veces fomentó el machismo, se están cometiendo verdaderos errores.

Como maestra veo muchas madres apenadas por no poder atender mejor a sus hijos. No han disminuido sus tareas. Trabajan más. Cuando llegan a casa pocos son los hogares donde se colabora a la par. El resultado es escasez de tiempo para disfrutar la maternidad. Agotadas tras su tarea fuera consienten a sus hijos, pues lo último que desean es la guerra. Intentando conseguir paz, no contrarían a los pequeños. Luego en el colegio proliferan niños que creen merecer toda tu atención y ante el esfuerzo se asustan. A menudo un profesor es la primera persona que les dice NO, y eso hace la educación difícil, penosa en ocasiones.

Un programa de TV está estudiando en capítulos la igualdad entre sexos. Y a parte de resaltar cosas como: ¿Tu querías ser medico o médica?, como si una mujer fuese menos docta si se llama «médico», se retrotraen a tiempos donde, sí, las mujeres no podían ni comprar sin el consentimiento del marido. Verdad es que aun cobran menos las mujeres que los hombres ante igual trabajo, lo cual a parte de desproporcionado, debería ser objeto de denuncia inmediata.

Hoy la presentadora denigraba los cuentos de hadas. Evidentemente no sabe qué es un cuento, de qué habla realmente. A parte, mis alumnos de tres y cuatro aun sueñan con ser príncipes y princesas, y se disfrazan de tales con verdadero placer.

Soy firme defensora del cuento clásico. Nacieron en labios de adultos, pero eran para mayores.

Caperucita, por ejemplo, no representa una pequeña mujer, sino el alma humana. Y no va por casualidad a casa de su abuela. La abuela es el espíritu femenino que duerme bajo la vida manifestada. Es la Gran Madre Tierra, la Gran Diosa, origen de la vida que surge en su seno. Y es femenina, porque por definición lo que da vida es: MADRE.

Caperucita sale de su hogar y se dirige al mundo inocentemente. El lobo no es sino el mundo oscuro, difícil y donde también está la Madre de todo, pues Ella jamás se separa de ni uno solo de sus hijos. El tiempo experimentado en la oscuridad del mundo termina. En el cuento un cazador le pone fin, pero es el espíritu que indaga y resuelve los conflictos en la mente y el corazón de cada ser humano.

Y el final de los cuento es una fiesta: es el reencuentro.

La bella durmiente representa también el alma dormida del ser humano. Hay un príncipe que por amor la despierta y entonces despierta todo su mundo. Uno puede ver dos sexos, o puede imaginar que todo, como en el anterior cuento, habla del encuentro: Yo, conmigo.

Todos los personajes del cuento hablan de un solo ser. Y es que desde en las culturas orientales, a los descubrimientos de Carl Gustav Jung, hemos descubierto que no somos un sólo sexo, sino un ser que es los dos dentro.

Cuando la bella durmiente cae en un largo sueño muestra la ignorancia humana, que acepta un mundo ilusorio, falso, y sueña salir de él. Hay en el ser humano recursos suficientes para desvanecer esa ignorancia, no sin esfuerzo, lo cual aparece como los rosales de espinas que la parte varonil de todo hombre o mujer, debe romper para encontrarse consigo mismo.

No es casual tampoco que los protagonistas sean príncipes y princesas. Aluden a la alta dignidad del hombre. Somos de sangre real todos. En nosotros vive, estamos hechos del material más elevado: Aquel que lleva en si el germen de toda la potencia posible. Hablo del vacío cuántico.

Cada cuento ilustra una situación posible de las muchas que el ser humano padece.

Blanca nieves, el alma pura, explica cómo descubrir y recordar qué somos, cómo descendemos hasta los niveles más humildes para llevar hasta allí nuestra alegría y cómo siempre hay madres aparentes, injustas, que intentan retener el tiempo, algo que el amor consigue sin matar, sin traicionar.

La Cenicienta habla del alma del hombre que encuentra en el hogar, o sea en la chimenea, que representa la luz eterna de la Vida y del conocimiento, las fuerzas para sobreponerse a su aparente destino y se une a su verdadero amor: Él…Si es una mujer, Ella, si es un hombre. Pero esos «él y ella» no están fuera de uno, sino ensombrecidos por la sexualidad que nuestros genitales muestran.

Cuando cuento estas historias a mis peques estoy hablando a sus almas. Sé que les digo que a cualquier problema le hallarán la salida, si ellas encuentran al varón que llevan y ellos a la mujer que también son.

No son cuentos en el sentido de historias falsas. Son expresiones de quién habita en ellos más allá de su sexo. Es más: Nadie que ignore y viva sólo como su sexo indica podrá jamás liberarse del yugo de sentirse ahogado, por muy feminista que sea.

Lo femenino tiene una grandeza que al equiparse con lo masculino, se niega lo inmenso de su fuerza. No podemos luchar por lo femenino sólo. O defendemos a ambos, o estaremos matando parte de cada uno de nosotros.

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