Vivimos una experiencia muy desigual. Algunos afrontan el miedo diario al contagio y la falta de ocio para descansar, por un rato, del estrés de sentir amenazada la salud en casa. Otros carecen del reposo necesario de la incesante actividad que permanecer junto a niños supone, en espacios escasos siempre. Los hay que viven la muerte absurda y tremendamente cruel. Hay quien vive como si no hubiera nadie más, demasiados días. No sigo. Abundan los casos…, hasta quien se «apuntó» a casi todos juntos.
Un BASTA YA en busca de causas y culpables atenaza el alma de más y más personas y podría producirse una explosión por desesperación, de consecuencias imprevisibles.
Será una costumbre viciosa. No puedo evitar mirar atrás, donde seguramente emergió lo que ahora duele tanto en forma de enfermedad mortal, economía imposible o de quién sabe cuántos horrores más.
Desde unos 500 años atrás, el hombre fue dejando la filosofía por la ciencia, el respeto a la autoridad por el derecho a cada vez más, el cuidado de lo natural por la apropiación de lo que la Tierra ofrece, para luego desperdiciarlo. En nombre del materialismo y lo racional, el sentimiento, el humanismo, la fraternidad y tantas cualidades importantes, se han sustituido. Hemos dejado los templos por los viajes y el arreglo de lo estropeado por lo nuevo, a ser posible barato, o caro. Últimamente también lo queríamos. Llamábamos «bienestar» a tener y «estar bien» no ha dependido jamás de cantidad, sino de cualidad. Curiosamente la cualidad se aprecia con el corazón.
Cierto. Un encierro tan largo, bordado del temor natural a morir cuando los mismos medios que antes nos distraían se centran en recordar que hay un ente invisible que te busca, puede, lo hace, generar estados muy alterados que piden normalidad. Encima, ya no va a volver. Será… LA NUEVA NORMALIDAD.
Pues, si vamos a estrenar «normalidad», hagámosla NUEVA, no distinta.
Sé cómo será la mía. No soy ejemplo de nada ni para nadie, pero la publico por si sirve.
Consumía poco. Consumiré menos. Salía poco. Saldré cuando la ocasión signifique algo valioso para mí. Cuidaba lo natural, me esforzará en cuidarlo más. Pondré mi dinero, no en organizaciones sin afán de lucro, que luego sí se lucran, y ayudan poco. A cambio, socorreré la necesidad directamente. Pero sobre todo voy a recordarme todos los días que nadie jamás puede arrebatarme mi humanidad. Tal vez sí, o no, desciendo del mono. Pero sé que mi instinto animal puedo guardarlo, porque el «ojo por ojo» deja muchos ciegos y desdentados. Soy un eslabón en una cadena viva, consciente de que mi casa es nuestro planeta y que en todo soy corresponsable. También de lo que hacen los dirigentes y vi suceder en silencio.
Y si concebí la idea de que soy una cara de Dios, una herramienta de su plan, ahora me propongo no olvidar que MI ÚNICO ENEMIGO SOY YO si me niego a aceptar la adecuación de cada suceso. Lo que nunca quise para mí, no se lo haré a nadie. Y lo que entiendo como amoroso, respetando siempre al otro, será mi disciplina. No buscaré culpables, empezando por mí. Y si algo no sale, prometo explotar mi imaginación para que salga.
Vivíamos un individualismo intenso, pero amigos, ha terminado. El siglo XXI necesita grupos, compartir lo especial que cada uno es y ponerlo a favor de todos, no de la soberbia. Lo haré, porque siento que si triunfa el propio ombligo, la competencia por mostrar que dolor es más largo será infinita y nos puede hundir. No hay pena pequeña, pero siempre hay un hombro en el que apoyarse. Y si tengo que morir por el microbio, pues tampoco es grave. Porque me parece poco «nuevo», es decir apetecible, esto: