Sería yo una adolescente, cuando aquella frase de Jesús: » No todo el que me dice «¡Señor,Señor!» entrará en el Reino de los Cielos, sino aquel que cumple la voluntad de mi Padre.», me taladró el alma, porque yo quiero para mi alma la felicidad eterna ¡Claro!
¡¡Cuantas veces pide uno!! ¡¡Cuanto ardor y devoción mientras pide y dice lo de «SEÑOR, SEÑOR»!! Y resultaba que ESO, no es lo que te llevaba al Reino de los Cielos….!!
Y por otro lado…¿CUAL ES LA VOLUNTAD DE DIOS?
Dios no habla, ni te escribe, ni te llama por teléfono a larga distancia…¿O sí?
A mi desde luego por entonces si me hablaba, yo no le oía.
Y así…Conocer su voluntad se me hacía dificilísimo.
¿Me iba pues a quedar fuera del Reino? ¿No sería yo nunca feliz?
¿Me creeríais si os digo, que hace muy poco que he comprendido al fin cual es la voluntad de Dios?
¡Pues hace muy poco!
Llegó a mis manos un libro cuando tenía 30 años, en el que se ponían en voz de Jesús estas palabras: «Vosotros sois Dios, repetidlo: YO SOY DIOS. Y si no os atrevéis, decid al menos YO PUEDO».
Recuerdo que pensé: ¡¡Qué gracioso eres!! Tu puedes decirlo, porque tu lo eres. Pero… ¿Yooo?.
Ese fue el primer toque de campana que recibí. Evidentemente, no me sirvió para saberme Dios, ni sentirme divina.
El tiempo pasó. Cinco años después, conocí a mi maestro.
Le llamo así, porque aunque no es ni el mayor maestro, ni el más cercano que he tenido (los mayores maestros son nuestros familiares, los que te sacan de quicio, los enemigos…), cada contenido de los que a mi alma la turbaban y amargaban, él los iba explicando y simplificando, de forma que mi corazón lo absorbía y me llenaba de paz.
Él me instruyó acerca del mal, acerca de mi identidad, acerca de cómo dar para recibir, acerca de la inocencia, acerca de eso que no es necesario y tanto hacemos: pedir perdón…
Y él me repitió de nuevo, eso de que «yo soy Dios».
Metidos como estamos en una realidad de apariencias, uno cree ser el personaje con el que actúa por la vida, la personalidad que uno conoce de sí mismo y la identidad que figura en el pasaporte. Y desde el oráculo de Delfos (antes seguramente también) hasta la actualidad, toda la sabiduría humana te invita a profundizar en CONOCERTE. Solemos creer que nos conocemos, decimos que conocemos a los otros y resulta que los sabios siguen diciendo: CONÓCETE.
¡¡Qué pesados!! ¿No? Pero si yo sé quién y cómo soy…
Pues va a ser que no. NO NOS CONOCEMOS.
Somos mucho más de lo aparente, lo cual ni siquiera conocemos en profundidad.
SOMOS LA VIDA. Somos todo lo que vemos y lo que no vemos. Somos todo,bastante más que ese pequeño yo que camina por la calle con rostro serio y apagado.
Y siguiendo por estos vericuetos, de pronto lo de ser Dios empieza a tener sentido.
Algún día de estos os contaré cómo imagino yo la vida, cómo la veo eterna, sin principio ni fin, cómo veo el mundo…
Hoy os digo que podemos hacer nuestra esta frase: YO SOY DIOS.
Y eso, de golpe, borra toda duda acerca de cual es la voluntad de Dios. Es la mía, la tuya, la del otro…
¡Ah! ¡NO! Eso no es posible, porque cada uno quiere algo distinto…Podría decir alguien…
Creo que el problema reside en que nadie ES. Todos jugamos a ser como se espera que seamos, por una simple razón: SOMOS ANIMALES SOCIABLES. No podemos vivir apartados de nuestros semejantes. Necesitamos el «calorsito humano».
Hay animales sociales como nosotros, pequeñas maravillas de las que en parte depende la vida: SON LAS ABEJAS. A ellas como a las hormigas, nosotros las miramos como individuos. Uno coge una homiga, o abeja (muerta en este caso) y ve un individuo. ¡Pero no hay tal!
Una hormiga sola «no es», no puede vivir, ni una abeja. El verdadero animal es el hormiguero, el panal. Si dejas solo a uno de estos bichitos muere. Existen por y para el todo que representa el hormiguero o el panal.
Siento que con nosotros ocurre lo mismo. Somos un todo. Ocurre que somos bastante más complejos que las hormigas o las abejas. Pero si pudiésemos elevarnos y contemplar el entramado de relaciones que se establecen entre nosotros comprenderíamos que como en una colmena, todo ocurre para un fin común, que en nuestra humana colmena somos unos para los otros y que nuestro panal sólo sigue una única voluntad. La de Dios que existe en cada uno de nosotros. Si no nos empeñásemos en ser como el vecino…
Cumplir la voluntad de Dios es ser como uno es…Pero entrar en el Reino de los Cielos es darse cuenta de que la mía y la de Dios, son la misma voluntad. Ahora sólo queda discernir CUAL ES MI VOLUNTAD, que a menudo hacemos lo que se espera de nosotros, lo que está de moda, o lo que quieren otros.
ESCUCHAD VUESTRO CORAZÓN. ESE, nunca se equivoca.