La Velada de todos los Santos o Halloween, no tiene en España tradición alguna.
En los últimos años sin embargo, se está extendiendo esta celebración que junto a la pizza, papa Noel, la cocacola y tantas otras cosas que nos llegan de los E.E.U.U. van calando en nuestras vidas y costumbres.
La muerte se celebra en otras partes del mundo, como por ejemplo en Méjico, con un espíritu distinto al que en este lado del mundo se le ha venido dando. Yo no siento afín a mi esta celebración, pero creo sentir que la gente a su través juega a superar el pánico que provoca, dejando el dolor a parte.
Vale todo: Vampiros, fantasmas, zombis, esqueletos vivientes, monstruos varios…El arte del disfraz, la excusa para reunirse, reír y beber, conjurando los miedos al intimar con lo horrendo…
Hace muchos años ví un corto. Era casi una niña y aun lo recuerdo por la fortísima impresión que causó en mi. El argumento brevemente expuesto, era este:
Un cirujano del que solo se veían sus manos, quitaba las vendas de la cara a un chica. A su alrededor había dos enfermeras de las que tampoco se veían los rostros. Finalmente quedan al descubierto las bellísimas facciones de la muchacha y el médico y las enfermeras emiten un gemido de desaprobación. El doctor explica que han hecho cuanto estuvo en sus manos, dando a entender que el resultado de la operación es un fracaso y la chica comienza a llorar. La sacan de la sala de enfermería en una silla de ruedas, y todos los pacientes con quienes se tropiezan en los pasillos la miran como quien contempla una monstruosidad…Entonces, por vez primera, la cámara se detiene uno a uno en quienes la miran y uno ve con horror que sus caras son deformes, todas ellas, como la del médico y las enfermeras, que ahora sí se muestran. ¿¿QUÉ ES LO DISTINTO, LO DEFORME??
Hay un disfraz potente: el de Diablo.
La tradición ha ido añadiendo a su aspecto elementos simbólicos, como las patas de cabra y los cuernos o el color rojo de su piel. Uno puede disfrazarse de diablo, ser feísimo una noche y sentirse normal entre tantos monstruos. Ahí, como en el corto, quien desentona es el que sólo lleva su disfraz de ser humano, con la cara lavada y sin otro traje que el habitual.
Pero nada simbólico nos es ajeno. El diablo vive en nosotros, como vive el amor. Podemos celebrar la muerte incluso con alegría, pero no exorcizamos su efecto, como no apartamos de nuestro ser al diablo, en tanto no vayamos un poco más allá, profundizando en qué representan los Santos, los monstruos, la muerte y el diablo.
Siento que hay una sola realidad, pero creo que el hombre necesita, sobre todo el adulto, dar nombres a esa realidad, partirla en trocitos como quien dice, y así poder entender, para sentir por fin qué es cada cosa y como se relacionan, entenderse a si mismo, como santo y como diablo.
El ÚNICO QUE VIVE Y ES necesita compartir su dicha y conocer el alcance de todas las posibilidades que siente en sí. LLamémosle PADRE. Surge de Él la MATERIA o madre que se desarrolla gracias a un poder de división, que separa sus posibilidades y las combina en los diferentes seres que genera. Ese poder bendito, sagrado pues de Dios es, es el llamado Diablo.¡¡Ya va siendo hora de darle sus honores y reconocerle su gracia!!
Nada hay fuera de Dios, por eso crea interlocutores válidos en si, pero eso no es labor de un día. Además en él existe todo lo imaginable. También la deformidad, la monstruosidad, lo espantoso y a-normal. Es decir, aquello que se repite poco.
El mundo cotidiano no tolera lo feo. Lo condena pues lo rechaza.Y en la noche de Halloween, todos sin saberlo bendicen lo que asusta por rechazado y distinto.¡No está mal! Lástima que no seamos conscientes de que sin disfraz, también nos habita lo monstruoso y lo bendigamos celebrándolo con los amigos al amor de una copa.
Más…¿Quien se atreve a proclamar lo que es diferente en él/ella a voz en grito?
Cada vez que separamos, dividimos, apartamos, clasificamos…, cada vez que usamos el juicio para condenar y no para discernir, estamos actuando como el diablo y nos alejamos de la paz interior. El Diablo lo hace para generar seres materiales. ¿Es esa nuestra intención? ¿O tal vez lo que hacemos es daño y con ese daño nos matamos un poquito más? El mundo, la sociedad sea cual sea, genera un estado de homogeneidad que funde aparentemente las diferencias. ¡Falso! Sólo crea la ilusión de uniformidad, pues nadie es idéntico a nadie, ni piensa, ni siente igual.
Un día la muerte nos abre la oportunidad de UNIÓN, el diablo y su poder de separación desaparece por la fuerza de un espíritu divino, que los católicos llaman Espíritu Santo. Se nos permite recuperar el amor pleno, la paz, la luz que siempre somos y nunca vemos y en fin, se instala en nosotros una felicidad inenarrable.
Pero si soy aun diabólico, si lo diferente me produce rechazo, esa unidad suprema me será extraña. Apenas un segundo después sentiré haber perdido lo mejor de lo mejor. Mi pequeña alma transmigradora sentirá un vacío como jamás había sentido.
Identificar al diablo con un personaje que carga todo el mal es una forma cómoda de rehuir la verdad. Vivir rechazando lo que no opera como yo, piensa como yo, o siente como yo, me cierra las puertas del Paraíso, porque la verdad es que en mí vive todo, lo querido y lo rechazado. Todo es mío.
Si fuera de Dios no hay nada, no hay sitio donde colocar lo feo, lo horrendo, lo perverso, lo malo…¿Es pues de Dios? Yo siento que así es. Sólo que para Dios no tiene el sentido que el hombre le da, ni jamás lo rechaza.
Podemos vivir como esta hipócrita celebración actual de Halloween. Podemos hoy reír con lo logrado del disfraz de monstruo y actuar como si la maldad no fuera con nosotros, o asumir que de Dios es todo y por tanto, no hay mal en el mal, sino diferencia rechazada y maldecida que pide a gritos reconocimiento y honor, asumir y proclamar que somos completos, imanes con dos polos, no sólo uno.
Haciendo mío lo diabólico, como un poder de discernimiento, no de juicio condenatorio, bendiciendo mis defectos que sostienen mis virtudes, cuando la muerte me llegue y vea lo distinto que soy de como creía ser, cuando vea la verdad, puede que me quede al banquete prometido al hijo que vuelve, porque lo distinto, me será también afín.