Siempre ha sido alegre mi talante.
Pero ahora es como si respirase más aire, siento que nada puede quebrarse, que el miedo se ha desvanecido y que hay un amor, EL AMOR, que me trata bien y me promete aun mayores maravillas…¡Y mira que hay maravillas en esta tierra!
Pero sobre todo siento la necesidad de contarle al mundo que la vida no es una trampa, que la pena no es real, que el dolor se puede vivir de otro modo, que hay una realidad distinta sobre la que vivimos o bajo la que vivimos, una, que descansa sobre un hecho:
NO HAY CULPA.
Desde bien chiquititos la vida parece ponerse seria y nos acota la existencia cotidiana con tanta norma, y transgredirlas es poco menos que un deporte. De inmediato uno aprende a actuar saltándoselas y así comienza un largo historial de culpa, con la consiguiente mala conciencia. Luego a medida que uno se hace mayor se diría que si algo nos gusta, justamente es poco aconsejable para la salud, de modo que quien quiere ser bueno con su cuerpo se topa con que tiene todo en contra para disfrutar. También eso genera otra clase de culpa, una amenazante forma de auto castigo, pues pretendemos tener calidad de vida y aparenta ser opuesto a disfrutarla.
En cualquier caso, sentirnos culpables pertenece al hecho de existir. Dices algo y observas una reacción de rechazo, de dolor, de tristeza, aun si solo lo observas una fracción de segundo en la cara de tu interlocutor o interlocutores y no importa si tu intención no era herir en absoluto, si fue una broma tan solo, el corazón se encoge por el daño causado. Hay además culpas absurdas, convencimientos propios que podemos arrastrar años, aun si no hay mucha base para ello…
Los niños por ejemplo, se creen culpables de la separación y marcha de uno de sus progenitores y cuando algo falla tienden a creer que es porque han sido «malos»…
La culpa es verdaderamente inherente al hecho de ser persona y cuando uno es «culpable» en su fuero interno, cree que no merece lo bueno de la vida. Se auto castiga y sufre.
Casi nadie analiza esta situación, ni se da cuenta de que la convicción de ser culpable le crea situaciones de escasez, de dolor, o de miedo. Es como si al sufrir pagásemos en parte nuestra culpa y sólo así pudiéramos liberarnos de ella.
¡¡¡QUÉ LEJOS DE LA VERDAD ESTAMOS!!!
El primer gran descubrimiento que puede hacer un ser humano es mirar el mundo y ver que cada hecho que sucede es un eslabón en una inmensa cadena de sucesos. Hay un juicio sobre ellos, y llamamos afortunados a unos y desastrosos a otros en general. Pero mi desastre de hoy es mi fortuna de mañana, mi horror de hoy puede ser la puerta que abra por fin mis ojos y me conceda la oportunidad de vivir. Pero VIVIR de verdad. No levantarme como un autómata cada día y hacer aquello que de mi se espera…, para acostarme de noche con la triste esperanza de unas vacaciones.
Descubrir que lo que llamamos vida es como una obra de teatro, una en la que ha de haber malvados que provoquen actos que abran la consciencia en los buenos, es empezar a comprender que ningún mal es gratuito, que tras él se haya la puerta de la luz y que es una pena desaprovechar el dolor en directo y convertirlo en un video que se pasa uno eternamente para justificar lo mal que le van las cosas…
Sí. Un teatro, una película donde somos sólo actores y de la misma manera que un asesino en un film, encarnado por Robert de Niro no lleva a la cárcel al actor, podemos entender que no hay culpa tampoco en mis actos, ni he de pagar por mis actos en el rodaje. Yo soy un personaje y no soy responsable del daño causado. Sólo hago magníficamente un papel del guión.
Hay un punto en que uno empieza a ser consciente de que hay veces que toca matar, y es uno quien ha de hacerlo. Yo tengo mi parte de responsabilidad en el despertar del otro y los paños calientes no aumentan la visión, más bien retrasan el momento de que el otro vea.
También hay un punto en el que uno cuida todo con delicadeza y no obstante hiere.
Sé que mientras estás sintiendo la herida es difícil sentir que quien te daña es tu maestro, que sólo te ayuda a mirar mejor. Pero el tiempo te trae a la luz el inmenso caudal de amor que tras ese que es el malo de tu película hay.
Ser hombre es condensar en un espacio de 1,60, 1,70, 1,80 cm, o más todo un Dios. Pasar del estado de paz y libertad absolutas al de restringirse a un personaje, a un cuerpo, provoca el olvido de lo que somos y el enganche a la culpa y sus derivados: el inmerecimiento y el miedo.
Pero nuestra dignidad, nuestra naturaleza es sagrada, bendita, inmensa, eterna…
Descubrirse es darse cuenta de que esto es cierto para mi, y para cualquiera. Y desde esta nueva concepción de las cosas, no soy culpable de nada, solo responsable de cuidarme para poder llevar esta noticia a cuantos sufren.
Luego, cuando se lo cuente, unos entenderán y otros permanecerán aun en su pena…Pero no oirán en vano el mensaje.
SOMOS DIGNOS DE LO MEJOR, SOMOS HIJOS DE LA MÁS AUGUSTA FAMILIA.
Nunca hicimos mal, ninguno de nosotros, por más que las apariencias muestren lo contrario. Somos bellísimos seres ligeros como una mariposa, sujetos a transformaciones complejas hasta que sepamos qué somos…