Hemos nacido en un mundo de opuestos.Prácticamente todo tiene su opuesto. No es preciso partirse mucho la cabeza para afirmar esto. La guerra tiene la paz, el día la noche y la alegría tiene la tristeza.
Y así hemos aprendido a gustar de uno de los opuestos y a rechazar el otro, a desear el uno y a maldecir el contrario.
No sé cómo llevaban esto los hombres de la prehistoria, sé que los posteriores han creado diferentes figuras malignas, que han personificado el mal.
Los hombres han distanciado de sí la responsabilidad de sus actos proponiendo a los dioses del mal como responsables que les poseían, porque siempre hemos de hallar un causante, un hacedor del mal.
Sin embargo casi da miedo mirar desde la psicología al ser humano para descubrir algo que hace milenios ya decía el Baghavad Gita, uno de los libros Védicos más explícitos. En él Dios le dice al hombre que por el hecho de nacer está ya condicionado, es decir, que no es libre. Y la psicología actual menciona expresamente lo arduo que es crecer, ya que la herencia genética, la biología propia, la familia, el entorno cultural, el país, la cultura predominante, por no hablar del choque entre las aptitudes personales y la respuesta que obtenemos y cómo la encajamos, todo eso da forma a una personalidad que ya no podrá escoger desde cero, sino que actuará bajo todos esos condicionantes.
Uno puede preguntarse hasta qué punto los actos son fruto de la propia elección o jamás con otra cosa que respuestas condicionadas por el bagaje que cada uno lleva.
¿Entonces los actos de maldad de quien son?
Dice la filosofía védica que hay actos de bondad, de maldad y de ignorancia. No hace falta hablar de los de bondad. A todo el mundo le sientan bien. Por ese lado todos conformes. Aunque aun estos tienen consecuencias inesperadas. Uno crea lazos con los receptores del bien, de modo que ellos querrán devolver de algún manera el bien recibido. No son tampoco gratuitos.
Los actos de ignorancia son la mayoría. El hombre vive sin vivir, sin profundizar en qué hace, por qué lo hace y cómo lo hace. Sólo cuando las consecuencias nos alarman estamos dispuestos a sufrir y tal vez entonces indagar en lo que hicimos. De hecho la mayoría no se conoce a sí mismo. Usamos una imagen y si no sirve alguna vez, tendemos a echar la culpa a algo o alguien, pocas veces nos metemos dentro para ver que esa imagen es un paupérrimo remedo de lo que en realidad somos y podríamos ser. No nos gusta dañar en general, pero pocas veces actuamos teniendo en cuenta a los otros.
En cuanto a los actos malvados, estos, los ocultamos, los alejamos de nosotros, siendo capaces de sobre valorar el yo de modo que justificamos el horror y la violencia, o el dolor causado, colocándonos por encima de cualquier moral, creando una escala de valores ajena a cualquier forma de amor.
«Yo os vomito tibios, porque no sois ni fríos ni calientes».
Hace años está frase del Apocalípsis me heló las venas. Me habían enseñado que yo era mala. Pocas veces aplaudieron mi conducta y muchas me señalaron que me portaba mal. De modo que en mi opinión yo era MALA. Y al crecer no mejoró mucho mi propia imagen. Pero no era una asesina, ni era una mentirosa, ni era avara o cualquiera de esas cosas que se marcan como verdaderamente malas. ¿Y Buena? Pues eso tenía más claro aun que no lo era. Sólo me quedaba ser TIBIA. Y justamente a esos, a los tibios, Dios los vomitaba…
Tardé mucho en interpretar que vomitar es devolver a su anterior lugar lo vomitado. En otras palabras comprendí que la tibieza te devuelve al mundo.
El malvado hace un papel. El bueno hace un papel. Ambos se implican en su rol. Ambos se pringan y no les cabe otro remedio que afrontar las consecuencias de sus actos. Estos les modifican. Es imposible tomarse en serio la vida y pasar por ella como una maleta cerrada. Cambian, aprenden, se implican en sus acciones con todo lo que saben de ellos y ponen sus talentos a trabajar.
El tibio por contra, se muestra comedido, temeroso, cauto, apenas se implica y vive la vida cobardemente, sin atreverse a usar sus dones, por miedo al rechazo, a quedar en evidencia, a sufrir…
Pero vuelvan o no a la vida de nuevo los seres humanos son hijos de un Padre. Y yo creo firmemente que ese PADRE lo es todo, lo ocupa todo. No es sólo el creador. Es el acto de crear y es lo creado. No es sólo el observador. Es el acto de observar y lo observado. Y TO-DO es todo. No hay nada que colocar fuera. No hay lugar que no habite.
¿Entonces dónde voy a colocar los actos de maldad?
Hace tiempo que redimí al Diablo, incluso al Demonio. Como ya conté anteriormente, el Diablo es una acción que selecciona y divide para dar forma a lo que percibimos como real. El Demonio sería el conjunto de daños que reclaman venganza, la bolsa donde hemos recluido todo lo perverso, sin reconocer jamás el rol que el mal juega para que el bien nazca. Pero yo no creo en dioses malvados, ni en responsables de nuestros desvíos que nos poseen.
CREO QUE UNO SOLO ES EL QUE ACTÚA.
Eso no me invita a escoger el mal, porque si uno sólo actúa es porque todos somos el mismo y dañar a otro me daña a mi. Sí. Sé que mis actos, como los de cualquier hombre son de Dios. A veces soy consciente de que Él actúa a mi través. Otras veces pierdo esa consciencia, aunque sé siempre que yo no existo más que como una herramienta.
Tengo una discusión nunca cerrada con más de uno.
Dicen que es cosa del hombre hacer un trabajo profundo consigo y abrir así el paso a sentir la chispa divina que habita en todo ser humano. Dicen que hay cosas, actos, que no le pertenecen, que no son dignos del amor de Dios.
Yo creo que la voluntad de Dios mantiene la marcha del mundo tal y como la vemos. Creo que hay un buen motivo para que este mundo de opuestos se muestre lleno de maravillas y de perversidad. Y creo que un día, la sed infinita de Dios que tiene el hombre le lleva a moverse en su busca, sepa o no que le busca, haciendo viable que un día el ÚNICO QUE VIVE te llene el corazón y puedas por fin bendecir la vida entera tal cual la vemos. Ahí empieza la felicidad y todo cobra sentido.
Hace muchos siglos el pastor convertido en rey David cantaba:
«Que el Señor nos construya la casa, que el Señor nos guarde la ciudad,…
Si el Señor no construye la casa en vano se cansan los albañiles,
si el Señor no guarda la ciudad en vano vigilan los centinelas…»
Pues eso. Dios vive y Dios actúa y si yo me siento UNO con Él/Ella/Ello, entonces yo vivo y actúo.