
Para la mayoría de vosotros el «cole» os lleva a la época de losa calcetines cortos, de la cartera arrastras, del bocadillo para el recreo, la época de los deberes, la de los primeros «novios» y novias» que con darles la mano y caminar en fila ya te hacían feliz y la de las vacaciones gigantes…
Decir «escuela» o colegio» como se dice en España, es retornar a un tiempo de niñez y uno se mira con ternura, pues cuánto ignorábamos entonces y qué maravillosa ingenuidad nos permitía creer que existían unos Reyes Magos, un Ratón Pérez y por extensión un mundo de credulidad que al hacernos adultos ha quedado bastante atrás. ¿O no?
Yo estuve ausente del «cole» unos años, aquellos en que me dediqué exclusivamente a mis hijos y a mi casa. Pero luego volví. Parece como si nunca hubiera dejado el colegio y ahora situada en el lugar de los profesores, mi infancia se hace eterna en el contacto con afectos puros y fortísimos.
Cada tres años entra en mi clase un grupo de pequeños que me nutren sólo porque soy su «profe». Y digo que me nutren porque me quieren, me miran, me escuchan me regalan sus preguntas. Hoy una de ellos me explicaba que su tío tiene una vendedura. Hablábamos de que a los hermanos mayores se les caen los dientes y yo les contaba que vendría el Ratón Pérez y se llevaría sus dientecillos, para construirse un castillo que jamás acaba y les dejaría algo a cambio. La conversación a discurrido por cauces inesperados y de pronto estábamos con la DENTADURA del tío…
Es curioso que cuando les hablo de lo que me obliga el curriculum a contar tengo que hacer esfuerzos enormes porque no pierdan la atención…Sin embargo cuando hablamos sin más de cosas ajenas al colegio se callan y me escuchan boquiabiertos y mi voz suena sin distorsión y sus preguntas y participación es espontánea y bellísima…
Estas criaturas que son poco más que bebés cuando traspasan el umbral de mi clase por primera vez, se entregan y se convierten en mi familia cinco horas en directo y muchas más cuando pienso en algo para ellos o preparo mis clases…
Un aula es sólo un espacio, pero una clase es un mundo a parte donde jugar es importante y comunicarse lo es aun más. Mi clase es un cuarto de estar donde estas personitas ponen en juego sus necesidades, sus deseos y sus corazones y me permiten participar de su compañía y sus problemas.
En esta ocasión son 27. Deberían ser no mas de 18 para que todo fuese mucho más personal, para que mi dedicación pudiera ser mayor, para que el aprendizaje fuera más sencillo. Pero son 27. Así lo dispone Saturno, la ley, y así lo acato yo. Si mañana me quitasen a uno de los 27, me horrorizaría. Son todos «míos». Aunque sé bien que lo que puedo hacer con tantos, no es lo que podría hacer y que esto tiene sus consecuencias.
Descubrir que uno es feliz y competente en su trabajo es una de esas cosas que la vida pone a tu disposición y que puede decirse que es un privilegio. Me gustaría más sentirme más libre y poder jugar mucho más con ellos, pero tal y como son las cosas todo el amor que recibo me hace quererles aun más.
Es mucha la responsabilidad que recae sobre nosotros y tal vez esa sea la causa de que uno se desinfle cuando los despide y los entregas a sus padres. Pero minuto a minuto a mi me parece corto el tiempo con ellas y ellos. «El cole es una porra les digo…¡Se acaba tan deprisa!» y oigo después que ellos y ellas lo repiten.
Sus caritas sonrientes, llenas de esperanza y espectantes cada mañana son un chute de amor tan fuerte, que quisiera tenerles mucho más conmigo.
A menudo siento que nunca dejo el colegio, ni cuando abandono el edificio. La vida está llena de infantes, criaturas que como mis «peques» sólo ven su ombligo. Tendrán 20, 30, 40, 50, 60, o 70…o más, pero son niños.
Es verdad que parecemos mayores, pero la naturaleza de los conflictos que se viven de 3 a 6 años varía muy poco. Emocionalmente seguimos siendo niños. Unos niños sin espontaneidad, sin ingenuidad, con la creencia de que dirigen algo…Pero niños a fin de cuentas. ¡¡Si tan sólo recobrásemos la inocencia al reconocer que nada dirigimos…!
Este año mi clase se llama: SOLES. Así lo eligieron.
Pues bien Soles, Dios os bendice por mi boca y…¡¡ Doy gracias por poder estar con vosotros aun año y medio más!!!
Y al gran colegio del mundo le bendigo también. Un día reconoceremos que sólo actua el que actúa…