Seguramente algunos ignoran que para el mundo no latino, el martes 13 es un viernes 13. Y seguramente los supersticiosos tienen hoy una razón más para temer al día de la mala suerte.
Pero no es cuestión de mala suerte.
La suerte es como llaman muchos a todo lo que no controlan. Sin embargo lo sucedido ayer en París no tiene nada que ver con el descontrol, sino con un control que el común de los mortales no conocemos, ese que nos lleva a guerras por motivos económicos, por acuerdos entre figuras cuyas caras desconocemos, pero que están tras las grandes movidas internacionales como la crísis que aun padecemos, la aparición de enfermedades de laboratorio en la calle y tantas y tantas noticias que parecen decir la verdad, pero justamente la ocultan entre el estruendo de un centenar de muertos. Por supuesto el estruendo se produce en Europa, porque si sucede en Siría, Líbano o Israel, la sangre salpica mucho menos, el número de muertos aun siendo igual resulta menos impactante, la noticia se esconde mucho antes si es que se da y la gente de a pié se conmueve bastante poco. ¡A fin de cuentas siempre hay conflictos en el mundo y uno se desayuna con noticias de atentados LEJOS cada día!
Yo ya no puedo sentir estupor si quiera por el devenir de un mundo que considero perfecto. ¡¡SI, PERFECTO!!
Este movimiento de un grupo creciente de hombres que matan no ha surgido por casualidad y su acción tiene un propósito más sublime del que aparenta.
Sentados en nuestro bienestar los occidentales somos cómplices silenciosos de cuantos desmanes tienen lugar en el planeta. Hoy dice el presidente español: TODOS SOMOS FRANCIA. Pero…¿Y ayer? ¿Y…, somos todos Siría? Llevan meses mostrándonos el dolor de personas que han de dejar sus hogares, su tierra y que de un día para otro son refugiados de nadie en ningún lugar, porque esa solidaridad que nos hace ahora franceses no acoge a los sirios. Europa no reconoce por igual a todos seres humanos de la misma importancia.
El miedo que nos nace ante más de un centenar de muertos en París, jóvenes, gente que tiene la edad de nuestros hijos y familiares, no conseguirá sin embargo que nada cambie en nuestro corazón, o sí. Y por eso es perfecto este sacrificio humano, porque tiene en sí la oportunidad de abrir nuestros ojos y no creer sin más cuantas noticias hoy nos tocan el alma, pero que mañana tienen muchas posibilidades de dejar todo igual.
Recuerdo cuando el presidente americano ocupó Irak. Recuerdo Afganistán. Recuerdo los atentados de Madrid. ¡¡¡Qué corta es nuestra memoria!!! Recuerdo la Pandemia de una gripe desconocida, y el patrocinio de la OMS…
No había armas letales en Irak, sino un deseo de hacerse con su petróleo. No hubo pandemia, sino una venta masiva de vacunas…Y tras toda guerra hay venta de armas. De eso va la cosa: DINERO, PODER.
¿Morir? Si mueren personas a cientos, aquí y en Asia, aunque si se quedan en Asia las noticias no suenan tan amenazantes. Pero no hay fábrica de armas viable en una zona desértica como es Asia Menor. ESAS SON ARMAS OCCIDENTALES, las mismas que ayer mataron a parte de la juventud Francesa. Y en ese negocio de armas tienen parte todos los gobiernos que ahora son tan solidarios con las familias de los fallecidos.
Tal vez ha llegado la hora de ir más adentro, más atrás en el tiempo.
Actualmente hay al menos dos mundos bien diferenciados.
Uno desciende de un desheredado,Ismael, y el otro es el hijo legítimo que recibe todo el patrimonio. Ahí, entre Ismael e Isaac se crea una enemistad entre hermanos cuya repercusión aun actualmente sigue viva, aun si nadie se acuerda ya de ellos.
Uno con una historia y una cultura que defiende el saber vivir, el disfrute de los sentidos y que ha dado a la humanidad muchos descubrimientos, entre otros, árabes son los dígitos que todo el mundo conoce. Hubo adelantados en la medicina como Avicena y filósofos de gran talla cuyos nombres suenan menos que los griegos. Son gente que merece nuestra consideración y respeto. Es el mundo islámico, que harto del abuso continuado que hemos consentido, deciden un día emprender una loca carrera de violencia.
Personalmente me impresionó mucho oír A Ben Laden decir a EE.UU., que no estarían tranquilos hasta que el mundo árabe lo estuviera. Y tiene mucho sentido.
¿Por qué una parte del mundo puede tirar comida y abrazar la obesidad, en tanto otra parte se muere sin agua, sin bienestar ninguno, sin comida?
El otro mundo es el llamado occidental, que usa al segundo y al tercer mundo para manejar sus crísis. Allí se pueden tirar bombas de prueba, se pueden expandir enfermedades de prueba, allí se permite que los niños mueran y allí se venden las armas para estabilizar la economía…
Los gobiernos, la prensa, la política pueden ser hipócritas. Siempre lo han sido. Forman parte de este entramado perfecto.
Pero la gente con corazón, ha de mirar esta sorprendente y luctuosa noticia de otra forma.
La muerte siempre nos sorprende, casi siempre nos hiere. Pero la muerte no es una casualidad. Ni siquiera cuando parece que está fuera de lugar. Sólo lo parece, porque uno muere de acuerdo a su plan, de antemano aceptado. También los chicos franceses de ayer murieron porque habían aceptado esa muerte trágica. Estarán desorientados, pero nadie muere sólo y sus guías les llevarán de la mano.
Más importante me parece que cada uno mire en sí y localice cuanta disensión abrigamos aun dentro. Yo puedo creer un horror que el nivel de disensión lleve a algunos a inmolarse con una bomba al cinto. Pero en otro grado yo soy también cómplice de esa aversión a mi vecino, ese rechazo a los musulmanes y a sus mujeres tapadas, a cualquier cosa que no me sea afín.
El mundo es un fiel reflejo nuestro. Lo que sale fuera procede de dentro y la suma de tanta maledicencia hacia los otros aun si sólo parece verbal, es reflejo de ese mundo partido en clases, categorías y dividido en mí.
No puedo secar las lágrimas de quienes amaban a esos muchachos y muchachas franceses. Puedo mirar en mí y empezar a barrer sobre mi propio criterio de separación, que eleva a unos y hunde a los que no son como yo.
No puedo cambiar ni quiero, este mundo de extremos irreconciliables, pero puedo y lo hago, unir en mi esos dos mundos cargados de errores. Sé que sin error no hay aprendizaje y la muerte es una seria y bella forma de error.
Si todos los seres humanos borrásemos las fronteras emocionales, sociales, políticas, la paloma de la paz volaría por las nubes.
Mientras, no voy a hacer otra cosa que bendecir a cuantas madres perdieron a sus hijos ayer, también a las musulmanas que nunca más los abrazarán.