Recuerdo que poco antes de ser novia de mi marido, descubrí que TE QUIERO es una forma pobre de expresar amor. Sí, porque es algo así como decir que te tomo para mí, quiero poseerte, afirmo que me vas… Es una forma un tanto egoísta de decir al otro que le queremos. Y ese verbo QUERER no es exclusivo para expresar amor, pues se quieren …¡¡Tantas cosas!!¡Será porque los españoles huimos de lo cursi y como los poetas dicen: «te amo», lo excluyeron un día nuestros abuelos…! Creo que el castellano de América del sur sí usa «te amo».
En otros idiomas que conozco hay un verbo propio para AMAR y decirlo coloquialmente con esa palabra. Entonces se lo expliqué a mi chico, que nunca más dijo «te quiero» sino «te amo» y que raro se me hacía oírle… Sin embargo en su lengua me sonaba celestial.
La cosa es que QUEREMOS demasiadas cosas. Queremos y nos atamos, nos quedamos imantados con cosas, situaciones, proyectos…Pero sobre todo nos pegamos sólidamente a personas…
Uno no se da cuenta. Un día empieza a sentirse bien con algo o alguien. Las emociones pueden variar, pero no obstante, uno busca aquello, se hace fiel a ese trabajo, a ese recuerdo material o afectivo, a ese proyecto que permanece inactivo pero es un fuerte deseo, o a ese ser humano cercano, familiar o amigo que se introdujo en nuestro corazón y custodiamos cual tesoro altamente valioso. Por raro que suene uno puede incluso atarse a una enfermedad de forma inconsciente. Sí, porque estar malito atrae el interés sobre nosotros, el cuidado, la atención y sentirse solicitado, atendido, nos gusta a pesar del dolor. Con ello no afirmo que cada enfermedad signifique esto. Sólo, que podemos quejarnos de nuestros achaques en busca de cariño a veces.
Estoy hablando de una sensación, una emoción, un sentimiento que puede ser fortísimo y que en Psicología se llama «APEGO».
Apegarse no es necesariamente un inconveniente. De hecho frecuentemente nuestros apegos nos dan seguridad, nos facilitan la vida. No obstante puede llegar un momento en que de esa seguridad hagamos una tortura. Podemos apegarnos sin darnos realmente cuenta a algo o a alguien que ya no nos produce bienestar y a pesar de ello, seguir mucho tiempo apegados por miedo a lo que puede suponer perder ese ancla, porque no imaginamos ya nuestra vida de otro modo.
Conozco por ejemplo a una persona que lleva la friolera de más de 20 años en un trabajo donde la maltratan. Sus jefes se portan entre mal y peor que mal con ella, desestiman sus derechos, sus necesidades razonables y su sindicato está vendido a la patronal, que es como no estar sindicado. Trabaja en el Corte Inglés, en un polígono industrial en uno de esos edificios, por llamarlos de alguna manera, donde salen sabañones en invierno ( ¿pero aun hoy? Sí. Aun hoy) porque no se puede calentar espacios tan inmensos fácilmente y sin costes y en verano se fríen realmente, porque el aire acondicionado sería un gasto excesivo. Ella tiene los pies mal. Y … ¿Qué trabajo le han dado? Uno en el que reparte correo por todo el local y sube y baja escalones. ¡Ole!
Hace años le sugerí que con lo bien que cocina podría montarse un negocio autónomo y ser feliz. Esta u otra opción, mejor que haberse tenido que operar los pies. Pero se apegó a esa tortura que la enferma de lunes a viernes. Sigue allí.
Sé de otra que se apegó a hacer dinero y proyectaba mil y un trabajos, trabajos que jamás realizaba, quejándose siempre de nunca estar «dentro», o lo que es lo mismo de tener mucha pasta.
Otros se apegan al recuerdo de un ser querido que se fue. Se ponen el video mental de lo mucho que sentían con él/ella, reviven con lágrimas momentos que no vuelven, se retuercen en la depresión o la angustia y no se percatan de cuánto daño les hace ese ser querido al que no pueden soltar. De paso ignoran que su pena ata al alma que carece ya de cuerpo y no puede seguir una fresca evolución espiritual. ¿Cómo se van a desligar de esos a los que amaron viéndolos tan hundidos por su ausencia?
Hace poco he sido testigo en primera persona de mi propio apego.
Un día conocí a una mujer elegante en todos sus gestos, bella de revista de moda, sensible a tantas cosas…Dulce y serena, amable y amante…La ví y como esa gente que se enamora y dice: esta es mi mujer o mi marido, yo la elegí como amiga. No teníamos lazo alguno, así que jugué a ser niña y le dije:
Los niños dicen… ¿»Me ajuntas»? y de inmediato son amigos. Yo te lo digo a ti.¿Quieres ser mi amiga?
Corría, creo noviembre de 1990.
Han pasado muchas experiencias fuertes e intensas compartidas, millones de confidencias de todo tipo, lágrimas, risas, aventuras juntas…En 26 años ella era mi amiga más frecuente, mi madre, mi hermana, mi psiquiatra, mi confesor…Era el fiel de mi balanza. Era la voz autorizada por mí, para ser ese otro al que uno otorga sabiduría y escucha aunque no le obedezca. Pero hace algunos meses me dí cuenta de que ir a verla no me entusiasmaba ya. Iba por fidelidad a una idea clavada en mi alma: UN AMIGO DE VERDAD ES PARA SIEMPRE.
De niña y adolescente había oído cantar a mi padre las mieles de la verdadera amistad. Deseé tanto encontrar ese alma gemela que me aceptase tal cual soy o me muestro, sin cortes, sin traba alguna… Y me había costado tanto tiempo hallar esa clase de unión, que no se me pasaba por la cabeza si quiera plantearme que ella pudiera alguna vez salir de mi vida.
No contaba mi creciente malestar en nuestras largas horas de conversación. Ni el esfuerzo que me suponía salir de mi casa en su busca. No escuchaba mi corazón que me advertía: ESTAS APEGADA A FUEGO A ELLA.
Una lección última, por ahora al menos, le quedaba por enseñarme. La lección de que todo aquello que nos ata no nos permite crecer. No ha habido una discusión desgarradora, ni una traición, ni un golpe seco entre nosotras. No. Tan sólo yo sentía que cuando me hablaba de mi, me hacía sugerencias a las que yo intentaba plegarme sin conseguirlo. Sentía que me vestía de ella un instante y quería hacer lo que me pedía, pero que mis esfuerzos eran vanos. Y cuando su voz volvía a señalar con dulzura mis inseguridades, mis carencias, mis miedos, parecía que de un manotazo tirase todos mis intentos de seguir sus consejos por tierra. Y eso dolía.
Fui capaz durante meses, años tal vez, de sentir tras cada encuentro dolor y aun así, seguía yendo a verla. Hasta que exploté. «Cada vez que vengo me das una paliza» casi le grité. No paliza en el sentido de «rollo». Paliza como de golpe moral, psicológico. Respondió que ella tenía que ser como es y que si sus palabras y su amor provocaban eso en mí, que no volviera más. Todo se precipitó. Desde esa noche no he vuelto a verla. Hemos hablado por teléfono. Me ha explicado que nos hacía falta AIRE y sanear la relación con distancia. Primero estuve de acuerdo.¡Puro despecho! Luego le dije que yo creía que esa no era la mejor forma de solucionar problemas. El caso es que ya no nos vemos.
Lloré mucho un día. Tanto, que se me hincharon los ojos tanto, que era notorio para quien me miraba. Luego he ido comprendiendo. Al margen de que sus opiniones sobre mi sean o no acertadas, ella me ha hecho un regalo inmenso. He podido comprender que la idolatraba, que estaba tan apegada a ella, que no concebía la vida sin mi amiga íntima.
La vida me ha ido trayendo por tiempos la lección del desapego en mil formas. Me quitó una casa que salvo los ladrillos, la hice yo paso a paso. Lo hizo dos veces por si no me había enterado la primera. La segunda fue con fuego y la circunstancia añadida de que mis padres se fueron con ella una Nochebuena…Me quitó a mi primer hijo. Me quitó a mi pareja, a la que me unía el vicio de querer sacarle del alcoholismo. Me quitó la estabilidad de tener a mi madre de mi parte. Me quitó el mejor trabajo que he conocido, enrareciendo la atmósfera de modo que mi familia laboral está escindida. Pasito a pasito la vida me ha ido tocando todos los puntales de mi existencia, recordándome que NO SOMOS DE AQUÍ. Esto, es una obra de teatro, una película que tiene sus minutos contados. No nos ayuda atarnos a nada de lo que aquí nos llega, porque por más que lo queramos, lo único que de veras amamos no es material, ni se basa en nada que se genere aquí.
Hay una realidad que se siente y no se ve, un amor gigante que también aquí se expresa, pero no nace en este mundo. Hacia ella vamos, lo sepamos o no. Y eso es lo que de veras nos mueve, aunque lo disfracemos de paliativos, de APEGOS.
Lo más grande es que sí. Es por siempre, pues en ella como en mi, no se puede borrar el amor que nos une, aun si nunca volviéramos a vernos.