Ser coherente es condición humana que me gusta experimentar. Y en mi tarea profesional a veces la siento surgir de mi.
Es verdad, que funciono cual bohemio. No me va el orden: aprisiona mi ser y coarta en demasía mi voluntad. Parezco caótica hasta a mí misma, cuando sigo un cáos en constante proceso de organización. Y si alguna vez puedo mirar y veo ese orden implícito que persigo y logro en ocasiones establecer, me siento feliz.
Mis colegas, como yo, estamos obligados a programar cada paso de la actividad del aula. Es parte de ser maestro. Lo comprendo ¡De veras! Pero muchos sin esa red, se sienten como si caminaran en un desierto perdidos. A mi el desierto me gusta. Puedes llenarlo de imagen. No necesito una urbe con sus calles y semáforos, pues me encanta la sensación de poderlo cambiar todo a voluntad. Si hay muros, si hay redes de la clase que sea, he de transitar por aceras y no pintarlas a mi antojo para mi deleite, pudiendo moverlas de sitio si quiero, o cambiar de lugar los semáforos.
Así que programo, aunque que es un papel. Si se terciase, sólo serviría para que el inspector de educación no me regañe. Jamás lo miro. No puedo. Me ahoga. Y las pocas veces que he intentado seguirlo, nunca sale lo programado, lo cual me frustra.
Hay días magníficos en mi profesión. Salgo por la puerta que no quepo en mí. Otros, los menos gracias a Dios, salgo hundida. Otros, salgo dudando de mí. ¿Seré ya demasiado vieja para bregar con críos? ¿Debería dejarlo ya?
Mi voluntad no es imponerme. Pero hay momentos en que como jefe de un equipo de personas pequeñas, sus voluntades se oponen a la mía y parece que sobran tantas voluntades. Si ese día estoy cansada, si me irrito, me convierto en tirana. Es una posibilidad si diriges algo. Y entonces me duele el alma. La tiranía como forma de gobierno no es coherente. Distorsiona tanto, que el dolor aparece de inmediato.
Además hay días que evalúas, casi insensiblemente, tu actividad. No coinciden con los que evalúo a mis peques. Surgen sin esperarlo…Son un regalo, pues de pronto veo que mi bohemio proceder sí seguía un orden bueno para educar niños, sin darles el pescado, sino enseñándoles que cada uno ya sabe pescar, aun antes de que yo actúe y les diga cómo.
Súbitamente el mundo se para y veo la suprared que hay tendida, de la que yo soy también agente, que sin agobiarles fue imponiéndose, a pesar de mí.
Comprendo mi propia coherencia sin juicios sobre mi conducta.
A menudo repaso el día laborable encuentra defectos de forma. No trabajo con elementos finitos, revisables el día después, sino con niños a quienes me importa mucho no deformar por mi actitud descontrolada.
Por el auto descontrol es útil programar. Pero yo no programo en apariencia. He de vigilarme. Por eso repaso mi tarea.
Cuando hay un momento como el descrito en que me veo, los veo y veo todo como si no estuviese yo formando parte de la película, descubrir mi eje de vida en busca de la coherencia manifestado con coherencia, me lleva al Paraíso.
A diario las cosas parecen salir desdibujadas, un rato bien, otro no tanto. Se instala la apariencia de normalidad sin brillo.
Educar es serio. Graves son las consecuencias para la evolución de los niños, si la emperatriz de un rato al día es caprichosa o egoísta. Ni siquiera disponen de maneras de oponerse como ocurre con alumnos mas mayores. Con edad mayor ya pueden tener criterios mínimos y rebatirte.
Mis alumnitos son volcanes de energía buscando amor. Lo que les atrae de su profe es la cantidad de aprobación y cariño que de mi puedan obtener. Ni letras, ni números, ni juegos son realmente importantes. Importa sentirse amados y poder volcar tanto amor como llevan dentro.
Yo sigo mi intuición. Me valgo de mi experiencia para saber qué hacer a continuación, dentro del marco que el sistema prepara. Tengo que aceptar esa red. Trabajo por cuenta ajena y opto por esquivar las calles que puedo evitar sin causar escándalo o quejas, procurando seguir mi instinto.
Es arriesgado confrontar mis resultados con los de mis compañeros, tanto o más cuanto no es posible volver atrás. En otros trabajos en situaciones mal resueltas, se puede en teoría volver al inicio y rehacer los pasos que desembocaron en un desastre y comprobar quien es más eficaz.
Pero en lo mío nadie puede volver al punto donde la conciencia de un crío se torció por causa de un profesor. Trabajo con vidas, con procesos vitales irreversibles. No es posible borrar y que colegas más duchos y cabales retomen mis errores para poner otra cosa donde erré.
Y lo sé. Eso me hace responsable de corazones vivos, vidas que no hay derecho a destrozar, aunque es difícil reconvertir errores de los que no es fácil obtener pruebas. Un maestro impera en su clase casi siempre, sin parlamento o policía, sin jueces que muestren si acierta o yerra. Su ejército son sus recursos humanos y didácticos. Y los compañeros rara vez discuten su quehacer. Estamos impunemente ante lo más valioso que la sociedad tiene, la infancia, sin que esta pueda si quiera saber si son bien o mal dirigidos o guiados.
Un padre, me decía el otro día lo bueno que era un compañero. Le he visto actuar un poco más que él, quien se basa en suposiciones, pues el alma que no conoce no puede evaluar la eficacia de lo que recibe (este es el caso del alumno). Sé que lo cree. Yo creo otra cosa de ese colega mío. Ese padre se equivoca. Ciertamente el profesor de quien habla no mal trata, ni incumple con el sistema y lo que programa. Su hijo aprendió a mirar pescados y creer que los pescaba él, puesto que su profe les aseguró al padre y al hijo que ya sabía pescarlos. Eso es lo que la escuela comúnmente hace y la sociedad acepta por óptimo.
La cuestión es que yo quiero más. A mi lo predecible me parece triste. Veo lo que siglos de provocar actos predecibles ha dado de si y no está exento de cantidades tremendas de dolor y sufrimiento.
Mi responsabilidad sería insoportable sabiendo esto, si creyera que la que da clase es mi persona. De hecho hubo ocasiones en que lo creí y casi me suicido.
Actualmente trabajamos en un proyecto en clase. No es un proyecto adulto. Es un proyecto sobre el ciclo del agua, tema que los niños eligieron y nos permite experimentar los estados del agua de forma visible, abriendo muchos otros mundos:
- El cuerpo, agua en un 75%,
- la salud que pasa por beber mucha,
- la naturaleza del planeta, que sino no sería azul,
- la de la flora y fauna que ella hace posible
- y la forma ecológica en que su ciclo nos beneficia, si la cuidamos y respetamos.
Nada se trabaja en educación infantil aisladamente.
Así, aprendemos la poesía de un lobo viejo, que pide a los conejos que sean sus amigos, que le den «el agua»de la amistad; una canción de la película de Disney: «Pocahontas», muestra el egoísmo de la civilización que ignora que la lluvia y el río son amigos y están muy unidos para acogernos, si estamos dispuestos a oír a lobos aullarle a la luna azul o ver sonreír a un lince; construímos una maqueta con diferentes paisaje y preparamos con los papas pequeñas conferencias sobre aquello que cada uno quiere saber del agua; experimentamos con hipotésis que hay que demostrar; o insultamos a un vaso que tiene semillas para desahogar toda prohibición de no decir «palabras malas»… Y más.
También hacemos números y letras, operamos y escribimos textos. Así el sistema no interrumpe el saber y el amar. Realmente es bueno disponer de esas destrezas básicas, que luego el mundo querrá que usen bien.
Pero en mi búsqueda por mi coherencia interna, sin dejar de valorar toda esta riqueza a mi alcance, sin pensar en «valor», sino en gozo, es preciso convivir y que la emperatriz que curiosamente me permite el sistema ser en clase, gobierne para la paz y el crecimiento constructivo de mis niños.
Llegado un momento sublime en que soy de la película pero no estoy en ella, evalúo mi hacer y veo cómo sin proponérmelo existía una línea coherente, que seguía mi instinto. Lo veo con inmensa alegría, pues los días que quise dejarlo o suicidarme (es un decir), porque todo salió mal, incluso esos, formaba parte de la línea y hacen coherente su cauce y el caudal.
Juzgamos momentos. Ignoramos que no existen. Hay un proceso en desarrollo siempre, que convierte juzgar en una estupidez. Y esto es válido para cualquier profesión o aspecto de la vida.
Nos equivocamos al parar el proceso en una secuencia y juzgar. Emitimos veredictos y sentenciamos, sobre todo nuestra conducta, llegando a la depresión mental por creernos incapaces, inútiles y perversos.
No es posible juicio alguno desde el momento que estoy en proceso y soy parte de él. Sólo ante el muerto sería posible el juicio, si conociésemos cuantos instantes vivió y cómo los percibió: Sólo así sería justo juzgar. Y eso también se nos escapa. ¿Alguien conoce todo de alguien?
Por ello me atrevo a afirmar la coherencia de la Vida, del mundo y de la humanidad.
Se puede en ocasiones salir de la escena puntualmente y no se ve ni maldad alguna, ni perversión probada. Se percibe una armonía fuera de los dictados de los códigos de conducta y los modelos humanos a la moda.
Entonces, yo que creo en el único dios posible, al que llamo VIDA ETERNA, me siento heredera de la tierra, del patrimonio insondable del legado de mi gente, que son cuantos me antecedieron. También yo llevo en mis genes y en mi sangre su conocimiento y me enorgullezco de ser hombre. Sé que su dolor permitió que yo hoy disponga de recursos y estrategias para vivir. Agradezco su esfuerzo, nunca bien ponderado y me siento coherente a pesar de ser tan bohemia y caótica.
Tengo el honor de mirar mi vida y verles también en mi activos aun, renunciando a mi responsabilidad personal en el ejercicio de mi función actual. ¿Yo responsable?
¿¿¿DE QUÉ???
¿¿De estar viva y pretender dar el color que siento que es mejor en mi??
Miro mi aula, mi clase y a mis peques. Hoy son ellos los que me enseñan a mi la bendición de ser su profe y me permiten quererles como son. Trastos y geniales. Espontáneos y tímidos.Ruidosos y sinceros. Mentirosos y personas. Mis errores, mis supuestos errores forman parte de lo que ahora puedo ver. Es más, gracias a ellos puede mi alma contemplar con dicha el acierto de la Vida al buscar la consciencia en cada acto.
La Vida es un éxito si la observo así. Cada niño/a puede ser y expresarse. Yo también. Nada muere, todo persigue el mismo afán: HACERSE REAL y poder tocarnos y tocarlo todo.
El agua, identificada por sabios con el sentimiento y el corazón, nos ha dado este instante de juicio sin crítica, de constatar lo perfecto que es que el vuelo de una mariposa en oriente cause un ciclón en occidente.