Durante toda mi vida intenté responder al desconcierto interior que me causaba la injusticia, la opresión, la crueldad gratuita… EL MAL. Entonces existía.
No era el dolor que un león que se comía a una gacela causaba. El león, no es como nosotros, nos dicen. Me angustiaba EL DE HOMBRE CONTRA HOMBRE, uno que es igual a otro, o lo aparenta.
¿Cómo un ser humano podía dañar tanto a otro? No es un enemigo declarado y vengativo,. Es de tu especie, tu familia…
¿¿¿CÓMO???
Esta duda me ha mantenido indagando conscientemente desde que recuerdo.
Cuando en conversaciones con amigos o desconocidos, «me ponía a arreglar el mundo» (eso decían de mí), no sabía bien porqué, pero nunca echaba la culpa a Dios. Entonces, creía en el libre albedrío y lo que los hombres hacían no podía atribuírsele a Dios, aún si fuese responsable de que existiéramos. Un padre no es responsable de que su hijo asesine… Así razonaba yo. Ahora bien: siempre me topaba con el mismo inconveniente:
¿ SI DIOS ES BUENO, cómo permite tanta maldad?
La pregunta del millón, la que cada vez que exponía mis argumentos cerraba la discusión. Para muchos es responsable pues crea y nos hace posible ejecutar el mal.
Mi interno yo no necesitaba respuesta. Pero si quería «arreglar el mundo», mis interlocutores precisaban otra respuesta contundente. Mucho más afinada.
No ha hecho falta sentir en mis huesos y en mis nervios, en mi propia piel, cuantos sufrimientos llegaron como noticias amargas para que mi corazón se ahogara en penas difíciles de explicar, fuertes, profundas… Necesitaba entender el mundo y el mal era un trozo del pastel ácido, insoportable a la boca… Eso me deprimía. Por eso lloré como si el mal me afectase directamente.
Soy optimista y no me hundía mucho tiempo, pero la desazón permanecía.
Aprendí a mirar a mi Dios y a confiar. FE CIEGA. La fe no razona. No busca argumentos…
Pero conjugar mi Dios bueno con ese Dios culpable de consentir un mal de tantísimos colores a cual más dañino, no acababa de cuadrarme. Tortura, violaciones, ablaciones, perversión de cualquier índole…Y cuando creía conocer mejor el mal aparecía otra forma más intensa, más atroz.
Algo me decía, que Él (entonces era sólo varón) no causaba lo que me parecía tan inadecuado. ¡Yo conocía una vida sin dolor! ¡¡Era posible!! Mi experiencia estaba plagada de múltiples hechos dolorosos, incluso tremendos y yo me había reconciliado con lo ocurrido. Y si yo podía… ¿No podrían ellos, fuera quien fuese, también superar el mal?
Me consta, hoy como ayer, que disponemos de las herramientas óptimas para vivir y vivir felices.
¿¿¿POR QUÉ PUES la disensión, incluso la guerra, aparecían una y otra vez con nuevas caras???
Tampoco conocía entonces que hay un pozo oscuro unido a cada rayo de luz… Eso que Carl Gustav Jung (psiquiatra muerto no hace mucho, de la escuela Analista, discípulo un tiempo a Freud que luego crecería solo), llama la SOMBRA. Tiene mucho que ver con comprender el mal.
En el tiempo a que me refiero la miseria humana se volvía muerte, a veces de la peor clase…, que hay mucho muerto en vida, irrecuperable, atado a hechos de su juventud, o el año pasado… ¿Irrecuperable?
¡¡Cómo me cuesta creer eso mientras laten los corazones y respiran sus pulmones…!!
La literatura plantea LA SALVACIÓN EN UN ULTIMO MOMENTO DE LUZ: Don Juan… Un hombre que usa el amor para vanagloriarse, una medalla más, un premio al dolor causado, sin importar qué deja atrás. Solo cuenta números, no almas de mujer rotas a su paso… Pues bien, un autor español lo condena y otro lo salva. Zorrilla lo salva y Calderón de la Barca lo condena. ¡Qué casualidad! Calderón era clérigo… ¿Es alguien así digno del Cielo? Si la literatura lo salva, es porque una parte de la humanidad cree que sí. Hay paz para el culpable.
Pero ni aún así desaparecía mi desconcertante duda. Seguí creyendo en mi Dios.
Y Dios me bendijo, sí, digo bien, ME BENDIJO, con circunstancias límite, con la injusticia servida de primer plato y en la cama donde pretendía dormir.
Esto es a lo que me refiero, con detalles:
No era justo que mi esposo me partiera la nariz ni que me amenazase con quitarme a mis hijos si le abandonaba, y parecía que la ley le apoyaría… Yo sin mis hijos jamás me alejaría de él… Lo sabía…
No era justo tampoco que mi suelo patrio, donde sentía que manejaba normas conocidas y las tradiciones, donde me sentía aceptada y a gusto, estuviese tan lejos… Y no es que no amase Holanda, donde vivía. Pero no nací holandesa. No siempre me movía entre ellos cómoda…
NO FUE JUSTO QUE MURIERA MI HIJO, UN GIGANTE ADORABLE Y BUENO, UN CHICO QUE CONCEBIMOS CON TANTO AMOR… Le llamé Juan. Tenía oído que Jesús dijo que Juan, el apóstol, se quedaría hasta que Él volviera y si me traía algo de mi Dios, su nombre me recordaba la presencia continua de Dios junto a mí. Joven aún, se fue…
No fue justo el incendio que me dejó huérfana de madre y padre ni que heredase una casa destrozada, que todavía estoy pagando.
¿Era justo que con todo lo que trabajaba dentro y fuera de mi casa nunca me llegase el respiro del guerrero, que el dinero entrase y saliese nada más llegar? Jamás llegaba a fin de mes. Siempre debiendo algo más que dinero. A un banco le devuelves la deuda con intereses. Quedas en paz. Yo creaba deudas impagables que me sometían a otro tipo de pago. Me sometían a sus ideas, como poco a oírlas, aunque la razón no estuviese de su parte.
¿¿¿NO ERA JUSTO ….O sí???
( SIGUE EN DIOS CULPABLE 2)