Lo confieso: me encanta cuando entre amigos, mujeres y hombres defendemos nuestro sexo y «atacamos» al otro…¡Es divertido! Y sin embargo es una tonta guerra a favor o en contra de uno de los sexos, sea o no el nuestro. Lo es porque todos somos hombre y mujer a un tiempo.
No lo digo yo… Ya la China clásica expresa esto en esa conocida imagen del Ying y del Yang. Y de eso hace unos 4000 años…
Lo oscuro se asocia con lo femenino, la noche, el frío…Y el lado claro o blanco con el día, el calor y lo masculino. Quienes describieron esta verdad, mal que les pese a algunos, expresan una sabiduría exquisita, sutil. En cada lado hay una mancha de su contrario. No significa cantidad, sino que en ambas expresiones habita su opuesto, o su complementario, sería mejor decir.
En un salto, Carl Gustav Jung, s. XX, lo expuso llamando Animo a lo masculino y Anima a lo femenino. Y cuenta que en cada hombre vive su ánima, esa que busca fuera cuando la lleva dentro y lo mismo nos ocurre a nosotras.
Hay incluso un texto atribuido a Jesús. Dice:
» Cuando hagáis de los dos uno, lo interno igual a lo externo y cuando unifiquéis varón y hembra de manera que el varón no sea varón ni la hembra sea hembra, entonces entrareis en el Reino de los Cielos!»( Evangelio Apócrifo de Tomás).
Parecen poco claro. Pero miremos a nuestro alrededor. Miles de mujeres desarrollan con éxito tareas masculinas. Hay hombres padre y madre a un tiempo, cuya sensibilidad supera a muchas que se llaman mujeres. No hablo sólo de esta diversidad familiar actual. Viudos y viudas siempre hubo. Hombres y mujeres han sido conscientes de integrar en si mismos los roles diferenciados con tanto ahínco por la sociedad. No es de ahora. ¡Han existido siempre!
Fuera de diferencias físicas, que nacen contigo y mueren igualmente contigo, hay características que unos y otras hemos aceptado como unidas a nuestro sexo, sin que haya una razón de peso para que así sea. Ovarios y testículos, pene y vulva, no definen por si mismos la conducta humana. En todo caso las diferencias sexuales biológicas no deciden cómo somos seres humanos.
Aproximadamente a los 14 días de gestación…, el feto avisa al cuerpo materno y este descarga oxitocina. Eso determina que seas desde niño muy macho a niña muy «rosa» y entre esos dos extremos, es esa cantidad de esa hormona la que define todas las formas posibles de cómo ser hombre o mujer, incluida claro está, la homosexualidad. ¡Pura biología respondiendo a la necesidad propia de interpretar un papel de uno u otro modo!
Sin embargo, lo que de verdad libera es desprendernos de nuestra personalidad sexual impuesta socialmente. Cuando nos preguntan: ¿Quien eres?… No dudamos: «Soy una mujer ( o un hombre) que…».
Somos muy conscientes de nuestro sexo, aunque somos ambos a la vez. Esa identificación supone negar parte de nuestra naturaleza. Reprime además el poder actuar empleando los dos hemisferios cerebrales con la misma fuerza, el mismo dominio.
La Vida quiere especialidades, que cada ser sea primero aquello que parece ser, para terminar expresando la imperiosa necesidad de integrar todo el conocimiento adquirido en ese viaje desde un rol con sus condicionantes para aportar cada experiencia, enriqueciendo al colectivo. Cada especialidad suma su granito de arena en la construcción de una existencia magnífica.
Cuando decidí estudiar pedagogía, me entusiasmó la idea de concebir la humanidad como un hormiguero. Nadie sobra, todos cuentan, independientemente de que su tarea tenga una repercusión u otra. Pensé que podía mostrar, enseñar, esa complementariedad del trabajo y esfuerzo de la multitud. Me parecía genial cómo cada ocupación humana unida a movimiento total, hace posible que las cosas funcionen. Sólo había que remunerarlas equitativamente.
Escuché en la radio a un señor cuya tarea era limpiar alcantarillas en Madrid. Muy satisfecho de su labor, era plenamente consciente de que sin su trabajo, tan poco valorado por otra parte, la enfermedad y la muerte se apoderarían de su ciudad.
Tradicionalmente el mundo se acostumbró al esfuerzo femenino y hemos vivido muy cómodos sin verlo, sin apreciar cómo descansa sobre esa ocupación sin horarios nuestro bienestar. Las mujeres mismas tampoco lo han valorado.
Una casa que funciona tiene detrás a alguien que se ocupa de eso que mencionan tanto lo políticos: LA INFRAESTRUCTURA. No me refiero sólo a que la ropa esté lista para usar, la compra hecha para poder alimentarse, o que las facturas estén pagadas y podamos disfrutar del teléfono, la luz o el agua. Una mujer-madre es un espíritu que rodea cada detalle del hogar manteniendo su atención sobre cada hijo/a, situación, el sentimiento que expresa el marido, la visión sobre el futuro inmediato o lejano, atendiendo a la salud de los suyos, manteniendo el nido confortable y práctico para que llegar a casa suponga el descanso de todos los guerreros con los que convive. Llegar A CASA es sentir paz, porque hay una persona que cuida cada aspecto invisible y visible de la convivencia.
Igualmente alguien ha de dominar el mundo exterior, saber moverse en él, avisarnos de amenazas, ventajas y acompañarnos para hacerlo nuestro y cómodo también. El hombre primitivo por su tamaño y fuerza protegía de auténticos peligros, se asociaba a otros para proveer de alimento y se manejaba en el espacio en general muy bien, con una soltura fruto de sus movimientos por terrenos hostiles. Hoy no te comerá un oso cavernario…Pero quedan muchos «osos» que ellos han tratado antes, muchas actitudes y conductas, que en un mundo de hombres viene bien conocer.
¿Qué es mejor? Es absurdo incuso planteárselo. Ambas experiencias son vitales, ambas tareas se unen para que un hijo pueda crecer, desarrollarse y evolucionar. Somos un equipo y es fantástico que nuestra dotación de medios permita a nuestros pequeños apropiarse de aquellos conocimientos, que pueden tener en cuenta a la hora de vivir sus vidas, aportando su novedad.
Cuando una mujer «se vive» sola, cree que arrastra sola la vida familiar, impide que los demás aporten sus esfuerzos. Los hijos traen formas nuevas de afrontar viejos retos y merecen escucha. Los que viven para el exterior traen noticias, que repercuten en el interior. Si vives para crear un oasis ante los roces de la vida, has de saber la valiosa labor tuya al permitir descansar del estrés de la actividad externa. No está sola si se siente fuente de agua para los demás, si hace y es feliz dando. Dar no nos cuesta tanto a nosotras. Tenemos medios naturales para ello. Y si un día te levantas cansada de dar, deja de dar. Permíteles ocupar sus puestos, sin pretender que tu casa sea solo tuya. Conocí a un señor que bromeaba con su mujer: «Te voy a comprar una casa para la que la tengas a tu gusto y nos dejes «vivir» al resto en ésta como nos gusta».
Oigo a menudo:
«Es que lo ponen todo…» » Es que si yo no … Entonces esto es el caos».
Fui esposa al comienzo así también. Imponía mi orden, mi sentido de la limpieza, mis CONDICIONES. Cuando él no las respetaba, me sentía desconsiderada, infravalorada, descuidada…¿Mi trabajo no era evidente? ¿No podía mantener tan sólo lo que yo construía? Poco a poco, cualquier señal de lo que yo llamaba «desconsideración», me hería hasta el punto de odiarle. Me negaba a aceptar sus muestras de cariño o de sensualidad…La «cama» era mi chantaje. «¿Quieres cama? ¡Respétame!», pensaba yo…
Hoy siento qué insensata fui. Quien primero no le respetaba era yo. Era tan claro para mi que estaba en lo cierto y él erraba…De paso, me perdí mil momentos bonitos con mi chantaje.
Damos importancia a miles de detalles. Somos sargentos organizando el patio de operaciones, obligándonos a un estado constante de vigilancia agotadora.
Recuerdo detalles…, de antes de enviudar. Por ejemplo: Llegábamos de la compra. Él abría la nevera. Yo miraba la puerta abierta. El frigorífico perdía calorías que supondrían un gasto de energía, un coste adicional a nuestra factura de luz. Me irritaba tanto percibir «su descuido», que por más que se lo dijese no lo tuviera en cuenta, que mi hostilidad era creciente y brutal. Podría haberle matado.
O veía cómo se levantaba para irse a dormir sin colocar los cojines del sofá, que luego yo tendría que colocar… O dejaba las puertas abiertas, enfriando la casa…, o cualquier otra pequeñez.
Ahora… ¿¡Cuántas veces dejo el frigorífico abierto!? ¿¡Quien no coloca los cojines!? ¿¿¿QUIEN DEJA PUERTAS ABIERTAS, incluso la luz encendida???
Y entonces…, veo a mi pobre amor sometido por mis manías, entonces motivo de tristeza infinita, porque convertí aquello en piedra de choque, en falta de amor hacia mi.
Cosillas, que anotas e interpretas a tu aire, dándoles un valor que no coincide con el suyo… El horror está preparado. Sí: HORROR. Sumamos unas a otras y te dices que no le quieres, que no te quiere… ¡Mejor cada cual por su lado! Ni siquiera he mencionado temas graves.
Un amigo decía: «Vivir en pareja es compartir cama, mesa y retrete. Ahí se define la felicidad de una pareja. Y aun si a priori resulta banal, la repetición de conductas puede llegar a revolvernos tanto, que una gilipollez se torna un agravio insoportable. Es la gota que colma el vaso.
( CONTINUA EN «guerra de los sexos 2»).