No vamos a negar que hombre y mujer son diferentes. Uno está regido por el hemisferio izquierdo, que atiende a lo de fuera a grosso modo, a los datos, a la acción. Es una forma abreviada de describirlo y pobre. La otra ha tenido que poner a tono su hemisferio izquierdo porque el mundo actual prima lo masculino, pero le tira mucha más el derecho que mira actitudes no acciones, que siente más que piensa. Es también una pobre descripción, pero aceptármelas para exponer lo que pretendo.
Si yo me cierro en una actitud puramente femenina jamás comprenderé una parte de mi que permanece oculta, pero pide pan tanto o más cuanto nos negamos a verla. POR ESO APARECEN HOMBRES que son machos despiadados. Estamos atrayendo justamente eso que no queremos ver dentro. Por otro lado, si como hombre te cuesta aceptar negar que sientes, que hay más que fútbol, por decir algo, visiones políticas y trabajo que resolver, estarás atrayendo del mismo modo todo cuanto no puedes despertar en ti.
Esa forma de vida se parece a caminar con una pierna, como oír por un oído, o mirar sólo con un ojo. ¿Habéis probado a conducir, si quiera un instante, tapando un ojo? Lo que ves está tan escaso, tan handicapado…
Si naciste hembra probablemente en la cama te apetecerá que te estimulen, que te provoquen, que te mimen…Y Curiosamente a ellos les enorgullece ser capaces de conseguir de nosotras placer. Eso no implica que de pronto te posea un león y quieras ser tu quien parte el bacalao. Y en lo cotidiano, seguramente ves muchas cosas que a él no le han permitido desarrollar. Siempre estamos a tiempo de ser mínimamente madres, en el sentido de permitir que desarrollen, si no lo manifiestan, actitudes que cercenaron sus madres al educarles de una forma machista. Y ellos pueden despertar en nosotras intereses nuevos, porque a nosotras nos mueve el amor y buscamos la felicidad. Sin ellos colaborando, el explosivo periodo del enamoramiento perderá fuelle y llegará el reproche seguido del NO TE QUIERO, más tarde o más temprano.
Nadie dijo que crecer fuera fácil. Está claro que quizá no nos merece la pena el intento. Pero de no hacerlo, el punto negro de tu yang, o el blanco de tu ying, va a impedirte ser feliz. No es raro. No es posible negar lo que somos eternamente.
Esa necesidad de poseer a todas las mujeres posibles, incluidas las que sólo serán una forma puntual de desahogo sexual, es una condición añadida al paquete HOMBRE. La necesidad de dar vida de muchísimas mujeres va sumada al paquete MUJER y hará buscar hombres que ofrezcan un futuro estable, hasta el punto de aceptar parejas en ocasiones por lo que ofrecen y no por lo que nos hacen sentir, pues miramos hacia el hijo. Y la teoría de que un hombre que se acuesta con otra no nos ama es tan boba,como creer que si nunca lo hace, no lo desea.
Sin entrar en efectos culturales, la naturaleza probó infinidad de formas de emparejarnos. Lo que busca es continuidad en las especies. Está formando de una infinitas imágenes e ideas tantos seres como rica es en posibilidades, creando una forma que admita el amor sin dudas. Hay una cantidad infinita de esas posibilidades esperando existir, probar la vida desde otras versiones, buscando fórmulas validas para continuar en un mundo de paz.
Es evidente que la perpetuación de dos sexos es una fórmula oportuna. La mayoría de especies se reproduce gracias a dos sexos. Y los sexos marcan en principio unas características claras. Luego los individuos evolucionan y gracias a eso superamos características que eran condicionantes y después son secundarias.
Una noche de tantas, me levanté de nuestra cama angustiada, cansada de no ver un futuro claro ni a nuestra pareja, ni a nuestra vida. Reflexionando percibí, que aun si yo creía estar siendo guiada por mi esposo, de hecho nuestra familia la llevaba yo. Mías eran las decisiones sobre cuantos aspectos determinaban y nos preservaban del desastre económico y emocional. Sin lugar a dudas hube de reconocer que el cabeza de familia era yo. No lo quería así. Era la realidad. Y acepté un papel, que en mi casa tenía mi padre. Dejé mi vocación: ser mujer y madre en el hogar para trabajar fuera, atender en forma más escasa a mis hijos, impidiendo que nos pusieran de patitas en la calle con nuestros muebles y dos pequeños que no sobrepasaban el metro.
Desde entonces he usado mucho mi cerebro izquierdo. He hecho números, he escogido qué hacer para que los míos tuvieran lo elemental, para no robarles el tiempo que merecían…, he tomado decisiones sola sobre la vida exterior e incluso sobre la muerte de mis seres queridos…, he traído dinero a casa…El hombre escondido en mí ha emergido sin que fuera consciente de ello al hilo de los acontecimientos. Pero lo que ya estaba, mi sensibilidad, mi espíritu artístico e imaginación, mi maternidad concernida por cada desvío del bienestar, cuanto ya era como mujer no se durmió. Soy más rica hoy que ayer, cuando pretendía que el mundo de fuera no me interesaba.
Fue casi cómico. Mi madre vino unas semanas a vivir con mis hijos y conmigo, mientras yo preparaba oposiciones a maestra y trabajaba. Hubo una ocasión donde sentí que ella tomaba el puesto de madre y me trataba a mi como al varón. Llegaba de noche, me contaba los tropiezos con los críos, me pedía que pusiera orden… Y yo charlaba con ellos, les instaba a ser obedientes. Parecía una escena de película, aunque yo era la actriz haciendo de papá, siendo no obstante la madre.
Situaciones como esa delatan transformaciones en el rol que uno creía suyo y compruebas que eres mujer y eres hombre, sin mirar tus genitales y olvidando que la sociedad te mira y ve una mujer.
No hacía un año de nuestro matrimonio, cuando tras una noche sin dormir esperando a mi hombre ausente sin motivo y sin dar señales de vida, me confesó ebrio que me había puesto los cuernos. Ni rechisté. No le dirigí la palabra en dos días. Ella o yo. Estaba muy claro. Ahora veo esas escapadas de los hombres de distinto modo. Desde luego no rompería mi relación por ello. Querría saber qué representaba ella para él, pero comprendería.
La idea occidental sobre la fidelidad en las parejas nace de una época en que matrimonio y amor se unieron. El matrimonio fue desde tiempos inmemoriales una sociedad de dos para crear familias. Se miraban los haberes para que la «empresa» no se fuera a pique y los hijos tuvieran el futuro asegurado. En el siglo XIX aparece una corriente internacional: el Romanticismo. Tiene mucho de lúgubre, de desesperación y de finales truncados. De él quedó un aire que se impuso y ahora parece increíble tolerar una relación en la que haya más de dos.
Cuando Lady Diana Spencer delataba a su esposo en Tv millones de mujeres sintieron que la razón estaba de su parte. La tradicional monarquía británica entendía la relación de Charles como normal. ¿¿Cuántos reyes antes tuvieron tantas queridas como trajes?? Casarse sellaba unos intereses donde el amor no era prioritario, ni necesario para la continuación de la monarquía. Y esto habla de un estamento social de elevado rango social, pero pasaba también a pié de calle.
Mi abuelo, hijo de su tiempo, tenía queridas y mi abuela jamás habló de él más que bondades. Murió en 1965. Sólo han pasado unos cincuenta años.
Tengo amigos de todas las edades. Uno joven con quien tomaba café un día, dejó de seguir la conversación que manteníamos en un bar al ver entrar tres mujeres jóvenes. La confianza me permitió preguntar. No eran bellezas. Vestían vulgarmente. No parecían finas y mi amigo me las describió por su físico. Una tenía «un buen par de tetas». Otra, un «culo interesante» y la tercera «admitía un polvo». Aquel día mi concepto de «hombre» se transformó. Fui plenamente consciente, lo expresaré rudamente, de que en gran parte el hombre ve «agujeros». De primer vistazo los hombres ven, mirándonos, posibilidades de coito, no personas con las que intimar o gente interesante con la que trabar contacto. Así me lo reconoció un joven inteligente, sensible, cariñoso, pero hombre al fin.
¿Están mal hechos? O…¿Estamos nosotras deficientemente configuradas?
La VIDA es sabia y no se equivoca. No van por ahí los tiros. Hay que profundizar mucho en cómo son ellos y cómo nosotras, viendo cómo nos complementamos y cómo la madurez nos hace cambiar hacia una visión del sexo distinta.
(CONTINUA EN: «Guerra de los sexos 3»).