BONDAD o TIBIEZA.

¡¡Pobrecillo/a!! Eso decimos al enterarnos que alguien padece una de esas enfermedades graves, esas que serán crónicas y/o degeneran en una muerte segura, o las que quiebran la vida por muchos medicamentos que recete un médico…

Y estoy segura que nos mueve la piedad y de que si pudiéramos se la quitaríamos de encima, aun si nos cae mal…. «El ser humano es fundamentalmente bueno» me dijo un banquero un día. «Las tarjetas se basan, como idea, en que en un alto porcentaje la gente es buena». Confieso que no lo comprendí, pero me explicó que el fraude con esos plásticos es muy simple, que de abundar más la pillería sería un sistema insostenible…

Si. Yo así lo creo. Somos buenos, lo cual no es decir mucho.

Hay una canción que canta:

NO HAY UNA HISTORIA MAS CIERTA QUE LA QUE OS VOY A CONTAR…

LA DE UN CHARRO MEJICANO, QUE ERA MÁS BUENO QUE EL PAN.

BIEN ES VERDAD QUE SIN DARSE NI CUENTA ROBABA…Y QUE AL ROBAR MUCHAS VECES INCLUSO MATABA…,

POR LO DEMÁS ERA, EL CHARRO, MAS BUENO QUE EL PAN.

Me impresionó en «El padrino», lo buen abuelo (Marlon Brando)  que el capo era, lo cariñoso y concernido como padre, cuando mandaba matar como si una vida fuese menos que un pedo. Y a mis hijos que ponían los ojos como platos cuando hablábamos de terroristas, les decía yo que la cara de uno de ellos no es diferente de otra cualquiera. El rostro homicida no delata sus actos y puede ser de lo más amable y educado…

BUENO, «ser bueno» es eso que te enseña tu casa, tu familia y la sociedad si quieres pertenecer, porque ser paria, vivir miserablemente, como un parásito, también se puede. ¡Como no!. Pero te aísla…Y eso casi nadie lo soporta.

Sin embargo estando nuestro mundo formado por buenos ciudadanos no se explica uno ni la suciedad de nuestras calles, ni la escalada de delitos, ni el numeroso porcentaje de corruptos, ni cosas tan sencillas como que los juzgados no tengan ya sitio para guardar tanta instancia en forma de legajo, montones de papel que enmoquetan los suelos de los juzgados. Denunciamos mogollón.

Siempre he pensado que las guerras las hacen desde los despachos los poderosos, y las dirigen generales, coroneles y tenientes.Pero quienes matan son los soldados, pilotos de  aviones cargados de bombas, expertos entrenados para tal fin. Gente en verdad «buena», padres de familia, con casa, con sentido de la justicia. ¿O no?

YO OS VOMITO TIBIOS…Porque no sois ni FRÍOS, NI CALIENTES. ( Del Apocalípsis).

La tibieza se parece mucho al «término medio», ese punto en donde se cuenta que está la virtud.

Hoy le diría a mi amigo banquero: No, no es buena la gente. ES TIBIA.

Y tibios somos cuando deseamos quitar a nuestro conocido su enfermedad terrible. De hecho pocos son los que van más lejos del: «¡Pobrecillo/a!».

La enfermedad nos repele, nos llama a la huida, a cortarnos el pedazo de quien la padece…Porque ser solidarios donando unos euros es bonito y conforta. Pero implicarse fraternalmente con el que sufre, eso es harina de otro costal.

Y soy la primera a quien esto  atañe.

Mi madre era la enferma…, eterna.

Hablaba a menudo de «mis dolores amigos», refiriéndose a esos que no tenían cura, que ni los analgésicos borraban. Saber al mirarla que otra vez alguna enfermedad «enemiga» la poseía me provocaba una náusea mental de rechazo, que difícilmente mi educación sostenía. Cuando le atacaba algo novedoso, mi interior escapaba del contacto frecuente, le hablaba lo justo y la abandonaba a su suerte. En el fondo la culpaba de estar otra vez indispuesta y justificadamente «inútil» para ser mi madrecita querida.

He comprendido muy dolorosamente, que quejarse estando así es inevitable con frecuencia. Aunque entonces yo creía, como casi todo el mundo, que el cuerpo es una cosa y la mente y el corazón unidos, OTRA.

¡¡Si supiésemos hasta que punto contamos nuestros secretos más íntimos cuando hablamos con tanto detalle de los padecimientos que tenemos, nos horrorizaría comprobar que nos desnudamos tanto o más que en la playa cuando  a pesar de las dietas prevacacionales resulta imposible ocultar los michelines y lorzas que sobresalen del bikini!!

A cierta clase de ciencia le interesa separar alma y cuerpo. Se nos llena la boca al decir que algo lo ha dicho el médico, o lo demuestra la ciencia. Desconocemos que un particular porcentaje de «científicos» lo alimenta el mismo gobierno que nos machaca a impuestos y los gobernantes que difícilmente rehúsan el poder. Y olvidamos también que los medios de comunicación no son inocentes ángeles que dan noticias con verdad, sino que apoyan una causa, la que sea, generalmente por y para los intereses de alguien. Desde luego a los estados sí les viene de perlas que CUERPO Y ALMA parezcan desconectados.

Lo que mis ojos veían cuando huía de mi madre era una persona, un cuerpo. Lo que no veía entonces es que un cuerpo es el cuaderno, el blog que describe con precisión milimétrica la conducta mental, las actitudes y emociones de su dueño/a. Por así decirlo, el «espíritu» vomita un producto llamado «cuerpo». Yo veo cuerpos y puedo jugar a ignorar el alma que lo mueve, la consciencia que lo alimenta y mantiene en pié.

PUEDO, evidentemente. Ya no puedo dejar ya admitir que por cada pensamiento, tan volátil como una ráfaga de viento, si me aferro a él y lo convierto en ciclón, tiene la misma repercusión, los mismos efectos poderosos de un huracán.

Un pensamiento sostenido en mi cabeza provoca una emoción. Es de cajón: La emoción será grata, o ingrata. Al cuerpo tanto le da. Pero las consecuencias de una emoción grata o ingrata se traducen en bioquímica interna en hormonas, encimas, o neurotransmisores que llegarán a mis órganos, sanos en la juventud y los irán moldeando, modificando o manipulando según sea tono de mi pensamiento.

Decía el poeta Bécquer:

«Los suspiros son aire y van al aire.

Las lágrimas son agua y van al mar.

Dime mujer…Cuando el amor se olvida…¿Sabes tu a dónde va?»

Era romántico. No sólo por la bella expresión en su verso, sino porque el romanticismo en literatura marca una especie de fatalismo en la vida acompañado de mucho dolor. Pero no conocía la física cuántica, ni el mundo microcósmico que expresan nuestras células.

Mi madre vista desde este otro ángulo, era un retrato físico de todas sus ideas, de sus amarguras, de cuanta falsa creencia fue su norte cada día de su larga vida. Ella me confesó una vez que «la vida era una trampa». Y no lo he olvidado.

Tras siete operaciones, alguna a vida o muerte, una cifosis, una escoliosis (ambas deformando de su columna vertebral), un tiroides que se hubo de extirpar, un hígado tocado y unas jaquecas recurrentes, mi señora madre había convertido su cuerpo en una pantalla donde se podía leer lo que creía de la vida, sus decepciones crónicas con la especie humana y qué «buena persona» era, de acuerdo a la educación que en su época era vigente.

Lo sé hoy, que estudio mis enfermedades a sabiendas de que hablan de mi, más que mi conducta o mis conversaciones.

No hay escisión ninguna, separación o división entre mi mente y mi cuerpo. O si lo preferís, entre mi alma y el vehículo que la soporta.

Cada bebé nace con una dotación genética que no implica padecimientos por sí misma. Es como si estrenara vida.  Trae un traje nuevo que puede diseñar a su conveniencia. De ahí partimos. TODOS. La salud es un derecho de nacimiento, como la respiración.

Y nos comportamos de niños y sobre todo de jóvenes, como si no tuviese posibilidad de desgaste.

Y justo ahí, en la niñez y la juventud el proyector, la mente, empieza a dejar salir el film que será en la película de nuestra vida. Nadie lo quiere saber. Y cuando las primeras dolencias surgen  llamamos a la puerta de la medicina con preocupación sincera, para que el médico nos cure.

Antaño se recurría a los y las curanderas, gente con conocimiento de plantas y sus beneficios, en general sabia, que indicaba cambios en la alimentación o añadidos a la misma y …CAMBIOS EN LA CONDUCTA, a través de «hechizos misteriosos», que en realidad eran un toque a nuestra conciencia mágica de lo desconocido. Pues un desconocido es a fin de cuentas nuestro organismo. Y donde no hay juicio o razón impera lo mágico. Si uno les creía, se curaba. Si no, o si había pasado el punto de no retorno, se moría…antaño.

Actualmente manda la razón. Lo mágico ha perdido influencia y creemos que lo que dice el prospecto o la voz del doctor es válido. Incluso si a un amigo/a le fue bien la aspirina, el paracetamol o el ibuprofeno, yo tomaré lo mismo y en la misma dosis. Quien dice esos, puede coger otros cualesquiera medicamentos. Creemos que los cuerpos SON IGUALES…

¡¡Nada más lejos de la verdad!

Hoy hasta algunos médicos dicen: NO HAY ENFERMEDADES, sino enfermos.

Es decir que tu gripe no es como la mía, ni tu catarro tampoco, como no es mi diabetes como la tuya o mis jaquecas como lo son las tuyas. Y no ya porque cada uno es cada cual, sino porque tu cuerpo es el resultado de tu forma de ver y entender la vida y no coincide con la mía. Tu cuerpo es el vómito de tu espíritu y como tus vómitos DE TI SALE, de tus entrañas espirituales, psíquicas si lo prefieres, o de tu corazón si te gusta más.

Ya hay un sector de la ciencia que crece y apoya esta verdad. Y no es que sea partidaria de medicinas alternativas o de naturalismo en la salud. Sé que me curaré cuando crea en mí, no me curará ni un médico, ni una medicina. Si pongo mi fe en ti, tendrás poder para curarme. ¡¡Lástima que gaste en creer en ti y no en mi misma, mi energía vital!!

No hay virus más potente que la baja autoestima. Nada desgasta tanto nuestra inmunobiología como los malos rollos, las penas infinitas, los vídeos mentales de las miserias que creo y acepto como propias… Lo que me defiende de los radicales libres es mi fe.

Ese nombre es gracioso: RADICAL y libre. Radical o sea definitivo, determinante y encima, libre.

Pues sí. La vida real está poblada de bacterias con las que comemos, defecamos, hacemos las tareas del cuerpo, ese que es nuestro pero parece ir por libre…La vida real está poblada de «agentes» o sea cosas que actúan, y que viven de poseer, parasitar otras vidas. Son en su mayoría parásitos amigos, como los dolores de mi madre, sólo que no sólo no dañan, sino que sin ellos moriríamos. Ser parásito no indica siempre la amenaza del mal.

 

Lo que crea salud es un buen espíritu, una forma sana y fraternal de vida. Uno que sea listo sabe que sin los demás no hay vida. Podemos exigir que nos respeten. ¡Claro! Pero la única forma constructiva de respeto es aquella en que comprendo que lo que me daña, mejor lo resuelvo, porque si resulto dañado soy como un virus buscando un cuerpo al que infectar. Y eso es tanto como decir que soy la causa de una epidemia.

Si alguna vez somos capaces de entender que mi vida no puede ser, ni ha sido jamás mía sólo, podremos empezar a cuidar del otro como lo haría de mi en el mejor de los casos. Es puso egoísmo si queréis…Pero mis pensamientos no son importantes si no me corrompen, no hieden y son positivos. Si me dejo abatir tarde o temprano, esos que oyen que tengo cáncer, por ejemplo, y huyen de mí, pagarán las consecuencias.

A lo mejor creemos en nuestra ignorancia que basta con alejarse. Pero basta saber que otro ser humano ha caído para ahondar en mi creencia de…»¿Y si me toca a mi también?» ¡¡YA ESTÁ EL DAÑO HECHO!!

¡¡Como todos los cuerpos son iguales, según creemos…!!

Mi salud es mi fe. Y mejor, si creo en mí.

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