Ayer pensaba que los varones de mi clase son idénticos a los macacos macho de Indonesia. Como primates que somos pelean entre sí, pues aun están muy lejos de la madurez y prima en ellos el instinto. Sí, ese mismo instinto natural que compartimos con otros primates sin un córtex evolucionado. ¿Tiene sentido prohibir que peleen?
Esta primavera ha ocurrido algo en clase que merece mención.
Conocía un experimento hecho por un japonés Ichiro Hashimoto con cristales de agua. Recorrió la tierra recogiendo muestras de agua. Las congeló y estudió bajo el microscopio. Por ejemplo, tomó agua sometida a la vibración sonora de música Hard Rock, o agua putrefacta, o aguas de manantiales y oasis… Y nos propone coger tres tarros con arroz y dos dedos de agua, cerrarlos y rotularlos: uno con MALO, otro sin escribir nada en él y otro que ponga BUENO.
Como si fuera una bella mascota amada se le habla durante dos meses o tres al tarro que pone bueno con alabanzas y buenas palabras. Al que pone malo se le maldice e insulta y al “sin letras” lo ignoramos. Pasado ese tiempo abrimos los tarros y olemos, a parte de mirarlos.
Hacía tiempo que quería probar esto en clase. Pero la clase es un viaje a lo alucinante siempre y esto no salió como Hashimoto predice. Lo que en mi clase ocurrió fue que no llegamos a los tres meses. El experimento fue de otra índole. Mucho más rápido.
A las nueve, dos clases escuchaban la propuesta de hacer el experimento. Y provocó su atención. Colocamos a la vista de ambas clases los tarros “BUENO” y “MALO”. Ocultamos el que iba sin letras en un espacio común: El servicio, con lavabitos a su altura y retretillos para sus diminutos traseros. Tras colocar todo era hora del recreo y nos fuimos. La consigna era decir palabras feas y desagradables al tarro malo y bonitas y gratas al bueno.
Al volver del recreo como siempre entran al baño. Ddos o tres niños vienen a pedirme explicaciones alteradísimos, porque “fulanito” había dicho “IMBÉCIL” al tarro malo. Acostumbrados a la prohibición absoluta de no decir “palabrotas” ni insultos, oír a un compañero insultar así, aun al tarro, era transgredir la norma. Yo respondí que no había hecho nada malo fulanito, que muy al contrario, ESO era justamente lo que había que hacer con el tarro malo.
Como si fueran escopetas de repetición, una avalancha de diez o doce entraron en el baño a gritar, menos tacos, todas las palabrotas que conocían sin dilación y sin parar. Parecían poseídos, como la niña de la película “el exhorcista”, sin que vieran el momento de detenerse.
Me entró la risa. Me contuve, porque aquello era serio. Se supone que en “el cole” no se insulta… Y de insultar al tarro a insultarse entre sí no habría mucha distancia. Pero ¡Qué va! Sólo insultaban como descosidos al tarro. Del bueno se olvidaron y durante unos tres o cuatro días no dejaron de gritar e insultar a susodicho tarro. Sólo al tarro.
Hace unos años tuve otra idea,relacionada con la PAZ. Puse un lugar de la clase dedicado a relajarse, a irse cuando se sintieran enfadados con algo o alguien, donde sólo se podía hacer eso. Tuve que suprimirlo. Se convirtió en una excusa para no hacer el trabajo que yo proponía y escaquearse.
Uno ha de reflexionar ante cosas como estas.
El rincón de la paz fue un fracaso. El de los insultos un éxito desmesurado.
¿¿¿QUE PASA en estas criaturas inocentes, que sienten que la paz es sólo un motivo para distraerse del trabajo e “ir a la guerra de palabrotas ” sale espontáneamente y con tanto afán???
Adivino que la paz no está exenta de violencia, o al menos de VIDA. Y agredir, forma parte de vivir.
Eso me cuenta a mí lo que en Chernobyl descubren ahora con asombro los científicos que estudian ese radio de 30 Km. en torno al lugar de la explosión de 1986. Lo mismo que ni la deplorable decisión de un gobierno al tirar una bomba atómica pudo provocar deseo de venganza u odio, sino sólo deseo de PAZ real entre los supervivientes de la zona cero de Hiroshima, otra paz se ha instalado en Chernobyl…
PAZ. PAZ… ¿Hay paz en la batalla, en las peleas, en las múltiples agresiones que los hombres nos “regalamos”?
La respuesta inmediata es NO. La paz es la PAZ y cualquier forma de agresión es violencia y guerra…, y la guerra es nociva, perversa y hay que anular todo enfoque humano que alimente la violencia.
¿De veras?
Llamamos salvaje al mundo en que la ley del más fuerte fomenta la vida y no entorpece un instante la proliferación de especies y de animales que mutan para proteger la suya.
En realidad lo de que el León es el rey de la selva es una estúpida metáfora humana, porque el león no reina. ¡Ya le gustaría! ¡Ni si quiera es el más fuerte!. Hay hienas, elefantes, jirafas, que ponen en entredicho su poder…, y otros poderosos animales como hipopótamos o cocodrilos, que pueden disputar ese título, porque un león se cuida mucho de beber sólo si el cocodrilo tiene la panza llena y comer hipopótamos muertos. Cazan herbívoros, animales come-hierbas.
Somos nosotros los que hemos supuesto que, como entre nosotros siempre hay jefes, también la jungla los tiene. ¡Nada más falso!
El mundo natural, ejemplo de organización y equilibrio estable, no suprime a nadie, ni desprecia ni una sola bacteria u hongo. Cada pieza, cada elemento, tiene unas condiciones de vida que coordinadas entre sí crean un habitat, un ecosistema muy sostenible.
Pero ahí, en un ecosistema, la violencia es parte del equilibrio.
Cuando un orca golpea y parece que se divierte antes de asestar el bocado final al lobo marino, una foquita, esas que tan monas parecen en los circos y acuarios con shows para nuestro deleite, no hace otra cosa que anestesiarla, que preparar su digestión. Si esta por dentro apaleada la digerirá con menor dificultad. Que llamemos asesinas a las orcas es de todo punto una consideración humana, porque ellas sólo se alimentan. Además, no consiguen una foca cada vez que quieren y corren el riesgo de quedarse varadas por alimentarse a la vez que espabilan a las focas que sobreviven a su intento de caza y evitan si se las comen, que se multipliquen más de la cuenta.
Es decir:
El mundo natural admite la agresión, la fuerza y la violencia sin que la paz de su mundo sea otra cosa que una perfecta estructura de vidas conectadas entre si, en el ejercicio de vivir y morir, sin que las especies desaparezcan. La naturaleza opta por la vida…
No censuro a quien come o prepara carne/ pollo.
Quiero resaltar nuestra inmadurez. Es tal, que llamamos asesinas a las orcas y nosotros somos civilizadísimos cuando pagamos decenas de euros por un plato hecho con animales desnaturalizados y sin derecho a una vida animal digna. A eso no le llamamos VIOLENCIA. Eso es gastronomía.
Para mi la reacción de mis peques fue una lección. Toda la agresividad prohibida en las aulas, recreo incluido, salió por sus bocas cuando se les permitió por fin….INSULTAR. Lo de menos es que fuese un tarro.
Y si ellos de reconocida inocencia llevan guardada, tremendamente REPRIMIDA, por la civilizadora acción de familia y escuela tanta violencia…
¿¿¿NO SERÁ QUE ESTAMOS CONFUNDIENDO LA PAZ al restarle la violencia que la sustenta?
Ningún periodo de la historia humana a logrado una verdadera paz. ¡¡Y mira que hemos castigado la violencia incluso!!
De hecho esta paz de dos generaciones en Europa está sembrada de acciones de unos cuantos que creen que están en guerra con el resto. Los llamamos terroristas, porque interrumpen nuestra paz llena de ladrones de guante blanco, de desahucios, de desigualdades sociales impensables en un mundo al que sobra riqueza y falta cabeza y corazón para distribuirla.
Y a pesar de que algunos de los de arriba nacieron abajo, cuando suben se dedican a robar, a consolidar su poder como gobernantes, en vez de crear leyes que favorezcan el equilibrio. Y casi todos los de abajo envidian su poder adquisitivo y maldicen el vil metal, que no está…¡Vaya por Dios!…, a su alcance. A ese estado de cosas llamamos PAZ.
Somos hijos de la Paz. No tengo la menor duda. Pero aun somos como mis alumnos: No controlamos la competitividad, confundimos la excelencia con los resultados puntuales y la polución a la que contribuimos con tanto desodorante y duchas varias al día, no la llamamos contaminación, aunque de hecho esté creando un agujero por donde nos quemamos vivos. SOMOS INCONSCIENTES, cual infantes de 5 años.
También se atribuye a Jesús haber dicho que “no es lo de fuera lo que contamina al hijo del hombre, sino lo que de dentro emerge”.
¿Qué? Pues ese infantilismo crónico, exento de confianza renovable que sí poseen nuestros niños y de sinceridad aplastante, mezclado con fe en la vida.
No es una bomba atómica, ni las guerras, frías o calientes lo que nos contamina e impide una paz interior o externa. Es nuestra inmadurez interior que se refleja fuera.
Alguna vez comprenderemos que merece la pena confiar, ser positivos y no quedarse en el vídeo mental de la desgracia de ayer. Al niño no le queda otro remedio que dejarse civilizar. Pero si “civilización” es la paz de la que soy hija, francamente prefiero Chernobyl e Hiroshima, aunque pierda mi vida por ello. QUIERO UNA ESPECIE HUMANA MADURA. No vieja y corrupta… La quiero congruente con su perdurabilidad como especie.
La misma energía que nos levanta de la cama para ir a trabajar, que es violencia pura, puede tomar otro camino, ser la fuerza que mata a un semejante, lo critica o lo abandona a su suerte. Sólo se trata de buscar una salida constructiva a lo que somos.
La salud de nuestro planeta depende de que aceptemos que somos violentos y conocido ese hecho, actuar para que nuestra agresividad sea fuerza motriz y no devastación y muerte. Además es sano también para uno mismo.