Jugando al «teléfono escacharrado».

¿Quien no ha jugado alguna vez al «teléfono escacharrado»? Alguien dice al oído de otro una frase breve. Este la repite a otro y ese a un tercero, hasta que el último cuenta al primero lo que le acaban… NUNCA llega el mensaje que se emitió sino una deformación, incluso contradice a veces el mensaje original. Conocemos ese factor de riesgo que tiene contar lo sucedido, aunque sabiéndolo no dejamos de emitir opiniones y comentarios sobre una historia que nos cuentan, por cortita que fuera.

Ignoramos un elemento crucial además, llamado INTÉRPRETE. Hace relativamente poco se descubrió a este «intérprete. Es algo así como el jefe de una centralita en nuestro cerebro. No informa sobre el total de la información de que dispone y lo hace sesgadamente. Habría grupos de neuronas que contienen datos por así decir, con información sobre distintos temas y se la pasan a nuestro jefe de centralita. Serían unos doce módulos. Uno retiene la información sobre absolutamente todo lo vivido por nuestra especie, cómo evolucionó, cómo llegamos a ser «humanos». Otro dispondría de cuantos estímulos perciben los órganos en tiempo real, lo que los sentidos captan, como calor o frío, malestares varios o placer… Otro tiene nuestra historia personal desde que el óvulo de mami y papi se unieron. Se podría decir que el abanico de conocimiento que posee nuestro cerebro es inmenso y va mucho más allá del tiempo.

Sólo un handicap: El intérprete no suministra sin más lo que recibe de los módulos. Lo procesa de acuerdo a nuestro tipo de personalidad. A un atrevido no le da información que le arredre. A un tímido no le estimula a expresarse. A un pesimista no le da noticias alentadoras…Y así sucesivamente. Y el intérprete es eso que yo creo saber a ciencia cierta. Eso, que si nos preguntan afirmamos conocer al dedillo, porque lo hemos visto u oído personalmente. Nos fiamos a pies juntillas de sus dictámenes, cuando en realidad es tan subjetiva su forma de devolvernos la realidad que sentimos y observamos, que es de risa que alguna vez podamos estar «»SEGUROS»» de algo.

Si, porque en verdad entre que opinamos a la ligera, sin contrastar las versiones que escuchamos y que lo que recibimos lo procesa nuestro cerebro de esta particular forma, es pura coincidencia que digamos alguna verdad.

No es que mintamos. No hay voluntad de engaño, sino incapacidad de saber qué ocurre realmente, porque nuestro suministro de información no es fiel a lo que hay sino a cómo cree que queremos recibirlo. Añadid ahora el factor TELÉFONO ESCACHARRADO, real como la vida misma y uno se pregunta:

¿¿Cómo me atrevo a emitir un juicio sobre nada???

Voy a contar algo que me ha ocurrido para ilustrar esto.

Tengo una forma particular de andar. Procuro ir tiesa, porque mi madre decía que los altos siempre «criamos joroba». De hecho mi fisioterapeuta dice que tengo inusualmente recta una parte de mi columna… Mi voz es potente. Me cuesta hablar normal, tal vez porque no siento que deba esconderse nada…Y soy bastante visceral. Cuando algo me concierne y no va a mi gusto lo expreso, dando con frecuencia la impresión de estar enfadada, cuando sólo defiendo una postura.

Hay quien juzga esa apariencia y cree que soy dura, inflexible, dispuesta a comerme a los niños crudos…No es muy conveniente parecer eso cuando eres «profe» de tiernos infantes de 3, 4 y 5 años de edad…¡ Pero del mismo modo que no puedo quitarme centímetros de mi estatura, tampoco puedo cambiar mi forma de ser, de producirme! Y no es que no lo haya intentado…Pero si lo hago me mustio como una flor sin agua y me siento como presa en una jaula incomodísima, o un vestido muy ajustado. Decidí hace algún tiempo no jugar más a ser como no soy y aceptar los inconvenientes de aparecer como soy. Sin embargo a veces hace pupa que te juzguen por fuera sin darte la oportunidad de conocerte ni un poco. Recientemente una compañera me dijo que he sido el gran descubrimiento de nuestro colegio desde que llegó. Me veía de otra forma y la convivencia le ha mostrado otro ser humano que desconocía. Ahora hasta le gusto…

Este año ocurrió cerca de mí un hecho. Alguien insultó a un superior. Las reacciones son de lo más curioso, sino fuera porque se ha dañado la fama de un ser humano y yo casi caigo en la trampa de creer al pregonero. Algo me empujaba a buscar más allá y hablé con casi todos los actores del hecho. Realmente ni aun después de hacerlo sé qué pasó, pues nunca recordamos con exactitud lo ocurrido, quitamos partes y añadimos nuestras sensaciones, como si fueran fidedignas. Te encuentras incluso con versiones que se contradicen y no puede pasar una cosa y su contraria. No obstante los actores jurarían que su versión es auténtica.

¿¿MENTIROSOS?? No. No intentan si quiera que les creamos muchas veces. Creen decir lo que ocurrió, pero sólo con una película tomada y con distintas tomas se podría llegar a lo cierto.

Recuerdo por ejemplo la famosa «cobra» de David Bisbal, el cantante, a su otrora pareja Chenoa, que recibió miles de visitas en la red. Una cámara parecía mostrar un rechazo de David a Chenoa y otra toma permite ver que no hubo tal. Pero el mundo del corazón ya había sentenciado un acto que no fue como se contó y millones de personas apoyaron que David es un idiota y ella una víctima.

Hay una regla entre los diez mandamientos de la ley judáica, la número ocho, en la que casi todos colaboramos. ¡Incluso sin malas intenciones! Nos sumamos a falsos testimonios que pueden destrozar la imagen, la fama de otro ser humano.

Hace mucho de esto. Una de mis alumnas de tres años era tan independiente, que conseguir que te escuchara era poco menos que imposible. Tenemos una regla en el recreo. Hay un tobogán. Pero sólo pueden tirarse por él sentados con los pies por delante. Sabemos que es una gozada tirarse de boca, o sentados transversalmente, pero de esa conducta pude derivarse una caída o un golpe, razón por la que se impuso la regla. Pues aquella pequeñaja mía, por más que le dijeses como tirarse lo hacía siempre de boca. Traté de retenerla de mi mano si se tiraba así, ya que si la mandabas a la esquina donde había que ir cuando rompías las reglas, no permanecía allí más de tres segundos, sin esperar si quiera a que dejases de mirar.

Ocurrió que un día estaba yo regañando a otro peque. Esto sucedía junto al tobogán. Por el rabillo del ojo vi a mi niña tirarse, cómo no, de boca. Y me giré y sobre el anorak bien gordo que llevaba, aún hacía frío, le di un azote en el culo al «aterrizar». El susto de ser pillada in fraganti y el golpe, que si bien no era fuerte en absoluto, le impactó, le hicieron montar una serie de berridos que duraron un rato. En modo alguno la había herido. Ni si quiera su orgullo, además ella me quería mucho. Desde entonces no corrió más ese riesgo. Aprendió la lección.

Cuando eres responsable de las vidas de gente tan menuda se utilizan reglas, que de ser yo su madre seguramente no le habría impuesto. Pero civilmente tengo esa responsabilidad. Si llega a haber heridas, puede incluso ser penal. ¡Es muy serio ser cuidador de los hijos de otras personas!

Los otros niños expandieron la noticia. No me culpaban. La culpaban a ellas. Pero muchas madres me colocaron el cartel de maltratadora.

Nunca me he repuesto del todo de ese maravilloso cumplido…Entonces intentaron que la madre de mi alumna me denunciase. Ella me confesó que cómo iba a hacerlo, si al sábado siguiente su hija protestaba por no poder venir al cole conmigo. No quiere uno ir con quien te maltrata…Menos una persona como aquella niña a la que obligarla a hacer lo que no le gustase era imposible. La madre supo, porque conocía a su niña, que yo no la herí.

Pero mi fama, de boca en boca, quedó para siempre maltrecha. Ni siquiera que niños y niñas de otras clases me busquen y me saluden contentos, o que los míos corran a besarme cuando me ven con sus padres fuera del colegio ha logrado dejar claro, que a un maltratador no se le busca, ni se corre a besarle, abandonando el refugio seguro de la mano de tus padres.

Cuento esto hoy, porque si no me hubiera empeñado en hablar con las personas que vivieron un hecho reciente, también yo habría creído que se había actuado mal y que la persona acusada era una soberbia y muy poco consecuente.

Quiero desde este cuaderno virtual pedir que seamos muy cuidadosos al opinar sobre cosas que no vimos e incluso si las vimos.

Solo la verdad nos hace libres, pero captar la verdad se puede desde un corazón amable y amante, no desde el rechazo o desde asegurar haberlo visto u oído. El riesgo de dañar al otro es superlativo, extensivo en el tiempo y nuestro intérprete siempre es inexacto, por no hablar del «teléfono escacharrado».

 

 

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