Hace algunas décadas,. un investigador de la psique humana puso nombre a una realidad psíquica: No somos ni hembras ni varones, sino ambos y todos los seres humanos de esta tierra. Me refiero a C.G. Jung. y a su teoría sobe el ánima y el ánimus.
Hace milenios, los orientales dicen que al morir, las dos partes que se separan al nacer y se sitúan en la fontanella y en el ombligo, la parte femenina abajo y la masculina arriba, se buscan para encontrarse en el corazón. La explosión que su encuentro produce marca la muerte psíquica.
Hace más de cien años, un listo, René Descartes puso sin saberlo la base de nuestra actual vivencia de la vida: QUE MANDE EL CEREBRO, la comprobación de todo desde un punto de vista material. Me pregunto cómo se demuestra el enamoramiento, lo que el alma vive cuando cree amar con todo su ser, o cuando lo consigue o la calidad de una verdadera amistad.
Que no nos conozcamos, no indica que sepamos lo que hacemos. Y no nos conocemos.
Uno cree pelearse con su pareja, ver defectos en él o ella. Uno se cree separado, divorciado incluso de su «amor de antes» y actúa como si hubiese pasado página. Demasiado a menudo, la nueva pareja tiende a presentar problemas muy similares…¿Coincidencia? ¿Es que no sabemos elegir?…
¿No será más bien que los conflictos viven en lo profundo de mí, que los llevo puestos y que actuamos como si ocurriese fuera lo que dentro brusca una solución?
Si Jung y Oriente no se equivocan, resulta que yo tengo dos géneros viviendo conmigo, por más que mi aspecto sea de hombre o mujer. TODOS SOMOS VARÓN Y HEMBRA A UN TIEMPO.
Desde que somos concebidos en el vientre de nuestras madres tenemos que materializar un sexo. Y eso hace que al nacer y en adelante se nos estigmatice con la esperanza de que respondamos a las expectativas del Club humano, a saber: Si eres niña vestirás de rosa, jugarás con muñecas y sabrás ser empática. Si eres niño no darás cuenta de tus sentimientos, lucharás por competir para ser el mejor y follarás cuanto más mejor.
Lo curioso es que eso mismo hacían los hombres de neanderthal. ¡Ya es triste que varios milenios no hayan hecho cambiar nada de nada en las condiciones del club!
A una serie de consignas genéticas que van unidas a la psique femenina o a la masculina, sumamos además la clase de padre y madre que hemos conocido en casa, como modelos de género. Y luego la escuela y más tarde la sociedad en general, nos dice qué es ser hombre y qué es ser mujer.
Así, cuando yo me identifique como hombre o mujer, ya sabré que creer de mí, qué esperar de mis conductas y deseos.
Imaginemos que soy un hombre. Mis genes me han regalado testosterona a espuertas. y si tengo sensibilidad, como mis compis de infantil ya me lo van a demostrar, no hay peor cosa que ser una niñaza, lo cual hará que oculte todo lo que suene a femenino en mí. Eso, si pretendo tener amigos…¡Claro! Y si soy mujer, algo del mismo estilo pero con sentido opuesto, me ocurrirá. ¡Más me vale no ser fuerte, porque una nena, no es así!
Así, desde bien enanos nos bombardean para que nos apuntemos a ser lo que nuestros genitales cantan. Y ese otro yo de signo sexual opuesto quedará abatido y oculto, con suerte lo recordarás. La mayoría olvida que si es hombre, en él vive también una fémina y si es mujer, hay un varón escondido bajo su piel.
Y como decía, papá será el hombre por antonomasia y mamá, la mujer. Tenderé a copiar a mi mami si soy chica o a papá si soy chico. De este modo, el otro sexo de que estoy hecho tiene más bien nulas posibilidades de sobrevivir. ¡Nada de particular que ignoremos al otro sexo en nosotros!
Pero la ignorancia de una ley no nos exime de su cumplimiento.
Las leyes humanas podemos saltárnoslas, pero las de la vida…¡Va a ser que no!
Ese otro sexo en mí, por ignorado que perviva, nos dará la lata hasta que integremos una forma humana de ser que psíquicamente es por así decirlo, hermafrodita. Yo tengo que ser capaz de vivir con gozo el sexo sea hombre o mujer. Yo tengo que invadir el mundo para hacerlo mío de la A a la Z, porque eso es ser humano. Yo tengo que descubrir en mi mi capacidad maternal, tenga vulva o testículos. En suma, tengo que dar juego a mis dos sexos, o ya se encargará la vida de mostrarme mis desencuentros en forma de conducta de mis parejas, o de enfermedades que luego no sabré de dónde han salido.
Cuando observo comportamientos inauditos en mi enamorado/a, es porque en mí hay una clara intolerancia y la intolerancia es lo opuesto al amor. Todo lo que critico en ella o él pertenece a esa imagen formada en mi desde niño, sobre cómo debe ser un varón o una hembra, que no da cauce alguno a que el otro sea libre de ser como quiera y aun así recibir de mi las atenciones que todo ser humano merece, cuanto más aquel a quien digo amar, o querer.
Los divorcios no son en verdad de una persona con la que compartí un tiempo. De quien me divorcio es de lo que no acepto como perteneciente al sexo opuesto y vive en mí. Quizá mi padre/madre no eran así. ¡Cómo voy a tener yo por pareja un ser que no responde a las exigencias del club al que pertenezco! En realidad te divorcias de ti mismo, porque nada de lo que hay te es ajeno. Todo lo que hay es también tuyo y más nos vale admitirlo, porque somos seres humanos y como tales tenemos infinidad de rasgos comunes y nos ocurren cosas muy parecidas tarde o temprano.
A mí la huelga de ayer me parece bien intencionada, pero tristemente me preguntaba hoy mirando las imágenes, cuántas de esas mujeres que salieron entusiasmadas a las calles han unido en sí mismas al varón que son con la mujer que se muestra. Porque si como suele ocurrir están luchando contra el machista, el machista que vive también en ellas reaparecerá y desde luego la violencia crecerá.
Y lo hará porque la agresividad, la violencia es humana y no se vence, se conquista. Conquista de cariño, que es la única conquista que no pide luego venganza.
El machismo ha sido tradicionalmente sostenido y alimentado por las propias mujeres más a menudo de lo que estamos dispuestas a admitir. Las que criaron a hombres machistas no eran sus maridos, sino ellas mismas. Hemos sufrido, y no de ahora, en nuestras propias carnes la humillación de los golpes y de sufrir sabemos mogollón. Pero no hemos sabido que al primer hombre al que hay que amar está oculto en nuestro inconsciente y suele tener la imagen de papá o su opuesta.
Si papá era una fiera, si no nos reconciliamos con sus carencias, esas que le convirtieron en un agresor que nos pegaba azotazos, no habremos logrado entender nada. Si papá nos violaba, o abusaba de su fuerza y sigue dentro como un desgraciado, un cabrón imperdonable, encontraremos hombres que harán lo mismo con nosotras, porque la agresión y la violencia perviven en nosotros, y la forma de pedir que se reconozcan como fuerzas que dejaran de manifestarse, no es castigarlas con el desprecio más firme. Y si era un amor, tendré que comprender que su violencia y agresividad simplemente se inhibían, aunque estar, estaban.
La mayor fuerza que tiene una mujer consiste en AMAR sin condiciones, como lo hacemos con nuestros hijos.
Mi hijo podría ser un asesino, intentar incluso matarme y yo no podría evitar seguir sintiéndole mi niño, mi amor, por duro que fuera vivir esa situación. ESA ES NUESTRA VERDADERA FUERZA.
Todo cuanto de perverso surge del mundo, no hace otra cosa que pedir piedad, y que se reconozca que existe. Porque para que yo sea amorosa, en mi se inhibe la maldad de la que también estoy hecha. Y como en mí, en ti y en todo ser humano.
Llevamos demasiado tiempo viviendo queriendo ignorar que la mal llamada MALDAD es parte nuestra como la bondad y cada vez que nos sale de dentro nos sentimos despreciables porque en los demás nos parece abominable.
A lo mejor reprimirla, luchar denodadamente contra ella no es el camino. A lo mejor si dejamos de considerarla abominable y creemos sólo que forma parte de la vida, no necesite mostrarse más. Se muestra y cada vez con más saña, porque pretendemos taparla, como si fuera mierda y no es mierda. Tan solo existe y si la condenamos la estamos alimentando, porque nada que existe puede ser ignorado, pasado por alto o escondido sin que tenga terribles consecuencias.
Ese macho ibérico del que tanto nos quejamos, ese hombre que tanto desprecio nos causa, no es así por nada. Alguien le ayudó a sentir tanta rabia, tanto asco de si mismo, que sólo haciendo daño se venga de todo el desprecio recibido. Quizá la táctica sea otra. Quizá se trate de comprender y no de odiar, de esperar con fe y no maldecir y apartarnos de ellos.