Hawking

Era joven cuando le dijeron que le quedaban como máximo 5 años. Murió hace unos días con 76.

He leído sobre el por qué vivió tanto. Se paralizánban los músculos poco a poco, entre otros los de la garganta (por eso no podía hablar) y el diafragma, esencial para respirar. Y dicen, que cuando se presenta esto en la juventud va más lento, que si el suyo es un caso especial… Pero yo tengo una teoría:

Hawking no moría porque su espíritu era fuerte, su sentido del humos magnífico, y porque sus ganas de vivir eran auténticas. Mirarlo daba piedad, pero él decía: » Si eres discapacitado no te centres en lo que no puedes hacer, sino en lo que puedes». Esto habla alto y claro de su espíritu de superación, del tipo de ser del que hablamos.

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En una ocasión un ataque de risa le hizo caer de su silla… Y aconsejaba a sus hijos el trabajo como forma de dar significado a la vida y un propósito, sin el cual la vida está vacía, decía. Y también les aconsejó no mirarse los pies, sino elevar su mirada, salir de ellos mismos…

Quiero contaros algo que oí recientemente y me ha dado mucha esperanza, al tiempo que me parece una visión nueva sobre la enfermedad y la vida.

Echo mi vista atrás y recuerdo a John Wayne, a Lola Flores, o a un desconocido para vosotros, mi amable y cariñoso vecino Ernie, gente cuyo diagnóstico era de enfermedad mortal. Vivieron muchos años, no tantos como Hawking, ciertamente, a pesar de lo que se suponía que les estaba matando. Y no son casos únicos…

¿Qué hace que la enfermedad mate, pero no por igual, ni a todos con la misma velocidad?

Aun antes de ser conscientes de que existe, la enfermedad llega. Y la actitud de la ciencia como la de la calle, la nuestra, siempre ha sido ir en su contra. Hay sin embargo gente que no lucha, la acepta y sigue viviendo de acuerdo a sus posibilidades.

Es una cuestión de lectura.

Uno es diagnosticado de cáncer, por ejemplo, y » lo lee», se asusta tanto, se encoge tanto, que todo su cuerpo no puede superar ese estado de miedo, que atraerá justamente lo que teme. Otros, los menos, se deciden a actuar a favor de la salud. Los hay incluso que quieren leer tras los síntomas, y buscan el origen de su enfermedad. Y cuando lo encuentran, no es una célula loca que se niega a morir o un virus maligno. No. Es alguna clase de pensamiento sostenido tiempo y tiempo, que creó emociones dañinas, cuyo resultado físico terminó (en forma de hormonas y neurotransmisores) por deteriorar hasta límites inauditos sus órganos y células.

La causa no es nunca física…Ni en el caso de los virus, que vienen de fuera.

La causa hay que buscarla en lo que siento, en lo que pienso.

La vida esta pensada como un hecho armónico, como una sinfonía con todo tipo de notas. ¡ Mirad la naturaleza cuando no metemos mano! Pero a menudo no nos gusta como suena y nos rebelamos. Entonces reprendemos a los de fuera, como si ellos fueran los culpables de cómo yo recibo sus actos, sus pensamientos, su voz, sus notas…

Siempre puedo optar por ver o escuchar y leer el mundo de otra forma, aunque solemos afirmar: «Piensa mal y acertarás». Nefasto refrán que marca el origen del daño.

Quien piensa mal acumula mal en sí, se daña a sí mismo. Hawking es un ejemplo de que pensar distinto prolonga la vida. Y lo que él hizo tanto tiempo sin desfallecer no está vedado al común de los mortales.

A veces la enfermedad no llega para que nos curemos, sino para que aprendamos a convivir con ella, a no verla hostil.

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 La enfermedad es un lenguaje claro del cuerpo, una reacción, que no nace en él, sino en nuestra mente.

Nuestro mundo es tan material, tan ajeno a lo sagrado de la vida, que nos creemos islas en un océano de maldad, de la que por supuesto no nos hacemos responsables. YO NO HAGO ESO, decimos como si el otro fuese el que dispone por si sólo del mecanismo para atacar, como si él cual seta, surgiese espontáneamente tan perverso, desligado del mundo que le rodea.

Vivir culpando siempre a lo que no soy yo, ni reconozco parte de mi, es lo que la enfermedad delata.

La ciencia paliará síntomas. Pero no erradicará la enfermedad. Ganaremos la batalla contra una enfermedad, pero nunca la guerra, porque lo que enferma es producto de pensamientos y sentimientos que van contra la raíz misma de la vida, que es armonía y equilibrio.

¿Alguien puede pensar que tanto pesimismo no tiene consecuencias? ¿Es posible que de veras desestimemos tanto el pensamiento o sentimiento, que como no se ve, creamos que no influye?

¡Pero si la simple mala cara de un compañero te amarga el día! ¿Cómo podemos creer que pensar mal es un acierto?

Hemos dividido en dos la vida. Una: lo que creemos ver, que llamamos real y otra lo que sentimos, que como no se ve, creemos que queda en nuestra mente y nuestro corazón. ¡Y así nos va!

Hay personas capaces de ver a todo color las energías. Cuentan que cuando me cabreo con alguien, de mi sale una forma roja que intenta hundir a quien me enfadó y que el otro se acobarda ante mi ira, como si la energía fuese material, como si fuera una monstruosidad que amilana al otro. Dicen que el amor se ve rosa y rodea al amado con ternura y le alegra.

Pero yo que no la veo, si sé que las peleas que escucho me hacen mal y solo es sonido, del que yo no formo aparentemente parte.

La ira ataca al hígado. El miedo al estómago. La falta de ganas de vivir al corazón. La defensa de mi territorio, de mi espacio existencial, ataca al riñón. La debilidad de mi persona ataca a mis huesos. Y podemos decir que esto son bobadas. ¡Así nos va, repito!

¿Ninguno de nosotros está dispuesto a aceptar que sin el conjunto que los demás forman no podríamos vivir y que nuestros actos perfilan el mundo? ¿ Es que no vemos cómo todos nos influimos mutuamente y cómo es vital comprender al otro para comprenderme yo mismo?

Cuando nos situamos en ese plano del «yo sé bien de qué van las cosas», cuando critico al otro, cuando condeno sus actitudes y creo que yo no tengo parte en lo que hace, cuando me digo bueno y cuando me desconecto del resto, un día todas mis frustraciones, toda mi ira, o cualquier otro sentimiento desgraciado, que guardo y creo que es humo, se delata en mí en forma de enfermedad.

La cabeza no te duele porque físicamente ocurra algo. Duele por exceso de crítica, por miedo, por desamor en suma. La espalda no te molesta por tanto esfuerzo, sino porque mientras te esforzabas y pensabas Dios sabe qué, no muy amoroso, te retorcías. No tienes varices porque tu corazón te riegue mal… Es que no estás dispuesto a descubrir que la vida es un toma y daca y tu sí quieres tomar. Dar…¡Va a ser que mucho menos!

El sistema inmunológico forma parte de una fase. Percibimos peligros y enemigos potenciales por doquier.

Imaginad un mundo de confianza, como el de los niños… Si alguna vez dejamos de desconfiar, estrenamos vida como si no hubiera ayer y con la mejor voluntad hacemos borrón y cuenta nueva, ese sistema envejecerá. Lo mismo que los ovarios un día dejan de producir óvulos, dejará de defendernos porque ya no habrá ni a quién atacar, ni de quién defenderse.

Este cambio es posible. Hay que reflexionar, escuchar al corazón a cerca de lo que nos enferma: Por qué tengo este, o aquel mal en mi cuerpo. Y si reconocemos que son nuestras ideas y sentimientos, no el mundo nuestro verdugo, empezaremos a dejar la enfermedad y superaremos esta fase.

Hay todo un mundo de amor marcado por la vida que descubrir, que aun no hemos ni vislumbrado…, si es que de veras deseamos que como Hawking, una discapacidad o una enfermedad no nos tumbe.

 

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