Ella era una nena de 10 años. Y a él, tarde como varón, se le ocurrió nacer justo casi 10 años después. ¡Es que sin retos…¿»Pa» qué molestarse en nacer?!
Ella se sumergió en el océano. Él por contra se sumergió en el mundo real, en la dureza de existir a tope y con conflictos gruesos.
Viviendo sumergida, aprendió a desarrollarse como sirena. Tenía piernas cuando se emocionaba, pero si era fría como un pez, podía jugar a miles de juegos, protegida por papi Neftalí. El mar, la mar, le gustó tanto, que eligió ser en sus profundidades, sirena.
Le encantaba sentir que como «el» mar, los océanos se parecían a Neftalí…Fuerte, seguro, ecuánime, discreto y capaz de oírla y comprenderla.
Así que, se convirtió en experta en juegos…
Los cangrejos, cuyo idioma entendía, le decían que no se quejase si la picaban en sus patas, pues ellos eran de pellizcar y así su naturaleza. Si ella pisaba su territorio, no podían por menos de darle pellizcos progresivamente cruentos y porque son bichos en general no excesivamente grandes y temen a sus depredadores, la amenazaban con el mundo del aire y la arena. Ella a veces, sólo a veces, los odiaba…
Pero un día mami Atmanda, la posó mientras dormía y por ver de qué era o no capaz, ¡vamos como un experimento!…, en una playa. Algo permitió que se despertase al fin y al asustarse y descubrirse en el universo humano de inmediato, por el pánico que le entró, le surgieron sus dos piernas. El pánico es una emoción muy poderosa…
Ese fue el día en que él, a quien las playas le fascinaban, por pura coincidencia había ido de vacaciones al mar y la pilló sentada y atónita, mirándose las piernas, que dobló de golpe, casi como un recurso de defensa, al verse inserta en el mundo de los hombres. Ni qué decir tiene, que a partir de ese instante, sus piernas de quita y pon, ya no se volvieron a convertir en cola más. Todo era nuevo y sorprendente, así pues…
Así pues, él, al mirarla, la vio con las piernas recogidas y fantaseó con la imagen irreal de una sirena. Irreal para quien come, defeca y respira aire todo el tiempo… Pues para ella, sí era conocida su capacidad de tener cola. Y muy real. No estaba tan cómoda, ni tan segura cuando inopinadamente aparecían dos extremidades de una sola que ya pertenecía a su forma de ser y estar más común.
Sorprendido por su belleza, y a fin de dilucidar si soñaba o no, se acercó despacito a ella. Y ella que temía al hombre, de pronto descubrió a aquel ser, probablemente un varón humano adulto e hizo un intento de escapar al agua súbito, con lo cual no hizo surgir como esperaba su cola de sirena que le permitía «volar» bajo el agua y de paso, le daría la oportunidad de huir del monstruo.
Él, gran nadador, y tan suave como supo, intentó insuflarla confianza hablando en tanto se le acercaba. ¡Imposible! Recordemos que los cangrejos, ya la habían advertido… Pero…Justamente…
Al entrar en el mar, en su huida y probando con toda su alma sus mañas habituales para hacer reaparecer su cola, ¡tanto como la necesitaba justo entonces!… muerta de miedo, con el horror reflejado en el rostro, quiso mirarse los pies por ver qué impedía resurgir su apéndice de natación veloz, distraída del hecho por ella bien conocido, de que si se emocionaba no reaparecería y sacaba una y otra vez la cabeza para respirar. Sus agallas se esfumaban al tiempo que sus pies reaparecían.
De esta guisa, la impresión que daba era la de una mujer que se estaba ahogando.
Él, creyendo firmemente que su visión iba a morir, la salvó.
Ella gritaba, lloraba con todo el alma y se retorcía intentando escapar, a lo que él respondió, salvándola de nuevo. La presionó el cuello, en aparente homicidio involuntario, para paralizarla y evitar que impidiese su tarea y ya casi sin aire, ella no tuvo otra alternativa, que dejarse sacar del agua.
Una vez fuera y como si fuese un conejillo, de esos que él había aprendido demasiado bien a cazar, sacó cuanta sensibilidad tenía o aspiraba a tener y dulcificó su voz todavía más. Alguna vez dejó un gazapo escapar, que los verdaderos cazadores son buenos para la vida animal. Y sabía, que el tamaño importa y que para no asustar al maltrecho bicho, podía uno usar el tono de voz, y proceder a ayudar a soltarse al animal, si en su huida se hubiese enzarzado entre unas matas. De modo que se copió a sí mismo, aplicando a la beldad la misma treta.
-No quiero matarte. Le dijo mientras la impedía soltarse.-Déjame llevarte a la arena y te suelto el cuello.
Ella, aun aterrada, tuvo que reconocer que si seguía emocionada, él nunca la iba a dejar en paz y corría el riesgo de que viera su cola. Bien es verdad que aunque ella tampoco podría hacerla aparecer, creyéndola humana, trataría de salvarla sin fin. Así que, cedió.
Juntos nadaron. Más bien él nadó arrastrándola a ella, quien nadaba un millón de veces mejor, no en balde estaban en su medio, hasta alcanzar la meta que sería para él, el fin de la lucha que estaban manteniendo: la playa y su suave arena.
Mientras no se serenase, no resurgiría su cola y la urgía escapar de la atrocidad que aquel monstruo iba a perpetrar con ella…, un ser del mundo terráqueo al fin y al cabo. Lo que ignoraba, es que él había aprendido a pescar en el mar, o sea a cazar en agua. Sabía cazar de todo lo que hay en el mar debido a su habilidad innata en la pesca.
…Bueno, debió ella decirse.
Sólo esta él y no parecía muy amenazador. Uno solo no iba a poder tan fácilmente con ella… Lo que consiguió que se fuese calmando algo, lo suficiente para oírle y escuchar su varonil voz. Un hombre era un varón, un macho… Y ella era, en comparación con los cánones del mundo terrenal, bastante mayor de edad que él. Y ocurrió.
¡En esto de los sexos, porque hay tabúes…, que los machos, ibéricos o de cualquier latitud, ante una hendidura se rinden fácilmente…! Y las mujeres siempre, sean de donde sean, les miran y casi nunca anteponen la razón al romance… Las hay que anteponen el sexo al romance, como ellos, pero era infrecuente aún.
Ella ignoraba como experta en mares, el » si te he visto, no quiero acordarme» típico del hombre más común de la tierra. E infantil, ingenua y confiada, se dejó llevar de su voz y de su prosapia. No se dio ni cuenta, pero desde ese instante se había empezado a enamorar…¡Qué digo! Inició su relación de amor hacia él.
-¿Es que no te dabas cuenta de que estabas ahogándote y sólo quería sacarte del agua?
-¿A…, mí?.- Su cara era un poema. Entre la indignación y el asombro, no daba crédito a las palabras del hombre. Ahogarse un ser marino… ¡De esto nadie le había advertido!… Ni los cangrejos. No sabía que los hombres deducen mirando las caras y toman por reales sus juicios.
-¿A quién más ves por aquí?
A tiempo, y aun un tanto a la defensiva, calló sus habilidades natatorias y pensó que sería interesante, una vez calmada, sacar su cuerpo de la arena, volver al agua como si fuera a nadar y salir como una orca veloz para volver a sus lares. O quizá podría engañarle y decirle, no más que descansaba de un paseo. Esto creía ella. Él por su parte, estaba extrañadísimo, tan asombrado como ella, pero en su caso debido al marrón en que se había metido por una mujer más. Si. Mona, era mona, aun si de cerca ya no le parecía ni la mitad de atractiva, ni tan guapa ¡Ni por el forro…!
De hecho, lo que empezó a sucederles a ambos es que sintieron una extraña unión nacer. No obstante resultaba algo tan raro, que ni uno ni otra podían por el momento alejarse del contacto ajeno, aun si al pertenecer, sin saberlo él, a dos mundos paralelos, estaba complicándolo todo en exceso. Tampoco ella estaba muy al tanto de qué ocurría. Lo creyó un efecto natural ante un terráqueo. No podemos olvidar que era su primera vez.
-Te he mirado de lejos. Parecías una preciosa sirena…Una princesa del mar de esas de los libros…, de esas que sueñan los pescadores cuando navegan por su sustento y el de sus hijos…
No estaba mal, pensó ella. Se expresaba de un modo atrayente… Iba a crujir a más de un cangrejo. La habían engañado con paparruchas de crustáceo.
-¿Princesa, sirena? ¡No sé de qué me hablas!
Es obvio que en el mar no se habla: solo se emiten sonidos, de modo que ella descubrió sobre la marcha que a parte de piernas, disponía de garganta útil para expresarse cual un terráqueo. Pero el desentreno, la daba un deje de extranjera…¡Si él hubiese sospechado…!
-¿Eres de aquí? ¿Puedo llevarte con los tuyos?
-No..- Reflexionó un instante… Si se quedaban juntos mucho rato, a ella nunca le saldría su cola. Pero eso él, lo ignoraba. Tenía que pensar rápido qué decir, o no volvería al mar, pues él la estaba enfureciendo. Y ya se sabe, la ira es una de las emociones más sólidas…
-¿A no? ¿No vives cerca?
-No… Soy hija de extranjeros…
-Pero alguien te estará esperando…Quizá tu familia… Puedo serte de utilidad, créeme..- Ella sentía su ira crecer y prefirió no contestar. ël continuó charlando…
-¿No has aprendido a nadar y te metes para huir de mí en el agua?
-No huía.
-No mientas…
-No miento. Iba a bañarme …
-Pues lo disimulabas muy bien. Parecía que te estabas ahogando.
-Ya. Los hombres hacen suposiciones muy fácilmente en este país, por lo que oigo…
-Yo te he visto sacar y meter con expresión de horror tu cabeza una y otra vez. Para quien no está ahogándose, lo hacías muy bien como moribunda. ¿O creíste que te dejaría morir por las buenas?
-No creí nada. No me ahogaba y punto.
Fue cuando él se empezó a arrepentir de su gesto. Podría ser cierto …¿Sabría nadar? O era un embuste, o una imbécil. Cada vez perdía más y más su atractivo…
-¡Bueno, ya estoy bien! Ahora, déjame…, puedes dejarme pasear sola por la arena.
-Perdona…No era mi intención molestar.
-Ya lo veo. Pero no te necesito. Ya ves.
¡Mujeres!. Siempre que uno era un caballero, ellas se hacían las princesas estúpidas. Bien. ¡Qué falta le hacía enredarse con una extranjera! Y era evidente, que le estaba mandando a freír monas.
-Vale. Cómo te veo a salvo, te dejo con tu paseo…, o que te vuelvas a sumergirte para no ahogarte , mucho…¡Si es que es cierto lo de que nadas!
Dio media vuelta y se fue por donde había venido… No, sin volver la cabeza, mosqueado por tan extraña actitud. Okay. Quizá… No la habría salvado, pero tampoco hacía falta ser tan borde…
Cuando él desapareció de su vista, ella se introdujo poco a poco en el mar. Fue serenándose y además ahora tendría algo que echar en cara a los odiados cangrejos, pues ella había descubierto que eran tontos, que los hombres no eran tan monstruosos…¡Vamos! Si le había echado en un periquete…
Volvió pues al océano y sus padres, que de lejos habían contemplado divertidos el experimento de Atmanda, quisieron creer que ya era un ser maduro… Experimento finito. Atmanda y Neftalí preparaban una carrera genial para ella en el océano y de pronto ella, al enterarse, dijo que no.
( CUENTO DE NAVIDAD. CONTINUARÁ)