Lo que tras aquel encuentro aconteció voy a ahorrárselo al amable lector.
Sintetizando se puede contar que…
Ella no pudo hacer su voluntad. Sus padres le cantaron las cuarenta, le pidieron un poco de madurez, la tuviese o no y la guiaron para su terror inicial a vivir como humana en la vida terrenal. Se suponía que todo ser debería conocer mundo. Ella también. Y su carrera, como la de algunos seres del mar consistiría en ser humana unos años.
Él… Bueno lo de él era más crudo. Su familia era su modo de vida. Sin embargo desde su encuentro con quien iba a llamar algún tiempo su princesa, ya no se sintió tentado a seguir trabajando como lo hizo su padre por amor. No.
El mar se convirtió en su vocación, el océano era su medio, tanto o más que la vida terrenal. Primero se fue de prueba a un islote, por un par de años… En él sus ojos se abrieron a realidades que antes no eran asequibles para el hijo de familia que había sido. Rompió con su mundo progresivamente de tal modo que descubrió otro de los posibles, ignorante hasta ahí de su existencia. Se convirtió en nómada.
Y…, hete aquí, que la fortuna deparó un extraordinario encuentro con su princesa.
Asqueada a veces de su suerte, ella se casó, tuvo hijos, híbridos de tierra y mar. De este modo y sin ser del todo inconsciente, tejió una vida puente entre su mundo y el de su origen. Tampoco era consciente de pagar una deuda. El mar, siempre generoso, la mar siempre sentimental, le habían dado muchos dones que ella no supo explotar, ni si quiera valorar.
Pero no hay deuda que no se devuelva, ni culpa que no surja de una deuda. No es preciso saberlo. Estar, está. Y ello genera lo suficiente en nosotros para buscar cómo auto castigarse hasta creer que ya no hay deuda más.
Realmente el mar no cobra deuda alguna. El mar es agua… Sólo y simplemente agua. Era ella quien descontenta de sí creía debérselo a los océanos, los cuales habían gozado de sus juegos y le habían consentido todo.
Ya separada de su esposo, con dos hijos prepúberes, paseaba un día por el parque de su localidad, cuando creyó estar soñando. Él. ¡¡No podía ser casual!! Era el primer terráqueo, el del experimento…¿Era realmente su salvador?
Él, antes de dedicarse a ser nómada, conoció a una mujer bella, dulce, atractiva, que convirtió en su reina. Tuvieron dos hijas. Pero, antes de ser del todo quien sería luego, pasó por casa y vio a sus padres para relatar cuál iba a ser su vida desde que terminadas sus experiencias en el islote, poco antes de conocer a su mujer, tomase la decisión de marcharse del hogar.
Fue en ese instante, cuando emocionado por todo lo que sentía, porque había decidido y conseguido cambiar su existencia de rumbo, cuando a la vista de la reacción de sus padres, quiso darle un vistazo somero a su parque, a su historia y a su futuro. Él era oriundo de la población donde ella había construido su vida humana.
De pronto él la volvió a ver, dudando desde lejos todavía sobre si aquella señora que estaba aun a unos cuantos metros de él sería su «sirena-princesa».
Los dos no daban crédito a lo que parecía estar pasando. Y aun cual totales extraños siguieron uno hacia la otra caminando, como si ninguno reconociese ni por asomo al otro…, así, hasta que a un metro de distancia supieron con absoluta certeza que era un nuevo encuentro, uno que inexplicablemente les reunía.
-¿Eres tu? .-preguntó él.
Ella oyó aquella voz que su memoria asociaba a: «¡Pues no son tan monstruosos!». Ciertamente, ya las amenazas de los cangrejos habían pasado a ser propias convicciones, experiencias suyas, para nada acordes a la corta visión de un crustáceo..¡Claro! No obstante… Su vida era, salvo por su prole, una triste y decepcionante aventura, de la que responsabilizaba al capricho de sus progenitores y ya no tenía vuelta atrás. Y entonces quiso responder.
-Soy «la sirena»…¿Me recuerdas?
-Sí, te recuerdo.
Ambos corazones comenzaron a latir de un modo tremendo y poco corriente. Pero ni ella sentía el de él, ni él el de ella.
-¡Hola!.- sus voces sonaron a coro.-¡Qué fuerte encontrarte hoy aquí!
-Ja, ja…¡Es que la sirenas no viven siempre en el mar. ¿No lo sabías?
-Pues…, no, la verdad y mira que ahora el mar y yo somos uno.
-¡No!
-¡Sí!
-Yo soy del mar.- dijo ella.
-¿De veras?
-Pero llevo varada demasiado…
-Y …¿Cómo así?
-No voy a aburrirte con mis historias. Y tu…¿Vives aquí?
-¡Vivía!
-¿Es que estas aquí y no estás?
-No, claro…He venido para decir a los míos que ya no volveré a la casa paterna más.
-Dichoso tu. Yo hice un recorrido y he vuelto. Y mira tú…¡Ahora ya no quiero volver al mar.
-¿No vas a decirme la causa?
Ella no tenía la intención de aburrir a un hombre con sus cuitas…
-Bueno…Yo más bien quisiera hacerte una pregunta.
-Dispara.- dijo él.
-¿Puedes tú decirme por qué no le gusto yo a los hombres?
-No lo sé. A mí siempre me has gustado.
-¿¡Ah! Sí?
-¡Sí!
-Pues te fuiste bien rápido aquella vez.
-No era el momento.
-Y…¿Ahora sí?
-Sí.
-Tengo que volver.
-También yo. ¿Nos vemos luego?
-¡Vente a mi casa esta noche. Te esperaré.
Entonces cada uno fue a la suya, con el firme propósito de conocer quien era el otro.