La luna les reunió y el sol les volvió a separar. Pero un hecho crucial iba a coartar ya para siempre la vida de ella. Él sin embargo, vio claro que ella era otra más: Una de tantas, además un saco de patatas sexualmente, lo que la convirtió en un pozo del que ya nunca más iba a beber.
El vivió en adelante con su reina y ella enterró a su marido.
La vida quiso que en un fugaz reencuentro, ella cargada de despecho, le dijese que le echaba amablemente de su vida.
-» Con amigos como tu, es casi mejor tener enemigos».
Aquellas palabras fueron pura magia para él, que en adelante ni siquiera tendría que buscarla para sellar adecuadamente una amistad.
Ella paso seis meses muriéndose de dolor y pena. Después el tiempo hizo mella en ella, quien creyendo en sus Océanos, deseaba con todo su alma volver al mar. Pero ni Neftalí, ni Atmanda quisieron concederle una tregua:
-Neftalí… ¿La llamamos? Ha descubierto ya bastante… Tal vez…
-¿Tal vez qué, esposa, tal vez traerla destruya lo conseguido?
-Somos crueles…
-Ni un ápice, esposa. Ser o no ser…¡Ya lo sabes! He ahí la causa.
-Mi hija sufre…
-¿Olvidas quizá, que lo es mía también?
-Es que…
-Mujer: ella conoce el sendero hasta el mar. Si tan cruel es su existencia, que vuelva. Cuando sus pies toquen la arena, podrá volver a nosotros……
Pero el hombre propone y Dios dispone, que dice el refrán. Claro que Dios es mas madre que padre…
La propuesta de ella fue un tanto inusual.
Tras años de realizar una serena vida con sus hijos, de un día para otro tomó la decisión de intentar volver con su marido.
Ni sabía por qué, ni para qué. Pero sí, que volver se imponía. Y como no le faltaban arrestos, consiguió que reunirse con su hombre, pudiese ser una realidad. ¿Miedo? Daba igual si lo sentía en mayor o menor medida.
Lo cierto era que se sentía dulce, no salada como sabe el mar. Estaba optando por ser terráquea, por transformar definitivamente su naturaleza de nacimiento. Y eso en sí era un interesante, al menos lo era, un futuro de los previsibles.
Ahora ciega de amor, inesperadamente enamorada del que abandonara un día, quiso poner todo, todo cuanto a su alcance tenía…, al servicio de este amor que sin avisar estaba encendiéndola entera. Y puesto que al mar no iba a volver, puesto que la arena, sólo imaginarla la enfermaba, reemprendió una vida marital con su ahora viejo y decrépito marido.
Ni su aspecto de envilecido jugador, ni su grueso vientre, ni que hubiese quemado su patrimonio, ni que hacerle venir supusiese que ya tendría que permanecer con él hasta acabar juntos su experiencia, le hizo arredrarse.
Sola, sin más apoyo que sus manos, con los hijos ya ajenos a si ella rehacía o no la casa que llamaron su hogar, vio…, día a día, mes a mes y año a año, que el ideal de su vida nunca iba a ser más que un desastroso cúmulo de eventos malditos.
Y como si su marido le diese la razón, como una velita cuyo pabilo es corto, perdiendo su fulgor hasta que llegó una vez la primavera, salió solo de la vida. La abandonó y se dispuso al sueño eterno.
Aun así ella no volvió a la playa, ni siquiera quiso acercarse al mar. Iba a resarcirse de lo que para sus padres fue una carrera, pero para ella un tortuoso ejercicio de negaciones continuas a las fantasías que la sustentaban.
Él por su parte empezó a ver que no existen, no ya las princesas, ni siquiera hay reinas. Lo que no iba a sentir de ningún modo, es que la reina de corazones la fabrica el corazón del hombre.
Cual sastrecillo valiente mató 7 moscas. Contento de la artimaña, lo gritaba al aire…
Acertó a pasar cerca de él un hombre poderoso. Entonces y sólo entonces hizo cuestión de honor convertirse en poderoso caballero, ya que el poderoso pudo ofrecerle el universo. Puso su alma en medrar. Puso su cuerpo a desdoblarse en tierra y mar. Tenía que estar a la altura del poder y la prosperidad, pues urgía ser libre. Y quiso ser fiel a su mujer, pues amaba sobremanera a sus hijitas.
Juzgó oportuno hacerse a la vida nómada, que siempre le había tentado. Ganaría y las mantendría como emperatrices… Aun a tiempo, supo que ser padre es dedicación y presencia, cosa que su familia agradecería de distinta forma a como en principio hubiese podido ocurrir.
El viento, al paso de los siglos cambiaría muchas veces…, los desiertos se hicieron mar, y el aspecto del globo terráqueo fue transformándose sin prisa, pero también sin pausa.
El mundo infinito y eterno que es vivir, sobrevivir y querer dar de uno lo más florido, mantuvo a los dos vivos.
Se disfrazaron de cuantos personajes queráis imaginar, mientras ambos experimentaban ciertamente, qué es vivir sin conectarse. Ella descubrió su rostro en los infinitos amantes, esposos y hombres, que junto a su fragancia se llamaron suyos. Sospechaba que él tenía también noticia de su paso por los infinitos cuerpos y almas de tanta mujer madre de hombres, o hija de hombres, o amante de hombres, incluidas cuantas fueron violentadas, torturadas y sometidas a esclavitud.
Un día ella lloraba. Supo con certeza que aun nueva tal cual se sentía, con miles de hijos hombres ya, no había olvidado que él existía en algún lugar del mundo terrenal. Amaba las aventuras creadas a pares por ella y sus hombres, por otras personas y sus parejas. Esperaba vivir al menos otra aventura de mayor calado, ahora que ya podía amar, pues ahora amar era ser amor sin restringirse a una sola de las almas en los cuerpos que sin proponérselo, ya eran objeto de su amor. ¿A quién no amas aun? Se decía… y conversando con las aves, les pidió: » BUSCADLE. He de saber si vive aun para mí».
Aves de toda especie a su servicio y por evitar ya tanto llanto, volaron hasta los confines de Gaia.
Peinaba canas cuando una tarde sonó la voz de él al otro lado de las ondas y supo que aun vivía con total seguridad. Vivir sí vivía. Pero…¿Tendría aun en su mano la ofrenda de su amistad? Y así como conocía todos los secretos de la natación, ni aun ahora que ya no recordaba como se sentía al portar una hermosa cola de pez, volar le era imposible aun. Las aves le dijeron que si no aprendía a volar, jamás se encontraría con él.
Aun así…
Tomó la primera nave que supo hallar lista. Sin economía suficientemente estable, gastó casi tres cuartos de sus fuerzas, que tristemente eran cuanto tenía para existir sin él. Ni sabía si había lógica o sentido en su gesto. Ni sabía si él querría verla. Ni estaba a ciencia cierta segura del destino de su vuelo. Tampoco importaba. Y sí sabía que una nave, no son alas propias, que su vuelo era artificial. Sólo, que algo la impelía a moverse, porque la preponderancia de lo grande pesa tanto, que sin moverte, te podrías quebrar.
Al pisar el islote del que él tan poco le había contado por fin, entre temerosa y reviva su esperanza, no le pareció espacioso como lo imaginaba. La claustrofobia, que antes jamas percibió en su mente, allí en tierra extraña y tan diminuta, comenzó a desmayarla por ausencia del aire que estaba restando a sus pulmones. O quizá era porque estaba tan lejos de su hogar…. En titánico esfuerzo asombrada de poder debido a su capacidad tan mermada…, busco a ciegas al primer terráqueo que pudiese conocer a algún nómada errante. A base de preguntar sin freno, no a uno sino a muchos terrestres, quiso la fortuna que en un bosque pudiera llegar a situarle primero y a buscarle y hallarle después.
Su corazón le vio, no sus ojos, aun antes de contemplar su actual figura y lo que comprendió selló sus labios.
Para entonces el era un dios. Nada era lo suficientemente duro para su rico y plural cuerpo. Ni la sombra del corazón le preocupaba lo más mínimo. Jugaba y ganase o perdiese, se levantaba descansado y sonreía. Había aprendido que gozar es la clave de existir y que sólo de gozo puede vivir el hombre.
Cuando al fin, tras ocultarse ella y fundirse en uno con la tierra, que ya era su segunda naturaleza, salió de su escondite y se dejó ver. Ni él lo esperaba, ni ella tenía necesidad de ser vista. Más, si había ido, era por mirarle y que él la mirase a ella. Se vieron. Ni él la quería ya, ni ella recordaba el motivo de volar tan lejos, tan alto y en una nave…. Fue un placentero encuentro para ambos.
-¿Me amas?
-Te amo, a ti y a cualquiera de tus y mis semejantes.- respondió él.
Dijo:
-He descorrido para ti un velo que te ciega y enseñarte a amar. ¿Comprendes qué hice? ¿ Ves que era cierto que es mucho más, infinitamente más grande mi amor de lo que creíste?
Ella creyó morir de vergüenza ante lo indigno de su intento. No era una nenita, ni tenía ya vida como para gastarla en idioteces y no tenía alas…
Y contra todo pronóstico… De sus ojos el mar que era, brotó. Incansables lloraron por años y más años hasta crear un basto océano. Y su cola resurgió de su mismo llanto…, agua salada al fin.
Él la llamó su amiga. Él, ya nunca sería más de carne y hueso, es decir, un personaje obsoleto para terráqueos.
Pero ella, madre al fin, le bañó con su agua, y se disolvió.
La historia acaba aquí, por hoy. Sólo es un cuento…
Es por eso que este cuento de navidad se titula: FELIZ DíA DE HOY.
Y no habla ni del niño Jesús, ni de campanas, ni reyes magos, porque NAVIDAD ES UN CAMINO QUE NO TIENE PANDERETA. Dios resuena siempre en quien se siente hermano y es amigo. Y los que se dice que vivieron hace muchísimos años esta historia, yacen en el mar. En el despiertan cuando les place, y vuelven a yacer, como los peces en el río del villancico castellano-andaluz.
Ser feliz a fin de cuentas no es tener nada, ni lograr nada. Ser feliz es fundirse con lo que uno es. Y ellos no eran de la Tierra. Así que el mar los acoge hasta nuestros días.