Ser hombre es tan complejo, que solemos renunciar y a parte de padecer, de olvidar lo pequeños que nos sentimos llenando nuestra vida de actividades, ni intentamos profundizar más allá de las apariencias.
Ya desde el inicio de la civilización humana, hubo quien no se quedó en vivir y sufrir resignada o violentamente. Se pararon a pensar, a sentir y se hicieron las grandes preguntas que el día a día no permite.
QUÉ o QUIÉN soy, para qué estoy aquí y qué es esto en dónde estoy.
Voces antiquísimas parecen leyenda, no personajes que existieron un día. Un tal Hermes Trismegisto en época egipcia, dejó un texto: «el KYBALION», que da ya todas las respuestas. En Oriente, a otro de estos personajes, Laotsé, se le atribuye otro texto: El Tao Te King, bastante más difícil de entender, quizá porque expresa otra cultura muy diferente de la nuestra. Son sólo ejemplos.
Los llamados libros sagrados, como el Bhagavad Gita, la misma Biblia, comparten con todas las Mitologías de culturas milenarias un fondo común.
Apuntan que el mundo es una escuela, con un programa invariable representado por hitos que el ser humano común vive. Sería un conjunto de asignaturas que hay que aprobar, es más, va de sobresalientes, para que uno y no el mundo, sea quien a lo largo de su aprendizaje se transforme.
La transformación es lenta. Hay maestros que te guían, y se llama sagrada o mágica, porque a pesar de ser probablemente simple y sencilla, no se nos ocurre y cuanto sucede resulta sorprendente, venerable desde el alma de aquel que se atreve a vivirlo.
Nacemos potentes, cargados novedad y fuerza. Enseguida padres, escuela y sociedad nos reprimen con normas y leyes que solo a los mas valientes y contestatarios no les ahogan. Todo está marcado. Cada conducta lleva un «así sí y así no». No someterse es vivir la soledad, el rechazo. Y somos tan tiernos, que por un poco de atención, incluso negativa, nos vendemos. Aceptamos las normas: no vayan a excluirnos.
Hay una estadística: en la Escuela infantil (de 0 a 6 años) hay un 90% de genios. Cabe preguntarse dónde ha ido a parar toda esa genialidad que brilla tan poco.
No dejamos la infancia sin pagar por no ser. En cada persona aparece un niño frustrado, sediento de ser lo que venía a ser y dejó aparcado. Creemos haber superado la infancia y la segunda oportunidad, la adolescencia. Nos sentimos muy maduros porque ahora, sometidos a la leyes sociales, somos ciudadanos probos.
Pero ese niño pervive activo en nosotros clamando reconocimiento, que le dejen salir como vino al mundo: LLENO DE INICIATIVA PARA HACER NUEVO LO CADUCO.
Y no se conforma. Da algo más que la lata durante toda la vida. Lo hace porque su función es superar el dolor y SER. Podemos culpar a los padres: en primera instancia colaboran a crearlo. Pero sin ese puñal dolido nadie sacaría a quien estamos llamados a ser. Los padres al contribuir a generarlo están encendiendo la mecha del reguero de pólvora que tarde o temprano explosionará.
Si aceptásemos que la vida es eterna, que nuestro personajes no es sino un rol que acerca esa explosión, aunque hay vidas que acaban sin lograr el objetivo aparentemente, no parecería tan trágica la muerte.
La muerte nos aterra, nos deja desazonados y llenos de PORQUÉS. Se nos escapa que el cuerpo es un vehículo soportando la más compleja creación posible y limita a tal punto, que harto el niño interior de no hacerse oír, renuncia al vehículo como quien se compra uno mejor. Toma otro cuerpo con la esperanza de entrar en la escuela, más preparado para conseguir el objetivo: aceptar la vida tal cual es y amarla con pros y contras.
Aspiramos a la felicidad. Conozco a quien logra serlo un tiempo, pero está temiendo perderla y su poderoso miedo atrae justamente lo que teme: la pierde. Pero TODOS aspiramos a la FELICIDAD. ¡No puede ser un error!
Esa aspiración tan profunda que nos iguala absolutamente a todos, anuncia que no es una utopía sino una meta posible.
Y justamente, todas las filosofías apuntan a la cómo lograrlo.
Parece que el YO es el mayor problema. El «yo» sería como ese personaje ficticio, falso, que adoptamos para ser aceptados. Es eso en mí que al responder cómo soy, conozco y puedo decir cómo es. Es también un vehículo empobrecido, sombra de lo que puedo ser y ya no me atrevo a ser.
Encontramos mil y una excusas para no SER : las obligaciones, los hijos, el trabajo…, la pareja… Nos sometemos. Renunciamos a que el dolor de no haber sido se torne dicha si me atreviese a SER.
Cuando lo quieres realmente, buscas, lees, llegan a ti verdaderos hombres y descubres que no sólo tienes derecho a SER, sino que si no lo haces jamás serás feliz. Ya no hay excusa posible. SER se convierte en eje de tu vida. Y sabemos al menos cómo empezar a ser.
Es oscuro el comienzo. Lleno de inseguridad. Más si la escuela de la vida no te ha enseñado que lo que dicen, no es para que lo tomes y sigas siendo igual, sino para que te escuches y sigas a tu alma, aprenderás porque siempre se aprende, sin lograr sacar de ti lo que en el fondo todos necesitamos. Morirá tu personaje cansado de encerrar en la coraza a quien pudo ser y no fue. Volverás en otra personalidad más ducho, más capaz, pero con el mismo objetivo: SER. Es una cadena de eslabones. Alguna vez un eslabón redimirá la pupa de tantos personajes frustrados.
No depende de nadie que tu eslabón actual lo consiga. Sólo de ti.
¿¿¿Cómo de harto estás de vivir sin vivir???