No tengo muchos seguidores y pocos opinan. Hoy alguien no identificado me dice que ceder no es la respuesta. No puedo estar más de acuerdo.
Aunque no hablo de cesiones. Quién cede solo oprime un deseo justo en su sentimiento, una razón personal de su mente y eso no se puede hacer eternamente por otro sin pagar una factura. No. No va de cesiones, ni mucho menos.
Si mi enemigo más hostil cayera desmayado a mi lado, creo que cualquiera como yo llamaría a la ambulancia por salvar su vida. Ante la pérdida de la salud o la muerte nadie pregunta qué opinión política tiene el susodicho, o si me es más o menos, o nada afín. Simplemente se despierta la humanidad, por más que ese o esa que yace a tu lado te caiga fatal y le consideres un odioso personaje.
Y me pregunto si esto es cierto, porque cuando opina y se le salen las venas es más difícil conectar con mi humanidad que cuando parece que va a morir.
Hay cientos de casos de auxilio humanitario tras una catástrofe. Ningúno de los que ayudan pide la opinión ideológica o le pide su curriculum como ser humano al que sufre una herida grave. Y podría ser un fascista, un terrorista o un psicópata. Simplemente surge lo que nos une: Alguien está mal y le ayudamos.
Es mucho más lo que nos une que lo que nos separa. Ahora bien. Es muy fácil convertir un punto de discusión en frecuente y está tirado conseguir que ese punto de divergencia se convierta en un Everest imposible de ascender.
Pondré un ejemplo.
Mi marido me sacaba de quicio. Sus puntos de vista, pero mucho más sus costumbres reiteradas en nuestra convivencia llegaron a ser causa de separación evidente y justa para mi conciencia de entonces. Fui incapaz, no ya de perdonar. Uno se consuela fácilmente con lo de «no le deseo ningún mal», o el «perdono pero no olvido», o aun peor le perdonas la vida…, aunque guardes cada herida abierta dentro…Le eché.
Llevé mi convivencia al límite. Soporte, cedí, me oscurecí para permanecer unidos. Al final años después volví con él, para cinco años después separarle de nuevo de mi.
Hoy contemplo aquellos años de tortura. Y descubro que mi meta en nuestra convivencia tenía otro fin, que solo hoy que ya no vive, conozco.
Nos damos poco a sentir y a pensar por que siento lo que siento. Preferimos culpar al otro, echar responsabilidades fuera, más que encontrar dentro nuestra incapacidad y desarrollarla para que deje de impedir que amemos.
Porque de eso va: de amar.
Y amar no es sentir, aunque a veces se ama y se sienta. Amar es tomar una actitud que considere al menos tan importante lo del otro como lo mío.
La cuestión es que al otro, a los demás, no los sentimos. No frenamos para conocer que (me lo cuente o no) cada uno reacciona movido por la mochila de emociones fatales que cree llevar dentro. Preferimos la interpretación fácil, la desconfianza, y caemos sin problemas en juicios que nos atan e imposibilitan nuevas actitudes que tal vez facilitarían la convivencia.
Leía que los españoles que votaron mayoritariamente a la izquierda y querían un gobierno progresista están desde decepcionados a hastiadísimos de las incompetentes figuras de Sánchez, el presidente no electo, y su rival de izquierdas, el sr. Iglesias.
Y me pregunto cómo no se nos cae la cara de vergüenza.
No hay más que asistir a una vulgar reunión de vecinos, a un programa de los de debates, o a un Gran hermano, sólo un momentito y ver cómo hacemos TODOS en un encuentro.
A ver quien me dice que él o ella en el lugar de esos dos dirigentes políticos lo habría hecho mejor.
Y de eso iba YO SOY EL PARLAMENTO.
Tenemos los políticos que nos merecemos, porque no somos ni un chispito mejores que ellos.
Ceder no es la respuesta. Sentir al otro, a todos los otros se encamina.
Y sentir no es dejar de sentirme a mi mismo. Yo soy uno más. El problema es la desconfianza total. El problema es que nadie es quien es.
El problema es que si yo contemplo cómo de difícil se lo ponía a mi marido, como de estrecho era el margen que le dejaba para ser él mismo, casi justifico las palizas que llegó a darme y desde luego me apena ver que muchas de las exigencias que yo le presentaba, hoy que ya no vivo con él, resulta que las he relajado tanto para mí, que hago casi lo mismo que él hacía y tanto me cabreaba.
No puedo decir a los señores Sánchez e Iglesia: AMAOS. Pero va de amor esto, que no es ese sentimiento cursi que dura un suspìro y nos pone en contacto hasta que el otro es parecido a como realmente es y ya no me seduce nada.
Si es una cuestión de respeto, de permitirte ser para poder ser yo y aceptar que eres tan libre como yo. Y si al vivir soy incapaz de valorar lo que te produce bienestar y sonrisas, entonces no puedo pedir a un político que deje de ser como el resto y esperar que por votarle le dote del sentido humano de ser.
Ellos son sólo un espejo en el que nosotros nos vemos.