«-¿Cuántos seremos?
-Los de siempre.
-De acuerdo. Contad conmigo. ¿Cuándo?
-Prepara tu jet y plántate aquí ya. Nos reunimos mañana a medio día.
-Ok.
Al día siguiente…
-Amigos, algunos ya estáis al tanto, y sé que todos estaréis conmigo. Urge detener esto. Son demasiados y sólo una amenaza real contra su salud hará reaccionar a las masas. La producción está disparada. Los stocks se acumulan. El número de viejos en aumento y su coste es una amenaza. Tampoco vendría mal recuperar unos niveles de CO2 aceptables o frenar algo los procesos de deshielo, y hay que tomar decisiones acerca de la tecnología. Son sólo algunas de los temas que conviene repasar, donde importan también la bolsa, el interés variable y la economía en general del próximo medio siglo al menos.»
Una reunión como ésta entre no sé cuantos, no demasiados, pudo tener lugar ignoro hace cuanto tiempo y programar el «bichito» que tanto nos preocupa.
Pero hay otro contenido sin palabras, pura acción, que impone un cambio. No será tan drástico o no vendría de la Vida. Formulado en palabras podría decir así:
-«Es el tiempo. Están perdidos. Enganchados en sus rutinas y su ocio mantienen la mente tan ocupada que no sienten. Un cuarto del mundo se aprovecha de tres cuartos de la población… Pongamos freno a su actividad. Tendrán oportunidad de ver qué poco necesitan para vivir… Podrán conocer el amor como una actitud, no un sentimiento simplemente. Tal vez entonces aprecien el valor de un abrazo, de un beso, de un gesto que une por encima de las diferencias con sus semejantes… Hagamos más puro el aire. La naturaleza lo necesita… y cambiemos su forma de trabajar, que sólo sea una actividad buscada… ¿Quieren un mundo nuevo, un mundo mejor? Hagamos borrón y cuenta nueva.»
Dos caras de una misma moneda: una hostil, dominante y controladora más allá de lo que creemos y la otra es tan espiritual que se nos escapa. Ambos impulsos coexisten y ambos, por doloroso que resulte según el punto de vista, AMBOS OBEDECEN A LA VIDA.
Siempre hubo quienes se creyeron dioses. Pero en particular desde el s. XIX parece que lo podemos todo. Creemos que nuestro futuro depende sólo de nosotros. Basta investigar… Eso creemos.
Un dicho israelí reza:
» Que el Señor nos construya la casa, que el Señor nos guarde la ciudad. Si el Señor no construye la casa en vano trabajan los albañiles. Si el Señor no guarda la ciudad en vano vigilan los centinelas…»
Sea lo que sea el «Señor», le hemos puesto un nombre: DIOS. Al principio miramos la naturaleza con asombro ante el trueno, el océano, los bosques y la vida animal. Y a aquello que veíamos tan inmenso le pusimos «anima», alma. Entonces el sol era dios… había muchos dioses. Luego vimos en la naturaleza vida y como dadora de vida lo llamamos Diosa y Madre. Con el desarrollo cognitivo la Diosa se tornó un fiero dios masculino. Más tarde Jesús nos hizo hijos y a aquello PADRE, uno bueno, que sabe qué necesitamos aun antes de pedírselo. Hay un paso más: La relación entre «eso» que llamábamos Dios y el hombre es una historia de amor en la que uno puede hallar su pareja y ver su rostro en los demás.
Dos siglos de materialismo, jugando a ser dioses, a parte de un planeta muy deteriorado, casi acaban esa relación que el hombre siempre tuvo con «eso», que seguramente sea el vacío que hay entre todas las partículas atómicas que forman la realidad que vemos. Dos físicos lo definieron como una fuente ilimitada de energía, eternamente creadora, situada más allá del espacio y el tiempo: D. Bohm y J. Wheeler. Obtuvieron el nobel por descubrirlo.
No es sólo vacío… Es una entidad que lleva un orden… Un plan.
Lo que está ocurriendo poco tiene que ver con un virus, que sí, contagia más deprisa, pero mata mucho menos que la gripe común. Es la excusa, el detonante. Se acaba un mundo y lo caduco ha de quedar atrás.
En estos tiempos de encierro obligado, pongamos nuestra mente a trabajar, enfoquemos el futuro y que el corazón nos cuente cuánto nos nutre la fraternidad. Para cuando salgamos…