El billete hacia la muerte

Venancio solía sentarse junto a su ventana. Su única ilusión era rememorar. Aún sonaba angustiado su hijo pequeño pidiéndole instalarse en su casa. «Serán unos meses…». Los meses se hicieron años y cuando volvió al trabajo, su nuera y él quisieron convencerle de una residencia era lo mejor: gente de su edad, muchas actividades… No peleó. Aceptó que su hogar les ayudaba. Se lo cedió. Se llevaba días felices en el parque con sus nietos, tardes de mesa camilla y deberes, sus risas que todavía escucha, las bromas, lo que aquellas dos criaturas le regalaron…»Tendrás el móvil. Llama en cuanto lo necesites.  Vendremos los fines de semana a verte papá». Al principio vinieron, tampoco todos… Pronto comprobó que sus llamadas molestaban. Y el móvil dormía en un cajón de su mesilla. Venancio se pregunta mucho cómo había ocurrido. Su padre murió en casa respetado y querido por sus seis hijos. ¿Qué falló que sus tres hijos le habían olvidado? ¿Qué hacía aquí? Un microbio fue el ticket de salida de su cuerpo. Y aunque no quería morir, se fue.

Evaristo tenía éxito. Bien vestido, en su deportivo iba a todas las fiestas. Vivía en un carísimo apartamento. Viajaba por trabajo y por gusto por todo el mundo. Sus cuentas bancarias estaban saneadas, para tres vidas más. Nadie sabía, que cuando no pasaba con  una mujer la noche, una profunda soledad le carcomía en su exclusivo hogar vacío de afectos sinceros. Desoía su voz interna.  Proyectos y actividades le evitaban pensar, sentir. Pero insistía y a pesar de envidias, no conseguía amar y se lo recordaba. Primero las carreras, los master, luego la lucha por ser el primero de cada promoción. También el trabajo absorbente, inaplazable… Tenía cuarenta años y ningún amigo realmente. La mujer de su vida varias veces huyó. La voz le asediaba. ¿Qué haces? ¿Para qué estas aquí? ¿A quien hace bien tu dinero que no seas tú? Su bien musculado cuerpo, una salud de hierro, también claudicó ante un microbio. ¿O fue la estéril vida que no soportaba más? Tampoco quería morir, pero no sabía vivir.

Petra hizo como todos. Buscó novio. Se casaron. Se puso a trabajar. Compraron un adosado y el 4×4. Tuvieron niños. Dos. Más es irresponsable… Los dejaba a las ocho puntual y los recogía a las cinco. En casa tocaban las lavadoras, los deberes, las peleas, la cena y los quince minutos antes de anestesiarse ante la tele y escurrirse hasta la cama. Los fines de semana salían con los chiquillos. El aperitivo con su charla insustancial, para meterse a quitar algo de la mugre que cuatro en una casa creaban y claro, le tocaba. Sólo a ella le importaba. Así semana tras semana. Estaban los ratos con «las chicas», para consolarse y algún que otro trasiego meritorio en la cama. Petra, se iba secando. Para cuando pudiera disfrutar, más de diez días de vacaciones, sería  anciana. Esta convicción penetraba su alma cada vez más fuerte. Una semana no limpió. ¿Pa qué?¿Pa quién? Al siguiente se negó a ir a la compra. Fue él sólo. Y para cuando el médico le diagnosticó una depresión incipiente, Petra había perdido la esperanza. Sí. Se curó….aunque la ilusión de vivir se le escapó encerrada en una existencia sin vida. Murió, inexplicablemente, en marzo del 2020 por un microbio.

No conozco a ninguno de los tres. Pero el mundo está lleno de gente como ellos. Han perdido el contacto con la vida. Piden que algo cambie todo o creen que si ellos hacen esto o lo otro, todo cambiará… De ser reales dirían que Venancio era viejo. Se harían cruces con dos personas jóvenes muertas. ¿Causa? un virus. Yo diría que su muerte es una liberación para intentarlo de nuevo. Ya estaban muertos.

Como ellos, muchos, independientemente de la edad, se irán oficialmente por algo microscópico. ¿CUÁL FUE LA CAUSA REAL?

La vida no es un bien en sí. Lo que la hace sagrada y buena es descubrir bajo la realidad aparente el amor que todo lo sostiene. Si no entramos en nuestra alma para descubrirlo, nos marcharemos. Merece la pena investigar y ver, que está en el otro y mi contacto amoroso con él.

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