Como tantos, a las ocho, salgo a aplaudir. Y ya es tan importante, que hablaba por teléfono y he dicho: «Ya suenan los aplausos. Te dejo». ¿Por qué?… ¿De veras? Son unos minutos apenas. ¡Cómo me alegro de haberlo hecho! Aún sonaban las palmas y percibí un sonido lejano habitualmente alarmante.
Ví tres coches de policía y una moto policial. Más allá de las luces, sonaban progresivamente cerca, muy fuerte, las sirenas. De inmediato la mente salta al desastre. ¿Qué pasará? Y de pronto enfilan mi calle hasta doce vehículos de esos que suelen acudir para ayudarnos. Iban muy despacio y por sus ventanas abiertas salían brazos con sus manos aplaudiendo. Entonces, he roto a llorar.
¡¡¡Dios cuánta capacidad de amar hay en el ser humano!!!… Y …¿Dónde la metemos cuando vivimos para morir?
Miles de personas viven una guerra, afrontando la muerte por la vida, aunque se les fuese la suya en el empeño… Se dejan el sueño, el descanso, la imaginación, sus familias… Y lo hacen evitando pensar que corren un riesgo muy real.
Vienen a mi memoria las torres gemelas, el atentado de los trenes de Madrid, tantos y tantos momentos de cruel agresión, aparentemente sin sentido, de la que también somos capaces. Y de nuevo veo reaccionar a la gente volcándose con una compasión que pasa con el que sufre su dolor y regala todo cuanto tiene sin mirar lo que vale…
Y una vez más me pregunto:
¿¿POR QUÉ ES PRECISO TANTO DOLOR PARA AMAR??
Amar al de tu sangre como al extraño de quien ni el nombre sabes… Amar porque nada reconforta y une más que amar… Amar porque estamos hechos para amarnos, no para exigirnos ni reprocharnos… Porque cada uno da lo que puede como sabe y no hay que convertir en perales a quienes nacieron olmos, porque es lo suyo que quien más tiene dé más. Y resulta que hay personas que pueden dar fácilmente, porque tienen mucho y lo suyo es que lo den. No nos confundamos. Amar no es una cursilada, ni está restringido a un sentimiento emocionante en las tripas. No es sino dejar caer todas las defensas ante quien tengo enfrente y no tiene más lógica que unirnos.
De repente hoy era imperativo responder mi pregunta, y no he parado hasta hallar mi respuesta. Habrá otras mejores, más certeras, pero a mí ésta me vale.
No hay malas personas, sino personas muy heridas y además no abundan. Las personas todas, estamos heridas, pero no todos cicatrizamos igual los tajos que recibimos. Lo que nos impide dar procede del disgusto que otro nos produce porque no le entendemos, porque usamos nuestro criterio para valorar sus actos. Pero si en una situación límite las barreras y los criterios caen, podríamos no volver a levantarlos.
Entre los animales el agredido agrede. He tenido gatos siempre y se huelen cuando se encuentran y recuerdan. Saben cuando les deben una. Y creo que los seres humanos olvidamos que sólo somos racionales, pero seguimos siendo animales. Tenemos tres partes en el cerebro de las cuales una es tan animal y está aún tan desarrollada, que ante lo desconocido no bufamos por educación, pero rechazamos. Y si no ponemos nada de nuestra parte, esa faceta activa animal prima.
La educación ha reprimido tanto al animal que somos, que cuando hartos de problemas y dolor, de insensatez y presión saltamos, dejamos salir la ira, nos sentimos muy mal. Deberíamos aprender de los niños. Ellos no se cortan un pelo y pegan sin más. Y luego, libres de la opresión, se vuelven a juntar y aquí no ha pasado nada. Pero es que ellos no están todavía maleados y no requieren situaciones límite para vivir… Ellos sueltan sus emociones sin prejuicios. Ellos viven para la vida.
No. No invito a nadie a agredir a quien moleste… Invito a soltar el gas en vez de la patada, a compartir vuestras emociones, aunque no sean bonitas. Invito a hacerlo sin desconfianza, tal y como estos días salimos a aplaudir a la Vida.