No es la primera vez que trato este tema.
Ayer oí en la tele que debido al encierro aumentan los malos tratos, mujeres y niños y el abuso sexual a menores. De inmediato, se te vuelve a descomponer el cuerpo, porque como se ve poco o no se ve lo olvidas. No podemos vivir continuamente la angustia de sentir que otro ser humano sufre ese tipo de vejación indigna, especialmente si lo has vivido en tu propia piel.
Hoy escribo para esas mujeres, madres, para compartir mi experiencia y contar cómo salí yo. No hace falta confinamiento. No hay cárcel peor que la que uno se impone desde dentro ahogando toda posible solución.
No es casual. No es que te encuentres con un mal tipo y ya. No es tan simple. El tipo no es necesariamente un miserable. Es cosa de dos que se juntan como los polos opuestos de un imán. Ambos son inseguros, aunque nadie lo diría. Ambos quieren demostrarse a sí mismos que al menos en el estrecho vínculo de dos, podrán brillar. Y empieza dulcemente, parapetados ambos tras una máscara de la que no son conscientes.
Un día te levanta la mano. Puede que hasta le justifiques. El día que te parte un hueso y te deja azul, huirías, pero alguna convicción te mantiene atada a él. En mi caso fue religiosa. Yo me había casado para toda la vida. Después fue el terror a que me quitara a mis hijos. Da igual cual. Te buscas algo que te impide dejarle. Puede ser el trabajo, no tener casa, creer que no encontrarás otra pareja…¡Causas las hay a decenas!
Sé que le hería con mi boca, como sé que si ves venir los golpes, da pánico. Y sé que te encierras en un círculo vicioso del que ni familiares, ni amigos pueden sacarte, porque al final es una cuestión tuya. ¿Cuánto valoras tu vida? ¿Sabes que hay una cosa llamada dignidad que no debes perder? Digno indica que mereces algo en proporción a tu valor. Por ser mujer, por ser humana, por ser quien eres mereces que se te reconozca lo que eres y lo que lleva aparejado: RESPETO. No sólo a tu opinión, si no a tu cuerpo, que no puede ser poseído, en ningún sentido, si no quieres.
Y ahí está la clave. El respeto se nos supone, pero en realidad es un logro. Y no llega de fuera… NACE DENTRO DE TI. Si yo me respeto, si creo merecer algo, se parece a tu olor: sale hacia fuera y los otros lo perciben. Mi actitud, mis gestos, todo mi comportamiento habla de que
me respeto. Y algo más. Me respeto y creo tener dignidad si me amo a mí misma.
Cuando me casé, sólo sabía de mí que era simpática, y no para todos. Él tenía un historial importante de fracasos. Éramos el campo perfecto para que me partiese la nariz. A partir de ahí viví, debería decir vivimos, un infierno que duró aproximadamente dos años.
Lo que hice para sacar nuestra vida adelante me fortaleció y empecé a ver que era algo más que simpática. Podía llevar mi casa, cuidar mi hogar y mi diminuta familia que ya era de tres. Darme cuenta me dio confianza y un poquito de auto estima. Y hubo un día que cuando iba a agredirme saqué de mí una fuerza desconocida.
No le agredí. No hace falta fuerza física. Es mental. Viene de creer en tu propio valor, y como vales, no serás más el puchingbol sobre el que él puede soltar sus frustraciones. De pronto pedí ayuda a gritos por la ventana. Mi voz era fuerte y tenía un convencimiento, nuevo en mí, en que esa vez no me iba a pegar. Y funcionó. Conviví con él seis años más. Jamás me volvió a poner la mano encima, ni me obligó a acostarme con él, ni me pudo chantajear más.
Cuentan que las mujeres maltratadas, a menudo, si cambian de pareja dan con otro maltratador. Veo las manifestaciones, cuando uno de ellos mata a su pareja o su ex-pareja. Y también, como endurecen las leyes contra ellos sin que disminuyan las muertes por maltrato. Tal vez mi testimonio es pobre, no sea generalizable y no te valga a ti. Aún así estoy convencida de que la solución la tienes tú.