Tomando posición

Suele haber dos posiciones, al menos, para ver la realidad. Una afecta personalmente. Se compone de cuantas situaciones vivo, de mis emociones y sentimientos. Es la que generalmente usamos. Tiene tal fuerza, que en ocasiones no puedes abandonarla, aunque cierre el acceso a cualquier otra percepción. Hoy, pienso en la profunda pena de quienes no despidieron padres, madres, o hijos, hermanos y parejas. La conozco. Despedí así a mi marido, mi hijo y a mis padres, sin palabras ni abrazos.

Pero hay otra. Dejar mi pequeño mundo y mirar muchas realidades simultáneamente. Lo minúsculo de mi yo desaparece un instante. La visión se amplia. Esta posición es conveniente ahora.

Desde su inicio me ha intrigado nuestra realidad actual. ¿ Qué significa que una parte de la Tierra esté hospitalizada o enferma, otra pierda su trabajo y muchísimos nos  refugiemos en casa? Proliferan noticias escalofriantes dirigidas, creo, a provocar miedo,  la impotencia de que esté todo preparado, estudiado, para que la masa obedezca. He aceptado que estamos al final de una era, y tomé una decisión.

De niña temía el fin del mundo. De adolescente, era una pesadilla para mí. Por entonces desconocía casi todo de las dos guerras mundiales. Si aquello no fue el fin del mundo nada lo es. No sólo por la impresionante destrucción causada, sino por el dolor, el odio, que empezando por España en nuestra guerra, brilló y dio cifras de muertes y violaciones que rompen toda estadística. Hubo una pérdida absoluta del respeto al ser humano, a cuanto nos es sagrado y pérdida de la propia dignidad. Curiosamente, junto a tanto daño despiadado, nació una hermandad insólita.

No cesan de repetirnos que nada será igual a partir de ahora. Lo creo. Tardaremos en abrazar y besar fuera del ámbito familiar. Muchos trabajarán en casa. En nada de tiempo moveremos en el aire nuestras manos abriendo y cerrando ventanas virtuales. El 5G ha llegado para quedarse y aún si nos vigila, permitirá comunicaciones impensables antes. Nadie nos pidió opinión. Tampoco para hacernos radiografías en otro tiempo, o para que miles de aviones surcaran el cielo… Es de esperar que crezca nuestra conciencia planetaria y sepamos que la degradación ambiental y las extinciones de flora y fauna no son eso «que pasa allá lejos». Decide mi salud. Quizá compraremos casas que protegen la vida…, aunque cuesten más…

Este virus nos trae un regalo: ahora entendemos mejor qué es un mundo global. Con buena voluntad, si nos enteramos, caerá nuestro individualismo. Ya no vale «Yo en mi casa y Dios en la de todos». Esta vez Dios se disfrazó de virus. Esta vez, ni toda la tecnología ha podido con algo invisible, que sin embargo mata.

Ante este panorama he llorado pero también me he llenado de esperanza. Y he decidido  vivir día a día. ¿ Van a desestabilizarme temores ante posibilidades que hoy no son?  No. Tampoco lloraré más a quienes murieron que lloré a los míos. Cada momento de mi día estaré dispuesta para mis semejantes. Cuidaré de mí, y seguiré valorando la enormidad de pequeñeces que mis sentidos me regalan. Sentiré mi alma para aceptarme cuando sea ignorante y torpe. Y recordaré mi más ferviente deseo: VER LA CARA DE DIOS, sabiendo que mire lo que mire y a quien mire, estoy mirando el rostro de mi Amado, que también vive en mí. Y si el fin del mundo me mata, sabré que sólo se lleva mi cuerpo.

Además, sólo se acaba una forma errónea de vivir.

 

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