Hemos creado un mundo de jóvenes. Quien se cree viejo lo soluciona en el quirófano o vistiendo ropa juvenil. La publicidad bombardea con remedios para moverse como un joven. El mayor cumplido es decirnos lo jóvenes que estamos… Decía un viejo periodista: «La juventud es un defecto que con el tiempo se pasa».
¡Hombre!… ¿Un «defecto»? Tiene su momento, aunque no renuncio ni un segundo al conocimiento que da la experiencia, ni volvería a aquel tiempo por ser joven. De hecho, me siento joven. Me siento incluso niña. Cada periodo de la vida es un tesoro que custodio con sus ventajas e inconvenientes. Gracias a «entonces» respiro hoy, conozco mejor la vida…, me conozco mejor.
Vivir como si fuésemos jóvenes es arriesgado: equivale a negar la muerte. Y por más que queramos parecerlo, la muerte es un recurso sagrado cuando llega. Desde fuera siempre cae mal. «Si estaba como un roble…» «Era tan joven aún…» «¡Que haya tenido que irse de esta manera…!» Estas y otras apreciaciones muestran un rechazo a lo que es un nacimiento a otra realidad, y al tiempo, una nueva oportunidad.
No somos un cuerpo, ni una personalidad, ni siquiera somos un alma o un espíritu. Nuestro rango vive mucho más dentro y más arriba: SOMOS UNA UNIDAD JUGANDO A DESCUBRIRSE, una con múltiples caras, pero unidad al fin. Eso que llamamos «yo» es nuestra consciencia de ser. Y científicos tan valiosos como Sir Roger Penrose y Stuart Hameroff dicen que esa consciencia no depende del cuerpo (sólo es el vehículo que la lleva un tiempo), sino una energía que vuelve a su origen cuando este falla. No han dicho que exista el Cielo, pero sí que NO DESAPARECE.
Estas últimas semanas muchas personas han decidido dejar su vehículo. Las condiciones de sus muertes aturden, parecen insufribles y duelen hasta extremos inasumibles. Sí. «han decidido», digo bien. No hay una hora para la muerte, ni nos arrebata la vida por sorpresa… Tampoco nos vamos solos, por más que lo parezca. Cuando lo hacemos es porque en alguna parte de nosotros hemos cumplido con nuestro papel. No es posible saber desde fuera, qué o porqué, quien se va lo hace. Pertenece al reino del inconsciente, mucho más vasto que el del consciente.
A menudo los moribundos dicen en apariencia «tonterías» y hablan de gente que sólo ellos ven. No todos. Pero…, es que antes de morir otro mundo invisible se abre y la consciencia cabalga entre dos realidades. Se han hecho estudios sobre esto. No. Nadie se va en soledad. Pero no consuela saberlo. Quien yo quise no estará ahí más y sentimos la pérdida en lo más hondo. Algunos no se recuperan. Quizá…, si conociésemos mejor la muerte…
La Vida no se agarra a una forma material. Es una fuerza que se expresa a través de múltiples cuerpos. ES una unidad con millones de apariencias y personalidades.
¿Será ese nuestro error? Nos sentimos elementos aislados y cuando alguien muere, desaparecida su forma, somos incapaces de reencontrar su energía. Partimos la vida en trocitos con nombre. Así, cuando el «trocito» se transforma, su ausencia es puro dolor.
Viviendo por y para parecer jóvenes no preparamos el acontecimiento más importante: Nuestra muerte. Y ver a otro morir es fatal… No ver a «ese trocito» enloquece.
Tal vez haya que sentirse VIDA, no Juana, Rita, o Pedro, o Antonio, sino VIDA. Juana o Pedro son vestidos de quita y pon, pero la VIDA que mueve nuestro corazón y el de quienes amamos no se extingue jamás.