Con el colegio, de excursión, pernoctamos en una residencia religiosa y de mañana tocó misa tras el desayuno. Nos retrasamos. Al entrar ya un montón de voces jóvenes entonaban una canción. Terminando cada estrofa daban cuatro palmadas, que a esa hora, con tanta energía y en un templo, impactaba. La letra decía:
¡¡¡HEMOS de SER ETERNIDAD (palmadas), HEMOS NACIDO!!!
Grabé el mensaje y el inolvidable ritmo de las palmadas. Pero la frase buscaba significado, requería respuesta. ¿Nacer te hace eterno? ¿Te obliga a serlo? ¿Era un propósito, una orden?
Hoy charlaba con un amigo. Me decía: «mientras aprendemos a ser eternos, vale con conocer mi presente y a mí mismo». ¡Cielos! ¡Aprender a ser eternos…!
Somos la Vida. No sólo el personaje que interpreto, cuya identidad refleja malamente un pasaporte. Somos infinitamente más y sólo un tiempo estamos metidos en nuestro rol. El hombre persigue la inmortalidad. Es del todo natural.
Si soy la vida, soy la materia y lo que la compone. Creí que en mi cuerpo había distintas clases de células formando órganos, que trabajan como sistemas. He sabido que hay muchas más bacterias, virus y hongos formando mi cuerpo que células. Y cada uno de ellos son seres independientes. Mirados bajo un determinado microscopio están prácticamente vacíos de masa. Bajo la apariencia de la solidez que refleja el espejo, lo que hay es energía invisible y eterna.
¡Nada raro aspirar a la eternidad! De hecho somos eternidad, aunque nos empeñemos en ser el del carnet de identidad. Sí, porque esa energía invisible no muere jamás. Varía de estado, como el agua: se evapora. Luego, líquida, caerá en forma de lluvia. ¡Cambió su estado! Lo propio le ocurre a nuestra energía al abandonar nuestro cuerpo para cambiar de estado igualmente.
¿Pero lo sentimos así? Apegados a nuestra personalidad nos atamos a mil y un afectos, situaciones, características, sueños, dificultades, etc. esperando morir cuanto más tarde mejor. Viviremos en pos de la felicidad y la inmortalidad sin saber que ya somos inmortales, que para ser feliz mejor ser como el junco. Ante la tormenta se doblega casi hasta partirse, pero pasado el temporal se erige y sigue mirando hacia el cielo.
Es importante saber porqué vivimos, cómo llegamos aquí, para qué estamos en este planeta y tiempo, sin minimizar ninguna de nuestras tareas. No toca a todos ser super-héroes, famosos villanos, ni nos conoce más de un centenar de personas. No por ello somos más, ni menos. Ya es heroico vivir una vida que perdió de vista la eternidad para soñar con ella, o que siendo infinitos aceptemos vivir en un saquito de piel. Y heroico es, a pesar de los inconvenientes ligados a la vida humana, que no haya suicidios en masa diarios.
Tras charlar con mi amigo sentí una profunda nostalgia. Debe ser que mi memoria recuerda ese futuro sin hambre, enfermedad, fatiga o muerte que Jesús llamó Reino de los Cielos. Sí: lo recuerdo. ¡Estoy convencida! Hemos vuelto al presente, llegados del futuro, precisamente para hacer posible ese futuro.
Y… ¿cambia esto mi hoy?
Habrá ocasiones de gran dinamismo guiada por la intuición, y otras para practicar desde la humilde realidad cotidiana aquello de DAR AL OTRO LO QUE QUIERES PARA TI. Sin aplauso, en silencio, como barrenderos, u oficinistas. Todos en cualquiera de las múltiples funciones posibles, pero…¡eso sí! Dando lo mejor que tenemos.
Ese reino donde todo va bien no es un lugar, sino un estado del ser. No nace desde la política ni desde la economía. Lo construimos tu y yo sin ruido, día a día, con una fe inquebrantable, bajando al infierno si surge, por una causa sagrada. Y todas lo son si nos jugamos la eternidad.