Crear, sin ruido, un mundo nuevo

Oyes una noticia. ¿Sorprende? La anotamos. Queda a prueba. Si volvemos a oírla con voces distintas empezamos a darle crédito. Si aparece en los medios tendemos a creerla cierta. La verdad existe, pero no hay una sola en nuestro mundo. La mente busca coherencia. Observa voces autorizadas, que o bien niegan o bien afirman LO CONTRARIO sobre «esa» noticia. Y demandamos una verdad para tenerla en cuenta. Es entonces cuando descubres que no es posible.

Infinitos personajes dicen: «No hay nada después de esto». Infinitos personajes tienen al dios de su templo, pero ante la muerte tiemblan, lloran igual que los primeros. Y luego, hay quienes hemos descubierto que más allá de iglesias o ideologías hay una energía con la que es posible sintonizar, cuya fuerza se expresa en todo, en todos, y además vive en uno mismo.

Infinitos son los grandes personajes que a lo largo de la existencia humana, habiendo hallado esa energía (repito: habita en uno mismo), han contado que conocerla es entrar en el Paraíso. Jesús de Nazareth dijo: «Busca el Reino de los Cielos y lo demás se te dará por añadidura». Lo de menos es el nombre. Dale el que quieras. Pero Jesús afirma que sólo eso importa y que si lo hallas el resto funciona.

Es complicado creerlo, pero si lo CREES, lo CREAS para ti. No evitarás que la contundente realidad trate de desestabilizarte o que lo logre. Vives aquí donde ponen multas, obligan a llevar mascarilla, hay horarios y trabajo, hipotecas y ataques inesperados. Nada te libra del dolor. Dolor y vida son uno, pero ahora… sin sufrimiento. Te das un tajo. Duele. Pero cicatriza tan rápido, que ves «la añadidura» llegar. No más pozos profundos insondables, ni angustias eternas. Conectas con esa energía y sabes que todo ocurre para construir, que las aparentes destrucciones son ladrillos del «edificio» de mañana. Y te sientes en buenas manos. Quebrar tu fe o tu esperanza no es viable.

Mi noticia era que estamos en un momento crucial de la historia humana, que se ha abierto, digámoslo así, un puente entre el mundo hasta 2020 y uno que venía gestándose a cuyo parto asistimos. Este parto, según dicen, durará unos nueve años.  Ya ha empezado. El nuevo mundo, la palabra «NUEVO», está en boca de muchos. Nuevo no significa mejor, solo diferente. No se construye desde el vacío sino desde ese viejo que queda atrás.

Estrenar mundo resulta bonito, aunque si lo vemos por la tele asustados, sin conmovernos y participar activamente, podría no gustarnos mañana. ¡No sólo porque me saque de mis costumbres, sino porque sus bases sean más antihumanas que las conocidas!

Con esta inquietud me pregunto: ¿Qué mundo quiero para la humanidad? Quiero uno que ajuste la realidad al corazón y la mente de cada uno, que permita desarrollar lo que cada niño trae al nacer, compasivo ante los ciegos o los heridos del alma… uno que conceda a cada cual lo que necesita. Me consta que lo difícil es lo que más hace crecer. Debería pedir que estimule para hacer nuestro lo que nos falta. Y me pregunto cómo participar.

Grande es el mundo, yo pequeña. Pero el amor ayuda a florecer también el del otro. Y ante quienes van a denunciar y llevar a juicio, ante los que crean redes donde manifestarse o lo hacen por las calles, opto por vivir día a día, sembrar cuanto amor sea capaz de sembrar y sin esperar cosechar nada. Soy un peón convencido de ser una fuente de expresión más de la ENERGÍA que construye sabiamente el universo. Esa será mi participación.

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