-Bien. Inocencia, que hay que sudársela, Miedos que aparecerán…
-Más despacio… La inocencia nace al renovar la confianza en quien a priori no la merece. ¿Sudársela? Más bien es un acto de fe consciente. Y la fe se prueba cuando todo está en su contra.
-¡Eso! ¡Sudársela!
-Como adulto, hay que coger un borrador, deshacerse de información que juzgabas valiosa…
-Sudársela.
-No es gratis… Es un acto firme de voluntad. Vale. Aceptaré «sudársela»… Veamos los miedos. El capítulo de miedos es insondable. Muchos no aparecerán. Pero hay dos básicos: El miedo a la muerte y su primo hermano. Miedo a no ser valorado.
-¿Primos hermanos por qué?
-Tememos morir porque lo que conocemos de nosotros mismos, nuestro yo consciente, con la muerte desaparece. No sentirnos valorados se parece a estar muerto, aunque quede algo dentro gritando en busca del reconocimiento no recibido.
-¿Cómo afrontar la muerte?
-Antes lo que conocemos. ¿Quien no te valora?
-¡Mi mujer! Y… mi jefe, mis amigos, aunque me aprecien. ¡Hasta me dicen cosas agradables!
-¿Quien no te valora?
-¡Ya te lo he dicho!
-¿Quien no te valora? ¡Sé sincero!
-…¿Yo?
-Ahí quería llegar. Al afrontar tus miedos, será como si en ti hubiese un adulto que alivia al miedoso de dentro. A medida que renueves la confianza en los hostiles tratándoles como si cada vez fuera la primera vez que los ves, sentirás tu valor. Te sabrás grande y noble, justo pero capaz de piedad y te valorarás al valorarlos. Tu valor no llega de logros que aplaude el mundo, sino porque estarás descubriéndote. Cada vez más te alegrará la alegría ajena y llorarás con sus penas, aunque no repercutan directamente en ti.
-¡Vamos seré un buenazo!
-No te burles. Bien y mal. Dos caras de una moneda. Importa darle al mal su sitio, justamente para que con nuestra bendición cumpla su tarea: sostener la realidad, nutrirla sin aparecer. Pero hay que agradecerle su trabajo, o saldrá y se mostrará (como pasa ahora) con toda su prepotencia.
-¿Entonces no vale sólo ser bueno?
-No. Si sacas la cara, agradece a la cruz que se oculte alimentándola.
-Bien. Entonces un ser humano es alguien inocente, que acoge sus miedos, los supera y se valora.
-Un SER HUMANO es un dios que ama y porque ama, sólo siente inocencia fuera y dentro de él. Es un dios sin miedo, porque confía siempre y conoce su valor porque valora todo, incluido él mismo. Un SER HUMANO está interesado por todo y lo cuida. Ve en todo oportunidades y sabe que lo que vive en él es una energía eterna, masculina y femenina. Escucha su voz interior. Muere cada noche y resucita cada mañana, por eso en la hora de su muerte, sabiendo que no sólo es parte de la Vida, sino la Vida misma, no teme. Nunca se va a ningún lado. Siempre es y está en todas partes, porque «los otros» y él, lo otro y él son UNO. ¿Comprendes ahora que no estamos terminados? Y porque aún no somos, no podemos desaparecer. Eso sí, tiempo es ya de que abramos nuestros pequeños «yoes», nuestras culpas, miedo y desvalorizaciones. Y para eso, hoy, tanta perversidad, tanta corrupción, tanta mugre, que no es sino nuestra cara «b», pide reconocimiento y aplauso. ¡Entonces saldrá la otra cara y ellos volverán a descubrir su inocencia, pues ya nadie les culpará! Entonces… seremos humanos.