Está acostándose el sol. Es una hora del día en que fácilmente me vuelvo melancólica, siento morriña de no se sabe bien qué, porque la noche me entusiasma: me encanta el silencio y las estrellas… Si me dejase ir, si pensase en cuanto va mucho peor que mal… empezaría a llorar sin freno, porque …¡mira que hay heridas para dejarse ahogar por una pena infinita!
Pero de siempre lo mío ha sido la alegría, buscar soluciones, no más problemas y ponerme rápido en marcha. Hay una sólida causa en este contento que crece si escucho mi corazón. Me refiero a mi latido desde luego, pero también a ese HOGAR que me canta una melodía escondida diciendo: «vive y ven a mí», y también llamamos CORAZÓN.
No tiene forma, aunque lo siento. No tiene cara, pero las tiene todas, incluso las menos agraciadas según el patrón de moda. No tiene tampoco brazos, pero en sueños los tiene y me achucha, me sujeta, me acuna. Últimamente lo llamo «mi Amado».
Hace miles de años el hombre miraba en torno a sí y la extraordinaria belleza y su poder le hicieron llamar Dios al sol, a la luna, a los bosques… Como niños que eran veían duendes tras lo inexplicable y todo les parecía mágico, sagrado y mágico. ¡Buen tiempo aquel! Al menos en este punto del sentimiento.
Más tarde el impresionante acto de ver parir a sus hembras hizo que ellas y ellos concibiesen una idea: La Gran Diosa. Ella era fuente de vida en todos sus aspectos. Curiosamente esta época ha durado muchísimo más en nuestro devenir humano, que lo que llegó después.
El varón por fin fue consciente de ser padre de los hijos de ella y el sentido de la propiedad, la herencia y la monogamia para ellas se convirtió en costumbre y ley. ¿Quién iba a alimentar los hijos ajenos? ¡Que lo hubiesen estado haciendo desde siempre pasó a la historia!
Llevamos así menos de 10.000 y la historia humana se inicia (llamando humamo al sapiens) hace 350.000 años. Pero para nosotros aquel tiempo mágico y sagrado se pierde al crecer.
Será que lo infantil en mí sigue vivo, porque sigo viendo lo sagrado y la magia a pesar de que como también soy mayor me entristecen las razones que el mundo esgrime para endiosarse, para buscar en donde no se halla la FUENTE DE LA VIDA.
Y he decidido tratar eso que me conmueve como mi pareja y recoger mis melancolías y morriñas colocando en mí, en mi centro vital, esa paz que saberme viva me otorga. Ahí habita mi amado. Y tengo suerte, porque también está en el aire que respiro, en lo que contemplo, en lo que toco, en lo que oyen mis oídos.
Cuando no me opongo a lo que toca y me dejo llevar, la magia se hace presente y el tiempo o vuela o se detiene, pero siento ese AMOR que me acepta como soy guiar mis días.
Apenas se ve ya una línea naranja en el horizonte. Pasó la hora del encuentro consciente, más piense en ello o no, nada me falta: mi amado me envuelve. Dios ya no es sólo lo natural, ni una Diosa Madre, ni un Dios varón. Es quien me llama y a quien yo voy. Es mi AMOR.