Halloween o un disfraz más

Pocas son las ocasiones en que la sociedad festeja el miedo, la muerte, la perversidad o el mundo de quienes se supone perdidos y llenos de odio.

Tradicionalmente, las personas vivían muy ligadas a la tierra como madre, a los cambios estacionales y también muy ligadas al espíritu, a lo invisible. Por eso Samhain, fiesta celta de la que deriva Halloween, significaba abrir la puerta no sólo al frío, sino por una vez y de noche, a los muertos para tenerlos en cuenta. HALLOW habla de sagrado, de reverencia a lo que es bueno, santo. El festival de sangre y monstruosidades, asquerosas con frecuencia, vino después, justamente en un mundo que niega la muerte y la oculta, que potencia la eterna juventud y su inmadurez y nada quiere saber de finales.

Como casi todo lo que siempre se consideró sagrado, la noche de todos los santos, ha perdido su esencia. Se ha convertido en un gasto más y no pequeño, una competición por el traje más horrendo mejor realizado, un motivo de juerga y disipación muy acorde con el tipo de mundo en que vivimos:

Nada parece digno de respeto, ni las palabras, ni los pensamientos de otro, ni sus actos.

Halloween no estaba, en origen, tan lejos de los usos que solíamos practicar en España para honrar a los muertos. Hoy en E.E.U.U. el 65% de la población gasta en decoración y vestimenta en torno a los 102 $ y como nosotros copiamos a menudo lo menos aconsejable, seguramente estaremos superando sus cifras. Puestos a festejar, el españolito no se queda atrás.

¿Qué nos ha pasado? ¿Cuándo la sangre y las momias, las telarañas y los esqueletos se convirtieron en deseables?

Tal vez… Reprimir al asesino que llevamos dentro, ocultar al obsceno que también somos, esconder el odio y la perversidad, necesitaba al menos una noche libre al año, aunque sólo sea como disfraz. El mal es tan nuestro como el bien, pero vivir maldiciendo y renegando de todos nuestros feos impulsos jugando a ser buenos, jamás lo ha frenado ni dado al mal el reconocimiento que merece, al menos si queremos que vuelva bendito a su lugar.

Sí. Este mundo es de opuestos y uno de ellos da la cara o el otro, aunque esa cara sólo sea apariencia porque ignora la otra. Ambos cumplen una función, sólo que… ¿Quién reconoce todo lo que el mal sostiene y lo considera digno? La rabia es una unidad con la paciencia. Es hora de agradecer a nuestra rabia que haya sido a menudo paciencia, y la hayamos condenado a pesar de todo. La rabia en su máximo grado es la ira que asesina.

Bajo nuestra proba personalidad viven otras no tan sociables. Llevamos un disfraz puesto de buen ciudadano que jamas rompe un plato. Por una noche, y aun si sólo es un disfraz, dejaremos al mal mostrarse y recibirá hasta un aplauso.

El 31, en forma de mascarada, calles y casas se rendirán a esa parte que nadie reconoce como propia: El mal. Y sin ser conscientes, por unas horas, tendrá la oportunidad de mostrarse sin vergüenza. Algún día no muy lejano lo espiritual y lo sagrado volverán a ser sentidos con respeto y amor, la muerte será como dormirse un rato, y todos los perversos recibirán el reconocimiento al papel que jugaron. Entre tanto, que siga «Jalouin».

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