Somos una especie cuya característica fundamental es la capacidad de pensar y de hacerlo sobre sí mismo. Pensar es un efecto muy complejo. No depende sólo del cerebro. Esta capacidad, pensar, es un tesoro y una amenaza. Lo es porque observar, analizar y decidir, tomar por cierto lo que creemos e intentar mantenerse alejado del peligro nos llevó a vivir en comunidad, como los primates. Sólo que poder hacer introspección, compararse a otros y percibir diferencias, nos hizo establecer criterios de bondad. No como cualidad moral, no. Me refiero a establecer qué es lo mejor.
Creamos ideales para todo. El de belleza, de laboriosidad, altura.., y aún otros sobre la inteligencia o la eficacia, más sutiles… Así nos hallamos liados por competir para alcanzar esos ideales. Habrá quien crea que lo hacemos por orgullo, dinero, fama o por el poder. Son fuertes motores de inicio. Pero, no nos engañemos. Lo que de verdad nos mueve es querer ser alguien en el corazón de muchos, sobre todo de los que amamos. En verdad nos mueve llenar un pozo sin fondo que pide a gritos comprensión, cariño… ¡Amor!
Tal vez competir forma parte del proceso que va iluminando nuestra mente, estimulando el desarrollo de funciones mucho más productivas a nivel anímico. Pero de pronto lo mejor, lo único bueno, o lo es para todos o no complace al alma.
Es posible ir dando codazos, dejar en la cuneta a cuantos son en apariencia menos capaces. Hay gente que usa esbirros para enrocarse en sus posesiones desde donde cree dirigir el mundo. No sólo él lo cree: ha convencido a muchos de que lo hace. Uno conoce esos y otros caminos para destacar, pero ya de niño uno rehúsa la competición. ¿Qué es ganar? ¿Cuánto efecto tiene en la propia vida el beneficio de ser el mejor un tiempo? Puede decirse que un resultado en cualquier área es como poner el termómetro de la situación. Sólo cuenta según las circunstancias del momento y aun pasando a la historia, el corazón no vive ni de imágenes, ni come libros o revistas de la estantería donde se te recuerda.
Hoy escuchaba decir que la naturaleza es la máxima expresión de la competitividad.Y algo en mí se rebelaba. No señor, no. Competir, como asesinar, solo el hombre lo hace. Plantas y animales en el mundo natural no compiten, colaboran, se coordinan, se guían por un orden que establece un equilibrio perfecto, donde el individuo no cuenta más que como el que es capaz de añadir, de sumar, de ser una gigantesca UNIDAD.
No es injusto que el grande se coma al chico en la fauna y el mundo vegetal. Los «chicos» «nacen en tal cantidad y se reproducen tan rápido, que de no ser depredados serían plagas. Por otro lado, dicen, que el chico eleva su rango al convertirse en parte del grande.
La naturaleza está ahí rodeándonos, exponiéndose sin vergüenza, mostrando un modelo en el que si nuestra razón nos impide integrarnos desapareceremos como especie. Ella seguirá, sin tomar parte en qué ocurre a las especies. Probablemente sabe que nadie muere. Recordará a cada ser humano que pobló este trocito diminuto del universo llamado Tierra, pero continuará su evolución sin pena.
Es eso, la lástima que da pensar en los esfuerzos de tantos. Murieron con la esperanza de un Paraíso posible, si no para sus hijos, para sus tatara-tataranietos. Ignoraban que nunca murieron, pues sus genes viven en sus descendientes. Pero a su modo elaboraron el sueño del Edén. Henos aquí, ante un mundo que pregona progresivamente la tiranía de cuatro familias muchimillonarias y nuestra pasividad.
Alguna vez creí que se trataba de hacer como las feministas, de poner la vida en juego por conseguir el voto y hacer mucho ruido. Ya no. Cada hombre de este mundo tiene la llave para descubrir el Edén. Y mucho me temo, si uno cree a los lamas tibetanos, que ese «Cielo» no se conquista por méritos tras la muerte. O haces algo aquí y ahora para verlo, o volverás al START del juego, sin saber que ya lo has vivido.
Siente ese espíritu de la naturaleza, donde la muerte no es violencia sino necesidad, donde siempre vuelve el equilibrio, donde el individuo no es un elemento, sino la naturaleza entera. Todo pasa por dejar el orgullo de ser grande en algo, porque todos lo somos en alguna cosa. Y pasa por aportar lo que sé y lo que hago para que el grupo, la humanidad salga a flote y se contemple unida y satisfecha.
No es lo que me hacen, sino lo que doy. Es observar con el alma las emociones de quienes me rodean para poder contribuir al bienestar, aunque sólo sea de uno, sin ofenderme, sin querer figurar. Hay una red de amor universal que todo lo rige al alcance de quien busca el Reino de los Cielos. Y si un día hallas la decepción, conectas con ella para restablecer el equilibrio. ¿Cómo? AMANDO MÁS: