Mi madre podía comprar sabanas de tejidos absolutamente naturales. En herencia me dejó un montón de esas «telas», que custodio como tesoros, porque los tejidos de algodón, por ejemplo, realizados hoy, para nada se parecen… No se duerme igual en estos que en aquellos.
Ahora, decir que algo es CIENCIA, equivale a darle toda la credibilidad. Olvidamos que en la ciencia hay «científicos», personas a quienes se puede someter o sobornar, que respaldarán las «verdades» que quienes nos rigen desde la sombra quieran vendernos, a través de estos gobiernos que ya no elegimos, si es que algún día sí fueron electos.Y la ciencia, está colectando infinidad de datos que la inteligencia artificial puede ensamblar en media hora dando resultados que la permitan, incluso, predecir el futuro.
Así, determinan que SALVAR al planeta pasa por esterilizar a las masas, hacer eutanasia sobre los que opinen de otro modo, o sobre nuestros mayores y potenciar las máquinas con cerebro artificial. Y van tan adelantados que generan «entidades», que no seres, supuestamente capaces de aprender solos como si fueran personas.
Freno un instante. Recuerdo las sábanas de mi madre. Quienes las hacían no alteraban lo natural. Estos que crean la inteligencia artificial, creen que basta los datos para conocer a la especie humana. Sus ideas pretenden que el universo es un mecanismo que basta mirar y anotar, para manejarlo. Y sí, ciertamente nuestra conducta nos delata, pero nadie es copia, nadie es sólo materia y la vida, ¡Dios sea bendito y alabado!, no se construye sólo desde lo material. Cada intento humano por trastocar lo natural siempre ha ido en detrimento de la humanidad.
En el s. XIX comenzamos a ver nuestro efecto sobre el planeta y desde esa preocupación y con números en la mano, Thomas Malthus dijo que la Tierra se agotaría al ritmo de nacimientos que llevaba. Su voz potente asociada al poder ha prevalecido en quienes están hace dos siglos dibujando nuestro futuro. Tuvo en frente otras voces, en absoluto desacuerdo, pero no tuvieron apoyo, así que han quedado tan en segundo plano que no se recuerdan.
Y sí. El mundo se puede reducir a números, sólo que el hombre no es un conjunto de números con que operar. Somos mucho más a pesar de vivir acomodados unos y sufriendo otros, aplastados por una percepción de la vida triste, opresiva, y poco deseable. Ni siquiera el conocimiento bastante adelantado del genoma humano sabe qué es un hombre. Recientemente un grupo de científicos rusos ha estado estudiando eso que se dio en llamar genoma basura. En cada gen hay sólo un 10% de información y el resto está «en blanco». Una parte de la ciencia cree que la espiral plagadita de «ladrillitos» que es el ADN, es como un coche. «Quito pieza- cambio pieza»
¿Que tienes predisposición al cáncer? Quito pieza, cambio pieza. Y adiós cáncer. Y quien dice cáncer, dice, que si quieres medir más, o tener unos preciosos ojos violeta, igual. Por supuesto vivir más, ser delgado como la moda pide y vaya usted a saber qué nos prometerán para aniquilarnos.
Vuelvo a las sábanas de mi madre. El hombre natural es un puzzle maravilloso de lo que se ve y de lo que no se ve, de un mundo consciente muy chiquitito y uno inconsciente inmenso. Y lo mismo se puede decir del universo, y de nuestro planeta, que de finito tiene poco. Más aún, el poder de comunicación entre todo lo natural sobrepasa con mucho al imitador poder de la red creada por unos listos egoístas. Estoy harta de oír que el mundo lo mueve el dinero. De ser así no habrían podido existir los bancos. De ser así gente inmensamente rica parecería feliz y no lo parece.
Hora es de cambiar esa idea que tengo de mí que me convierte en un gusano, que olvida que puedo volar, porque seré mariposa. Pero para ello, no puedo creer que mi vida es triste, que todo es un desastre, y la gente malvada, o para desconfiar de ella. Cuanto tengo en frente es mi espejo. Mirándolo sé más de mí. Si veo egoísmo, es tiempo de reconocer que yo también soy egoísta. Si pecan de orgullo, buscaré en mí ese orgullo que reprimí. Y así con todo ser mal llamado «tóxico» con quien te cruzas y habla de ti. Y ahí empieza a ponerse en marcha el verdadero motor de la vida. Si acojo en lugar de rechazar al «tóxico», a quien acojo es a esa zona odiada en mí, que él representa para que la haga mía. No para volverme como él/ella, sino para AMAR lo que de mí no sale por pura represión cultural.
Ahí, ahí está el verdadero motor de la vida: da lo mejor de ti, no hagas daño, el haz al otro lo que quieres para ti, el AMA y no mires a quien. Porque TODOS somos amables, o sea dignos de amor y ha sido el olvidar esto, lo que nos llevó a creer que la vida es triste, sólo materia, cuando primero es una idea, invisible, ¡espíritu! y después…MATERIA.
Las sábanas de mi madre son más que naturales. Cada vez que me recuesto en ellas, la recupero y vive para mí.